Juan Gabriel Vásquez: "Es nociva para la izquierda la complicidad con Venezuela, Nicaragua o Cuba"

"La escultura colombiana Feliza Bursztyn murió de tristeza en un restaurante de París rodeada de su marido y cuatro amigos". Así empieza la columna que Gabriel García Márquez escribió en El País en enero de 1982, pocos días después de la muerte de su querida amiga en una mesa junto a la que él mismo estaba sentado. Un texto que Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) descubrió en 1996, estudiando precisamente en París, y del que se le quedaron para siempre marcadas a fuego tres palabras: "Morir de tristeza". ¿Acaso es eso posible? Comenzaba así una fascinación que derivó en investigación y ahora se materializa en una novela, Los nombres de Feliza (Alfaguara, 2025), con la que el escritor colombiano, señalado en no pocas ocasiones como sucesor de García Márquez, cierra de alguna manera el círculo de una obsesión. "Me gustaría que leyera el libro y preguntarle si le gustó", confiesa a infoLibre en esta conversación.
¿Cómo surge esta atracción por Feliza Bursztyn?
El origen de la novela es una columna de Gabriel García Márquez que escribió pocos días después de la muerte prematura de Feliza, extrañísima, de un infarto fulminante en un restaurante de París. Leí esa columna en 1996 y pensé quien sería y por qué nunca había oído hablar de ella. ¿Por qué García Márquez estaba dispuesto a dedicarle toda una columna, y por qué dice que murió de tristeza? ¿De dónde sale ese diagnóstico? Ese no es un diagnóstico médico, es de novelista. Y a una pregunta novelística se responde con una novela, así que en ese momento nació el proyecto de escribir Los nombres de Feliza.
Pero han pasado casi treinta años desde entonces.
Lo que pasó es que yo no tenía las herramientas para hacerlo, porque no hubiera sabido cómo se trata con un personaje real en la ficción, y porque era muy joven entonces, me faltaban ciertas vivencias y experiencias. Ha sido necesario que yo pasara por la edad que tenía Feliza cuando murió, 48 años, y por la escritura de un par de libros, especialmente La forma de las ruinas y Volver la vista atrás, para poder escribir sobre ella. De modo que durante todo este tiempo he estado llenando las lagunas de mi información, descubriendo quien era. Y he descubierto a una escultora muy interesante, siempre rompedora, que abrió muchos caminos para el arte colombiano. Pero más allá de eso, una mujer fascinante, contradictoria, rebelde, cuya vida consiste en una especie de gran lucha de largo aliento por definirse a sí misma en contra de lo que querían los demás. Las fuerzas religiosas, sociales, políticas y artísticas que la rodeaban siempre trataron de encasillarla o definirla o decirle quien debía ser, por lo que su vida fue una especie de construcción de la identidad en contra de todas estas fuerzas. Eso me pareció fascinante.
Eso nos pasa a todos pero, ¿no nos rebelamos lo suficiente?
Sí. Ella se rebeló porque creció en unas coordenadas muy particulares, en un país muy conservador y en una familia de exiliados judíos que, a pesar de ser gente progresista, en Colombia ocupaban un espacio en la comunidad judía que los obligaba a un ejercicio de su religión mucho más conservador. Eso marcó a Feliza. Y luego viene el hecho fascinante de que a ella le tocó en su vida esa gran convulsión latinoamericana que fue la Revolución Cubana, y que no soló marcó a todo el mundo, sino en particular a la gente de ciertos medios, entre ellos el del arte. Después de la Revolución Cubana, ella, como tantos otros artistas, se va acercando a movimientos de izquierdas en un momento en el que la reacción toma en Colombia la forma de una ley muy represiva, como el Estatuto de Seguridad del gobierno de Julio César Turbay en 1978, que persigue a todo lo que sonara vagamente de izquierdas, y en cuyas redes termina cayendo Feliza de manera muy injusta. Fueron muchas fuerzas sociales, políticas, personales e individuales las que marcaron su vida y ella se rebeló constantemente para que no coartaran su libertad. Acabó pagando un precio muy alto por esa necesidad de independencia.
¿Se puede morir de tristeza? ¿Hemos llegado a alguna conclusión?
He llegado a una conclusión, pero el problema es que como soy novelista la única manera de escribir esa conclusión son las 275 páginas de este libro y no puedo decirlo de otra forma, no puedo resumir en una frase la misma respuesta que he encontrado en toda la novela. Porque toda la novela tiene ese objetivo, y cada página, cada episodio, es la construcción de una posible respuesta. Y, claro, no la puedo dar de otra manera. Sí que hay una contradicción, que para mí fue muy estimulante, entre ese diagnóstico de García Márquez de que murió de tristeza y lo que hacía famosa a Feliza, que era su alegría. Era una mujer que fue famosa en sus círculos por sus carcajadas, que eran muy sonoras y espantaban a la gente. Cuando supe eso, inmediatamente me pareció más interesante todavía el personaje: que una mujer famosa por su risa pudiera morir de tristeza ya es el tipo de cosa que le encanta a un escritor de ficción. Es como esa anotación de los diarios de Chéjov en los que apunta la idea para un cuento y dice "un hombre va al casino, gana todo, vuelve a casa y se suicida". Esa contradicción es la vida de Feliza, una mujer famosa por su alegría y temperamento expansivo, que muere vencida por las emociones tristes.
