La exposición de Juan Pérez Agirregoikoa (San Sebastián, 1963) en el Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M) quiere ser una muestra irreverente. Nos lo advierte la cartela de bienvenida —que firma Chus Martínez, la comisaria— en la que se enumeran algunos gestos discretamente contestatarios, como los grafitis hallados en las ruinas romanas o la irresistible tentación de pintarle un bigotito al retrato de los próceres que nos trae el periódico.
En "Guerra, comercio y filantropía" no hay ni bigotes postizos ni grafitis, sino pintura de factura naif, algún vídeo, unos murales, dibujos de arlequines, máscaras de cabezudos y unos reos de muerte de lo más dicharacheros. La sala más amplia está dedicada a estos cuadros que les menciono: fondos pintados con acrílico y torpeza y formas hechas con cuadraditos de papel coloreado. Unos los protagonizan tigres feroces, que llevan lo contestatario en el título. American Imperialism Is… Clapping (2021): efectivamente, un tigre empapelado en azul y rosa mira dos manitas que, flotando en el éter cian del fondo, aplauden. En otros, el Imperialismo americano será una abeja blanca (2021), un tigre de plástico (2022) o un libro rosa (2021). Junto a estos trabajos se sucede una serie de manos derechas con dedos a tutiplén, practicadas con una factura similar (fondos despachados a brochazos, formas infantiles dibujadas con papelitos al modo de teselas) que alternan con mariposas y otros insectos dicharacheros. Para entender el significante oculto en ellas hay que buscar la cartela, donde se nos cuenta su importancia en el arte rupestre, que "expresan la fuerza colectiva frente al poder" o que la inteligencia artificial no tiene manos: "El futuro de la democracia requiere repensar radicalmente los sistemas simbólicos sobre los que se asienta". Pues vamos listos.
Continuando la visita, vemos a unos payasos que, haciendo números coreográficos, colocan las piernas de tal manera que parecen esvásticas. También, con un montón de caballos de todos los colores: a veces en manada y otras llevando sobre la grupa a algún personaje que, sin quitarse la soga del cuello, toca algún instrumento musical. El triángulo, el tambor, una guitarra. En estas salas se han incorporado dos vídeos. En el primero, The Masters Signifiers Lake (2024), realizado mediante la animación de una serie de dibujos hechos con lápices de colores, unas bailarinas con tutú y nariz de payaso bailan "el lago de los cisnes de forma nazi": los brazos y las piernas forman cruces gamadas. En el segundo, Querido censor (2025), tres payasos (traje negro enterizo, cuello blanco, pelucón con calva comprado en un todo a cien) expurgan una biblioteca remedando el pasaje del Quijote. Van sacando libros que no conocen, pero cuya sinopsis recitan con pésima pericia actoral; que luego encuentran condenables y que, posteriormente, lanzan por una ventana. Transcribo, para que no crean que exagero, un pasaje particularmente ilustrativo:
"Payaso 1:
De l’infinito, universo e mondi, de Giordano Bruno. Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo de Galileo Galilei y De revolutionibus orbium coelestium, de Nicolás Copérnico.
Payaso 2:
Antiguos libros son esos.
Payaso 3:
Pues estos tres iluminados, inspirándose en estudios de los antiguos griegos, no solo niegan que la Tierra es plana, sino que afirman además que es redonda y formulan la teoría heliocéntrica del sistema solar…
Payaso 1:
¡¡¡Pero eso es absurdo, la Tierra es plana, la Luna es plana y todo es plano!!!".
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El vídeo prosigue con reseñas igualmente falaces sobre la Fenomenología del Espíritu, la Ética de Spinoza o el Discurso a la Academia de Rousseau, en un nivel de panfletarismo y estupidez realmente admirable. (Por supuesto, nadie nunca pensó que la tierra fuese plana, por eso ni Bruno, al que quemaron por sus tesis sobre la Trinidad, Copérnico o Galileo tuvieron que demostrar la redondez del orbe terráqueo, cuya cintura midió Eratóstenes de Cirene con poco más que un palo y trigonometría en el siglo III antes de Cristo).
La exposición se completa con una serie de diagramas de Venn de lo menos ingenioso, unos vídeos en los que personajes cabezudos recitan textos clásicos a otros cabezudos o a palomas del parque (cosas de listos dichas a gente tonta, qué risa); o en el que dos chavales se ponen unas máscaras negras y empiezan a pasearse por un pueblo desértico en el que, sin embargo, están seguros de estar intimidando a las clases medias. También con una serie de dibujos protagonizados por arlequines en los que el artista realiza finos ejercicios de sátira, como retratar a Jiménez Losantos diciendo que todo es culpa del comunismo.
Alguna vez he escrito preguntándome si el arte político tiene alguna posibilidad de interferir —con eficacia— en las inercias del mundo. En este caso, viendo lo pedestre de todo el planteamiento, siquiera será necesario retomar esa discusión. Me molesta, sin embargo, la coartada en que parece ampararse todo: las dichosas revoluciones sutiles (el gestito, el comentario ingenioso, la viñeta de El Roto —siempre certero—), que no nos llevarán a asaltar el Palacio de Invierno, pero que dejarán a sus autores más anchos que largos.
La exposición de Juan Pérez Agirregoikoa (San Sebastián, 1963) en el Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M) quiere ser una muestra irreverente. Nos lo advierte la cartela de bienvenida —que firma Chus Martínez, la comisaria— en la que se enumeran algunos gestos discretamente contestatarios, como los grafitis hallados en las ruinas romanas o la irresistible tentación de pintarle un bigotito al retrato de los próceres que nos trae el periódico.