obituario

Francisco J. Uriz, puente entre la literatura nórdica y la española

Francisco J. Uriz.

Fernando Valls

Ha muerto en Zaragoza, ciudad donde nació en 1932, quien quizás haya sido el mayor traductor de las lenguas nórdicas, sobre todo del sueco, al castellano. Sus versiones poéticas fueron tantas que sería más sencillo decir qué autores importantes no tradujo, bien en libros concretos, en recopilaciones de su poesía, bien en antologías de esas literaturas, de las que sería buena prueba su Antología de la poesía sueca contemporánea (Los libros de la frontera, 1986); antes, en 1983, la revista Litoral le dedicó un número a la poesía sueca; Veintidós poetas finlandeses (Los libros de la frontera, 2014) o Algunos de los nuestros. Un siglo y más de poesía nórdica (2021), parte de ellos tuvieron versiones anteriores que fue retocando y ampliando.

Entre los poetas o narradores más destacados, ya sean suecos, finlandeses o daneses, de quienes nos dio libros o antologías, se encuentran los premios Nobel Harry Martinson (Antología poética, Plaza & Janés, 1975) y Tomas Tranströmer (Bálticos y otros poemas, Visor, 2012), Jan Erick Vold (El poema nos recuerda el mundo, 2000), Lars Forssell (Antología poética, Bolchiro, 2017), Henrik Norbrandt (3 x Norbrandt y La ciudad de los constructores de violines, Visor y Vaso roto, en el 2012), Klaus Rifbjerg (Fuego en la piedra. Antología poética, Lumen, 2011), Torgny Lindgren (Betsabé y Agua y otros cuentos, este con Marina Torres, ambos en Nórdica, en el 2005 y 2008), Per Olov Enquist (De la vida de las lombrices, 2015), Gunnar Ekelöf (su poeta preferido, de quien tradujo para Alianza el libro Diwan), Kjell Spmark (Traducir el alma, 2022, probablemente el último que llegó a ver publicado) o Claes Anderson (Los estragos del tiempo, Cosmopoética, 2008). O diversas obras teatrales de Lars Norén o Alguien va a venir (Titirilibros, 2002), de Jon Fosse. También ha traducido al sueco, obras teatrales de Valle-Inclán, Lorca, Alfonso Sastre y Jorge Díaz.

Capítulo aparte merecen las versiones de August Strinberg, tanto de su teatro como de la prosa, de quien tradujo y prologó su obra para Alianza, en la época en que la dirigía Javier Pradera: El viaje de Pedro el Afortunado, La señorita Julia, Acreedores y La más fuerte, La sonata de espectros, El pelícano y el Teatro de cámara. Y en otras editoriales: Pequeño catecismo para la clase baja (Capitán Swing, 2009), Cuentos y Casarse. Historias de matrimonios, ambos en Nórdica, en el 2012 y 2013.

También tiene en su haber las versiones de varios libros de Ingmar Bergman, como Linterna mágica (1987), con Marina Torres; o Imágenes. Diarios de un cineasta (1992), en colaboración con su hijo Juan, ambos en Tusquets. Con respecto a la prosa y el teatro de Per Olov Enquist, varias de estas versiones las hizo con su mujer, la gallega Marina Torres. Por todo este importante trabajo se le concedió en dos ocasiones el Premio Nacional de Traducción, en 1996, por su Antología de la poesía nórdica, y por el conjunto de sus traducciones en el 2012. Trabajó en el Ministerio de Asuntos Exteriores sueco, acompañó a Olof Palme, en calidad de intérprete, en un viaje que realizó por Hispanoamérica en 1984, donde hizo de intermediario en la conversación que mantuvo con Fidel Castro.

Entabló una estrecha relación con Artur Lundkvist, una persona clave en la historia reciente del Nobel de literatura. No solo tradujo su poesía al castellano (por ejemplo, su Elegía a Pablo Neruda, 1981, publicada en una versión bilingüe), y la de Maria Wine La incierta nave del quizá (2001), esposa del académico, sino que juntos vertieron al sueco a numerosos poetas hispanoamericanos y españoles, tales como Huidobro, César Vallejo, Borges, Neruda, Nicolás Guillén, Cortázar, Lorca, Alberti, Dámaso Alonso, Nora, Celaya, Blas de Otero y Gil de Biedma. Detrás del tándem que formaron Lundkvist y Uriz, podría decirse que se hallan los Nobel de Neruda, García Márquez (Uriz conservaba el manuscrito de Crónica de una muerte anunciada), Cela, Octavio Paz y Vargas Llosa. Y como a él le gustaba contar, varios autores del mundo hispánico (por ejemplo, Cortázar, García Márquez y Cela, ellos mismos o por persona interpuesta), en un momento u otro, le preguntaron por lo cerca o lejos que estaban del Nobel. En los sesenta, cuando sus principales interlocutores en el interior eran Alfonso Sastre, Jesús López Pacheco y Carlos Barral, hizo muchos informes para Seix Barral. Pero, como él mismo ha confesado, quien le abrió las puertas de las editoriales españolas fue el también poeta y traductor Ángel Crespo, doctorado en Upsala durante aquellos años. Otro de sus primeros interlocutores en España fue Enrique Badosa, también poeta y traductor, que dirigía las Selecciones de poesía de Plaza & Janés.