Es que el mundo nos hiere, nos persigue y nos envilece.
Es un verso de Jorge Gaitán Durán que marca la vida de ella. Eso sigue siendo así. Todo lo que hacemos en la vida, la búsqueda del amor, de la amistad, de la satisfacción en cualquier sentido, es un intento por protegernos de ese mundo que siempre está, que es hostil y que nos hiere y nos envilece.
La única razón de ser de un novelista es decir algo que no haya podido decir ni el periodista ni el historiador
Gabriel García Márquez le dedicó una columna y mucho más, su amistad, pues llegado el momento la acogió en su casa en Ciudad de México tras salir de Bogotá, y antes de llegar a su destino final en París. El exilio les unió.
A mí me resultó fascinante esa trayectoria paralela de Feliza y de García Márquez que empieza a la vez, va creciendo, y tienen que salir al tiempo, más o menos, en el mismo año, a un exilio político muy doloroso. Con distintos resultados, porque Feliza muere y García Márquez por fortuna no. En el caso de Feliza también fue muy interesante ver cómo ella termina sus días en el exilio, pero también los comienza gracias a un exilio, pues nació en Bogotá de casualidad porque sus padres son judíos polacos que acaban en Colombia visitando a un amigo que a su vez llegó allí como podría haber llegado a La Habana, Buenos Aires o donde sea. Esa circunstancia de haber nacido donde nació por un exilio, y haber muerto donde murió por otro, enmarca su vida y explica la identidad que tenía, que fue siempre colombiana de una manera muy voluntaria. Tenía una relación casi romántica con su país, que venía de la precariedad de la identidad colombiana.
¿Podemos entender mínimamente lo que se siente en el desarraigo de ese exilio del que nunca se vuelve realmente?
Siempre me ha interesado el exilio. En mis novelas hay unos personajes que yo llamo 'inquilinos' por una palabra inglesa que ya no existe, que no se usa, 'inquilin', un arcaísmo que no significa para nada lo que para nosotros la palabra inquilino. En ese inglés del siglo XVI significaba 'animal que vive en el lugar de otro', y a mí esa idea me ha resultado muy seductora siempre porque mis personajes son eso, simplemente animales que viven en el lugar de otro. Gente desplazada por distintas razones y gente que siempre está en un paisaje que no es el que hubiera escogido, con las tensiones que eso provoca. Examinar eso y tratar de hacer un retrato psicológicamente preciso, emocionalmente justo, de lo que es la vida en un lugar que no es el tuyo, era también uno de los retos de este libro.
Me interesa retratar el momento en que la vida pública invade y trastorna la vida privada
Un lugar que no es el tuyo, aunque sea 'ese' París.
Ese París. El París de los años cincuenta era un fenómeno muy interesante de exiliados latinoamericanos que convivían allí. García Márquez cuenta cómo vivían todos en las últimas plantas de los edificios de una misma calle y a veces se asomaba uno a gritar "¡se cayó el hombre!" Y todos los latinoamericanos de todas partes se asomaban para ver si era su hombre el que se había caído, porque las dictaduras militares estaban por todas partes en América Latina. Es un momento muy interesante que quería contar. Y la simetría es curiosa, porque años más tarde Feliza muere en un París también invadido por exiliados latinoamericanos porque también América Latina pasaba a finales de los setenta por un tiempo de dictaduras. Ese también es un retrato bastante triste de nuestro continente.
El relato nos muestra también cómo la vida privada de cada cual colisiona con el entorno en el que acaba, ni siquiera en el que escoge, y ese es el drama del exilio.
Eso me interesa en todos mis libros. Retratar el momento en que la vida pública, la historia y la política, invade y trastorna la vida privada. Por eso me interesó tanto Feliza, porque cifraba esta preocupación de una manera muy diáfana.
Vivir políticamente en diálogo y curiosidad con las ideas y convicciones de otros es algo a lo que aspirar
¿Ella representa de alguna manera esa ilusión revolucionara del momento en América Latina? ¿A través de Feliza podemos aprender mucho de lo que pasaba en el continente en un momento muy agitado?
