Los dos libros citados en el título, El fracaso de la República de Weimar, de Volker Ullrich, y Síndrome 1933, de Siegmund Ginzberg, son de gran utilidad para explicar lo que ocurrió en Alemania de 1918 a 1945 y también nos ayudan a entender mejor lo que está ocurriendo en el mundo y en nuestro país en 2025.
Se adjuntan unas notas resumidas de ambos libros:
“Cinco meses nada más (a partir del 30 de enero de 1933) precisó Hitler para consolidar su poder. Con el Decreto para la Protección del Pueblo y del Estado, promulgado después del incendio del Parlamento el 28 de febrero de 1933, los derechos básicos más importantes –la libertad personal, la libertad de expresión, de prensa, de asociación y de reunión y el secreto postal y telefónico, así como la inviolabilidad de la vivienda y la propiedad– fueron suspendidos.
Con la Ley para solucionar los Peligros que acechan al Pueblo y al Estado de 23 de marzo de 1933, la Constitución nacional de Weimar quedó derogada de forma definitiva, pues el Gobierno de Hitler se independizó del Parlamento y del derecho a emitir decretos de emergencia del presidente de la nación.
Con la Ley para la Restauración de la Función Pública de 7 de abril de 1933, quedó suprimida la igualdad jurídica de los judíos. Con la ocupación de las sedes sindicales el 2 de mayo de 1933 comenzó el desmantelamiento de los sindicatos libres agrupados en la Federación General de los Sindicatos Alemanes. Y con un decreto de 21 de junio de 1933, dirigido a los gobiernos de los estados, el ministro del Interior Frick prohibió el Partido Socialdemócrata ( el Partido Comunista ya había sido prohibido a fines de febrero de 1933).
Los partidos burgueses se disolvieron por su cuenta o fueron forzados a disolverse. Todo lo que existía en Alemania fuera del partido nacionalsocialista fue destruido, dispersado, disuelto, anexado o absorbido. Hitler había ganado la partida con un esfuerzo mínimo”.
Este es el balance aterrador, pero cierto, que formula Ullrich sobre la situación política alemana cinco meses después de que Hitler fuera nombrado presidente del Gobierno el 30 de enero de 1933. El historiador detalla en su obra todo el camino recorrido por Alemania desde la aprobación de la República de Weimar en 1919 hasta ese año de 1933, no sin advertirnos que “las democracias son frágiles. Pueden transformarse en dictaduras. Libertades que parecen firmemente conquistadas pueden desparecer”. “Es preciso recordar, añade Ullrich, que la república de Weimar no colapsó de golpe, sino después de un proceso gradual de erosión y a causa del socavamiento paulatino de la Constitución y de los procedimientos democráticos”.
Síndrome 1933
Siegmund Ginzberg dice que “al releer cómo terminó la democracia más avanzada y dinámica de aquella época, me topé con pistas inesperadas, datos que ignoraba o que había pasado por alto, similitudes y analogías a las que no había prestado atención. Nuestro mundo es muy diferente al de 1933, pero comparte con él algunos síntomas, señales, procesos y actitudes que, aunque lejos de ser idénticos, tienen un aire de familia. Cuanto más indagaba, más reconocía a la víctima, la República de Weimar. Lo mismo me ocurría con sus asesinos. Y también había algo familiar en el modus operandi”.
Contra los migrantes y la delincuencia
Una de las primeras medidas del ministro del Interior del Gobierno de Hitler, Wilhelm Frick, fue cerrarles las puertas a los inmigrantes. Con inmigrantes se referían principalmente a los judíos que habían llegado por millones desde el Este, desde Rusia y Polonia.
La obsesión por la avalancha de refugiados e inmigrantes iba de la mano de la psicosis de que en cada esquina se ocultaba un asesino, un violador, un ladrón. La propaganda nazi la orientó hacia un objetivo muy concreto: los judíos del este… Sin embargo le hablaban a un público ya convencido: debe existir una fuerte predisposición, un prejuicio enraizado, para despertar un apoyo tan amplio y entusiasta al odio contra los diferentes, expone Ginzberg.
Tras el decreto de inmigración se desencadenó lo que denominaron con lenguaje militar la guerra contra la delincuencia. A partir de ahora mano dura, rezaban los titulares. Fue en 1933 cuando se crearon los primeros campos de concentración, asignados a las SS de Himmler. En septiembre de 1933 se llevó a cabo una colosal redada para limpiar Berlin de “vagabundos y mendigos”. En un solo día detuvieron y deportaron a más de 100.000 personas.
La opinión pública aplaudía las medidas, recuerda el autor de Síndrome 1933. Los nazis se ocuparon de que la prensa informara sobre la apertura de los campos de concentración; así no solo se sabía lo que ocurría, la mayoría lo aprobaba. La mano dura, incluso la brutalidad, lejos de dañar la reputación de Hitler, gozaba de una amplia aceptación. El pueblo seguiría aplaudiendo cuando, junto a los demás asociales, se llevaran a gitanos y judíos.