Las antologías de divulgación, sobre cuentos, poemas, teatro, e incluso textos recopilatorios sobre fútbol, muy útiles para la enseñanza del español: España cuenta (1990), Cosas que pasan (Relatos breves) (1990), Ventana abierta sobre América Latina (1991), ¡A escena! (1991), Ventana abierta sobre España (1992), América Latina (1998), todas en Edelsa.

En 1989 fundó y dirigió la Casa del Traductor en Tarazona, siguiendo la idea de Elmar Tophoven en Alemania, donde cultivó la traducción a varias manos, con los visitantes de distintas lenguas que residían en la casa, que se fueron publicando en plaquettes.

Su generación fue la de José Luis Borau, Alfredo Castellón o los hermanos Pérez Gállego. Yo lo conocí en Santander, en los cursos de profesores extranjeros de la UIMP, donde él era el responsable de un grupo de profesores nórdicos. Luego coincidí con él en diversas ocasiones, en la Casa del Traductor de Tarazona. La última vez que lo vi fue en Zaragoza, durante un curso organizado por José Luis Calvo Carilla, donde él habló la literatura nórdica policiaca, en pleno auge en ese momento, y al día siguiente quedamos para charlar tranquilamente mientras paseábamos por el centro de la ciudad. Entre sus traducciones en este género se cuentan también las de Henning Mankell, como El perro que corría hacia una estrella (Siruela, 2000).

Cultivó la poesía (Mi palacio de invierno, 1997 y 2005) y nos ha dejado un interesante libro de memorias, titulado Pasó lo que recuerdas (Biblioteca Aragonesa de Cultura, 2006), en el que relata su papel de puente entre Suecia y España, su militancia antifranquista, sus relaciones de amistad con Olof Palme, Pablo Neruda, Peter Weiss, el general Juan Modesto, Adolfo Marsillach, Camilo José Cela, Gabriel García Márquez, Artur Lundkvist o Julio Cortázar. El club de los cronopios que fundó en la capital sueca impresionó mucho a Cortázar, tal y como cuenta en su epistolario. Al que habría que añadir el titulado Accesorios y complementos. Un aragonés en el reino de los Bernardottes (2008).

Paco Uriz era un hombre alto, grande, miope, con un aspecto y unas maneras que se alejaban de las del español típico, si tal cosa existe. Su cultura era universal y variopinta, amable en el trato y suave en las formas, pero no por ello menos sincero en sus opiniones, que en el caso de su ideología comunista seguían casi invariables. Sus ideas políticas se sustentaban en tres principios básicos: lucha contra el franquismo, la solidaridad y la defensa de los desfavorecidos. Recuérdese, al respecto, su Viaje a la España de Franco (Erial, 2016), escrito en colaboración con Peter Weiss, en busca de los hospitales de las Brigadas Internacionales.

El caso es que, aunque se había licenciado en Derecho en 1955, en la Universidad de su ciudad natal, nunca ejerció como abogado. Tras salir de España, cuando se licenció, vivió en Inglaterra y Finlandia, allí leyó por primera vez a Neruda y Brecht, y conoció el cine de Bergman, estamos en 1956, antes de instalarse definitivamente en Suecia. En cambio, había dado clases de español en Suecia, además de cultivar la poesía y el teatro (Decidme cómo es un árbol, 2016), quizá su otra gran pasión, junto con la traducción y el fútbol. Buena prueba de esto último son sus antologías, destinadas a las escuelas: El gol nuestro de cada día. Poemas sobre nuestro fútbol (Vaso Roto, 2010), por solo citar una de las muchas que les dedicó; o sus recuerdos de los cinco magníficos, la mítica delantera de los mejores años del Zaragoza, compuesta por Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra, que cuenta en Un rectángulo de hierba (2002).

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Por toda esta ingente labor se le concedieron numerosos premios, dos de ellos a su teatro, a su obra Mear contra el viento, como el Casa de las Américas y la Arqueta de plata, que le dieron en Bulgaria, la medalla Illis Quorum, concedida por el gobierno sueco, así como el reconocimiento de la Academia sueca. En Tarazona le otorgaron la llamada Cabeza del judío; en Zaragoza la medalla de Santa Isabel, mientras que el gobierno español le entregó en el 2008 la Encomienda de la Orden del Mérito Civil. Trabajó para numerosas editoriales, pero creo que si hubiera que destacar alguna sería Los libros de innombrable, de Raúl Herrero, donde aparecieron muchos de los libros que hemos citado sin dar la referencia.   

Nos quedó pendiente un encuentro en Estocolmo, durante la primavera, como él me recomendaba, y echaré de menos los libros que traducía, que solía mandarme, generoso, al ritmo que iban apareciendo. A quienes lo apreciamos, nos consuela pensar que trabajó mucho y bien, y que la suya fue una vida cumplida.

Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.  

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