Así es. Me interesaba el retrato de un momento social y político que siempre me ha gustado y que ya estaba, más o menos, en Volver la vista atrás. Pero en el caso de Feliza me interesaba también la relación que ella tenía con ese momento, que era ambigua y mucho menos diáfana que en otra gente. Ella era una mujer de orígenes burgueses, de familia acomodada pero decididamente de izquierdas, que sin embargo nunca militó en ninguna guerrilla porque desaprobaba la violencia con fines políticos, y ni siquiera militó en el Partido Comunista, aunque los amigos que sí pertenecían trataban de incluirla cada vez que podían. Feliza tenía amigos cercanos en los grupos más radicales de la izquierda revolucionaria de esos días, pero también en el partido conservador, y era gran amiga de un candidato a la presidencia que luego fue presidente, Belisario Betancur. Siempre me interesó se carácter contradictorio, ambiguo, esa capacidad para hablar distintas lenguas políticas. Eso es algo a lo que uno podría aspirar, esa capacidad para vivir políticamente en diálogo y curiosidad permanente por las ideas y las convicciones de los otros. Eso me resultó muy interesante de ella porque, claro, a un novelista siempre le interesan más los personajes ambiguos que los personajes monolíticos, pero en su caso es que era evidente.
El momento que atravesaba entonces América Latina está reflejado en las conversaciones entre artistas e intelectuales, que hablan de canibalismo en la izquierda mientras llegan las dictaduras militares. ¿Qué nos enseña aquel pasado de ilusión revolucionaria de izquierdas sobre el momento presente?
Una novela que habla del pasado acaba siempre convirtiéndose en un comentario sobre el presente del novelista. Eso no solo es inevitable, sino que es deseable. Sí creo que asistimos a fenómenos similares, y en todo caso el espectáculo latinoamericano es lamentable en la manera en que toda una familia de las viejas izquierdas latinoamericanas se ha convertido en autocracias terribles, donde la libertad ha desaparecido y se violan los derechos humanos todo el tiempo. Ahí están los casos de Venezuela, Nicaragua o Cuba, que me parecen lamentables y dignos de condena por cualquier persona que se diga demócrata. Me parece que la connivencia o la complicidad con estos regímenes de otras presidencias de izquierdas, como la de mi país con Gustavo Petro, o como la de López Obrador o la de Lula, es tremendamente nociva para la causa de la izquierda. En ese sentido me parece afortunado y un poco sorprendente que el único presidente que ha tenido el sentido de Estado y la clarividencia para denunciar estos regímenes es el más joven, Gabriel Boric. Es el único que ha dicho, con estas palabras, "desde la izquierda les digo que Venezuela es una dictadura". A mí eso me parece tremendamente valioso y me da esperanzas. Pero, por lo demás, sí creo que, hay esa división en el interior de la izquierda latinoamericana entre quienes todavía sienten una nostalgia por la Revolución Cubana, que se convirtió en una autocracia de la peor manera, y quienes buscan una manera de acomodar la izquierda a una socialdemocracia moderna y democrática, que para mí es el camino y lo más necesario ahora.
¿Una biografía novelada es más interesante que una biografía?
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Esto no es exactamente una biografía novelada pero, en cualquier caso, no es necesariamente más interesante. Mi objetivo es decir cosas que la biografía no dice. Yo he entendido que en mis libros hay una especie de recorrido, porque empiezo como periodista haciendo entrevistas y reportajes, reconstruyendo momentos, y luego sale el historiador que empieza a completar el cuadro con documentos históricos, investigaciones en archivos, y finalmente llega el novelista. Y la única razón de ser de un novelista es decir algo que no se haya dicho, ni desde el periodismo ni desde la Historia, algo que no haya podido decir ni el periodista ni el historiador. Eso que no se puede decir de otra manera es lo que hace que valga la pena escribir una novela, porque es la intervención de la ficción, de la imaginación, para interpretar a otra persona, para habitar la conciencia de otra persona. Esto es muy distinto de una biografía, porque ni siquiera una biografía novelada puede permitirse la interpretación de un personaje que trato de hacer yo, que es absolutamente personal. Por eso en esta novela quería poner en escena ese momento en el que paso de ser un hombre que viaja por Paris buscando los espacios de un personaje a habitar la conciencia de ese personaje y escribirla desde adentro. Eso es lo que traté de hacer.
¿Podría esta novela haber llegado a existir sin la ayuda de su viudo, Pablo Leyva, que todavía vive?
Yo llevaba muchos años pensando en hacer un libro sobre Feliza sin conocer a Pablo. Cuando decidí que esta sería mi siguiente novela lo busqué, entré en contacto con él y tuve la misma inquietud de siempre: ¿qué pasa si este hombre decide no abrirme su memoria, sus espacios y rechazar el proyecto? Eso habría sido muy frustrante, pero me encontré con un hombre de una generosidad tremenda y una memoria impecable, que entendió perfectamente el proyecto de un novelista. Entendió que lo que yo no quería hacer no era una biografía, sino una interpretación, una lectura del personaje de Feliza. Me abrió su memoria, sus archivos, me presentó a personas que habian conocido a Feliza. Se interesó activamente en leer los borradores de la novela para ir enriqueciéndola. Y el gran premio fue cuando leyó el libro y su opinión fue positiva.