Los nazis exhibían su maldad sin complejos y en eso se basaba gran parte del apoyo de la gente
Los nazis exhibían su maldad sin complejos y en eso se basaba gran parte del apoyo de la gente. La bondad fue desterrada por aclamación popular con el aplauso de los implicados, no sólo de la Policía, sino también de jueces y criminalistas.
¿Por qué tanto odio a los judíos?
Los nazis no inventaron el antisemitismo, sólo lo llevaron a sus últimas consecuencias, advierte Ginzberg, quien se pregunta: ¿De dónde salía ese odio a los judíos? Recogiendo la opinión de un escritor bávaro, Siegfried Lichtenstaedter, el resentimiento contra los judíos nacía de la envidia porque eran cultos, ricos, exitosos y más felices que el resto de los alemanes (los que ya vivían en Alemania). Otra opinión contraria es que el resentimiento respondía a que muchos judíos, especialmente inmigrantes, se situaban en el eslabón más bajo de la escala social, pobres entre los pobres, “feos, sucios y malos”.
Ambas opciones son complementarias, opina el autor de Síndrome 1933: “Lo vemos hoy día, quienes más abominan de los inmigrantes son también quienes más abominan de las elites”, pero sigue preguntándose: ¿Qué se ganaba exacerbando, cultivando ese odio? La respuesta la sitúa Ginzbeg en los diarios de Victor Klemperer, autor de La lengua del Tercer Reich: “Porque les convenía, con su crueldad podían ganarlo todo y perder muy poco”.
Entre 1930 y 1933 el antisemitismo constituyó para los nazis la columna vertebral emocional. En los mítines nazis, orador y público hacían del antisemitismo un espectáculo interactivo, tan interactivo como las redes sociales. Al convertir el antisemitismo en su principal razón de ser, los nazis ampliaron sus bases de apoyo, pues apelaban a algo muy extendido entre la opinión pública. Valerse de los prejuicios y de la histeria colectiva que habían provocado no era una posibilidad, sino una obligación, concluye el autor.
El fracaso de la política y el ascenso de Hitler
Las elecciones libres son la sal de la democracia, sin embargo el exceso no le hace ningún bien, opina nuestro autor. En la Alemania de los años 30, votar una y otra vez era un síntoma de la incapacidad de ofrecer respuestas políticas a la crisis.
Se celebraron elecciones al Reichstag en 1928, 1930, julio de 1932, noviembre de 1932, y de nuevo en marzo de 1933. En estas cinco elecciones generales el partido nacionalsocialista alemán obtuvo, respectivamente, 800.000 votos, 6,4 millones, 13,7 millones,11,7 millones y 17,3 millones de votos.
Al principio, se percibía al partido nazi casi como un fenómeno folclórico, resalta Ginzberg. A duras penas superaban el 2% de los votos en las elecciones. Su intento de golpe de Estado de 1923 fracasó. El punto de inflexión, la masa crítica necesaria para el éxito, llegó con las elecciones generales de 14 de septiembre de 1930, cuando los nacionalsocialistas obtuvieron el 18,2%. Pero todavía no eran la primera fuerza; quedaron en segundo lugar entre los socialistas del SPD, con un 24,3%, y los comunistas, con un 13,3%.
¿Quiénes votaban a los nazis y porqué? Se pregunta el autor. Se trata de una de las cuestiones más estudiadas desde hace décadas. En los últimos tiempos prevalece la opinión de los historiadores que sostienen y demuestran que los alemanes votaron principalmente conforme a sus intereses económicos, optando por los partidos que más se preocupaban por sus problemas, o al menos eso prometían.
Entre 1919 y 1933, en catorce años, había habido 13 cancilleres y 21 gobiernos que no lograban estabilidad. Entonces llegó un partido que no se declaraba ni de izquierdas ni de derechas, sino del pueblo. Se definían como nacionalistas y socialistas a la par que como partido obrero, naturalmente en defensa de los trabajadores alemanes. El electorado que antes sólo oscilaba entre los polos tradicionales cambió.
Los socialdemócratas en 1932 no fueron capaces de reconstruir una coalición ni abriéndose al centro ni acercándose a la izquierda. El SPD seguía siendo un partido gigante pero carecía de liderazgo y de estrategia. No se dieron cuenta de que un pacto entre populistas y derecha era una posible válvula de escape para el malestar, la decepción, las recriminaciones de todos los sectores de la sociedad. Peor aún, no advirtieron que la prioridad absoluta, lo único que podía haber salvado a la izquierda y al centro, habría sido hacer cualquier cosa con tal de impedir dicha alianza, pero ni siquiera lo intentaron (el Gobierno que presidió Hitler el 30 de enero de 1933 consistía en una alianza entre la derecha y los nazis, que pronto eliminaron a aquélla).
Odiaban los periódicos y amaban la radio
El primer movimiento, en la primerísima reunión del gabinete de Hitler, había sido prohibir los periódicos de izquierda. Luego llegó la intimidación del resto de los rotativos, hasta que lograron que obedecieran, amordazando a los periodistas incómodos, despidiendo a los redactores hostiles o a los que no les infundían confianza. Los expulsaron del negocio de forma gradual, cerrándolos, expropiándolos o arrebatándoselos a sus antiguos propietarios. Aunque la mayor parte de los diarios se habían adaptado espontáneamente al régimen sin necesidad de coacciones.
Sin embargo, el movimiento decisivo, el más visionario, fue la conquista de la radio y el fomento de cuanto ofrecían las nuevas tecnologías de la información. Monopolizaron los contratos de publicidad en las ondas impidiendo el acceso a los demás partidos. Su truco genial fue combinar la radio con los altavoces, la emisión a distancia con efecto estadio. Solo el cine superaba en popularidad a la radio y también lo sometieron a un control absoluto. Goebbels decidía qué películas se debían y se podían rodar. A saber qué habrían logrado si hubieran contado con la televisión y la redes sociales, reflexiona Ginzberg
El pueblo y los servicios sociales
El término más utilizado en el Reich es, sin duda, el “pueblo”. Lo invade todo, adoptando mil formas, en todas las palabras compuestas posibles: fiesta del pueblo, miembro del pueblo, comunidad del pueblo, cercano al pueblo… También en función de los que se considera ajenos o enemigos del pueblo. Una de las grandes glorias del régimen fue la fabricación del coche del pueblo (Volksvagen).
En la Alemania de Weimar se había creado la red de servicios sociales y sanitarios más amplia, ramificada y compleja de Europa. El problema es que, opina el autor, una asistencia que no funciona o funciona mal, genera un descontento aún mayor que la ausencia de atención. En los años treinta, los socialdemócratas y los partidos en el poder habían perdido el vínculo con los sectores menos favorecidos de la población. La gente identificaba a la clase gobernante con políticas de vivienda y asistencia que no daban buenos resultados, aparte de considerarla clientelista particularmente a escala local.
Lo cierto es que las administraciones locales de izquierda habían hecho todo lo posible para ayudar a los más débiles, en un momento en que había una trágica escasez de fondos. Pero el activismo, en lugar de agradecerlo, se había vuelto en su contra.
Cuando llegaron al poder, los nazis desmantelaron todas las asociaciones de beneficencia, solidarias, autosuficientes, municipales, religiosas y no gubernamentales. Las reemplazaron por un único organismo centralizado, la Dirección para el Bienestar del Pueblo, considerado el puntal de la ingeniería social nazi. Gestionaba pensiones, alquileres, subsidios de desempleo e invalidez, los hospicios, préstamos libres de intereses para parejas jóvenes, ayudas familiares y los seguros de salud. Idearon incluso la renta básica, un ingreso mínimo para todos (de raza aria). El número inicial de destinatarios era descomunal, 14 millones de alemanes.
El precio de la aceptación
La aceptación (muy mayoritaria) del régimen no era gratuita. Había que pagarla. En 2005, Gotz Aly escribió un libro titulado La utopía nazi: cómo Hitler compró a los alemanes, un auténtico tesoro de información sobre cómo se financió el mantenimiento del consenso, también a través de una política de asistencia social, informa Ginzberg.
Desde el primer momento hubo un enorme despliegue de creatividad financiera para darle al pueblo a costa de los ajenos al pueblo. Además de exprimir fiscalmente a los judíos (el expolio a los judíos proporcionó a los nazis cerca del 10% del PIB), realizaron expropiaciones en los territorios ocupados y saquearon sistemáticamente los recursos materiales, financieros y humanos de toda la Europa sometida. El autor antes mencionado Gotz Aly llega a una conclusión : “Quien no desee hablar de los beneficios que obtuvieron millones de alemanes de a pie, hará mejor en callar sobre el nacionalsocialismo y el Holocausto”.
La recuperación económica y el rearme se sustentó en gran parte en un gran fraude basado en el Mefistófeles de Goethe: los bonos del Instituto de Investigación para la Industria Metalúrgica, que emitía certificados de cambio con los que se abonaban los pedidos de material militar a la industria pesada, que estaban garantizados por el Banco Central y que podían canjearse en cualquier entidad bancaria.
Sin embargo, el engaño no duró indefinidamente. Cuando se sumaron los gastos del rearme, Alemania rozó la bancarrota, pero los planes de Hitler desde 1936 con el Plan Cuatrienal, eran otros: la guerra. “La solución pasaba exclusivamente por la fuerza; dicho y hecho” concluye Siegmund Ginzberg.
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Julián Lobete Pastor es socio de infoLibre.
Los dos libros citados en el título, El fracaso de la República de Weimar, de Volker Ullrich, y Síndrome 1933, de Siegmund Ginzberg, son de gran utilidad para explicar lo que ocurrió en Alemania de 1918 a 1945 y también nos ayudan a entender mejor lo que está ocurriendo en el mundo y en nuestro país en 2025.