Gioconda Belli: "El exilio es una constante para los intelectuales"

La escritora y periodista Gioconda Belli

Exiliada en España desde 2022 y despojada de su nacionalidad nicaragüense en 2023, reflexiona la escritora Gioconda Belli (Managua, 1949) sobre los costes personales que el compromiso político tiene en la siempre personalísima relación entre una madre y su hija. Desde su experiencia en primerísima persona como militante del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSNL), echa ahora la vista atrás en Un silencio lleno de murmullo (Seix Barral, 2024) para tratar de desentrañar conflictos varios: "entre el sueño y la realidad, entra la pasión y la responsabilidad". 

"También el conflicto con el pasado de alguien que es muy cercano, como es una madre, a la que no se conoce necesariamente. Conocer a las madres desde el punto de vista de las hijas es muy difícil, porque realmente una ve a su madre como alguien que cuida y da consejos, pero su parte de mujer con su propia vida está velada por esa función de cuidadora", plantea en un encuentro con periodistas en una céntrica biblioteca madrileña, donde reconoce que ella misma tuvo también sus "dudas" y sus "momentos de culpa". "Pero los hijos aprenden de una madre que hace lo que le gusta, que se realiza, que puede desarrollarse. Eso acaba siendo una experiencia positiva", asegura.

Belli ha vivido en sus propias carnes el auge y la caída del sueño revolucionario. Tanto es así que formó parte junto a Daniel Ortega en los años setenta del primigenio FSLN que luchó contra la dictadura de Anastasio Somoza. Un compromiso que le obligó a marcharse con 25 años a México y Costa Rica, no pudiendo regresar a Nicaragua hasta el triunfo de la Revolución Sandinista en 1979. Desempeñó cargos varios en el gobierno hasta su renuncia en 1993 por desavenencias con el rumbo de la gestión de Daniel Ortega, momento a partir del cual residió entre Estados Unidos y Nicaragua (donde se estableció permanentemente en 2013).

El largo desencuentro con el dirigente se recrudeció tras las protestas populares de 2018 en contra del gobierno del propio Daniel Ortega, quien ahí sigue, antiguo compañero revolucionario que terminó despojándola de su nacionalidad nicaragüense y confiscándole su casa. "Había salido del país a ver a mis hijas después del confinamiento y no pude volver a mi casa en 2021 porque empezaron a detener a todas las personas que tenían más o menos mi perfil", relata, recordando de paso lo importante que fue para ella poder recuperar su biblioteca: "Pasó como un año con la casa desocupada y después la alquilamos, por lo que tuvimos que sacar todo. Las cosas más personales pudimos traerlas porque no las confiscaron. Cuando vi llegar mis libros fue como ver llegar a mis amigos, rodearme de las voces y las palabras que me han hecho ser lo que soy".

"El exilio ha sido una constante en la vida de los intelectuales", lamenta, aclarando: "Cuando es un intelectual que le habla la verdad al poder, y no se puede ser intelectual de otra manera". "Siempre ha sucedido. Si pensamos en Franco, ¿cuántos intelectuales no fueron a Cuba o México?", pregunta, antes de responder a otro interrogante: ¿Por qué todas las revoluciones devienen en dictaduras? "Porque somos humanos y falibles", contesta. "Pero también porque vivimos muy corto tiempo y la historia es muy larga", prosigue, antes de asegurar que a pesar de todo ella tiene "fe en que en Nicaragua van a cambiar las cosas". "Yo no lo voy a ver, seguramente, pero van a cambiar", acota. 

Hay algo edificante en la herencia de quien tiene padres revolucionarios

El mensaje que la escritora quiere compartir, más allá de desilusiones y dificultades, es que "nada ha sido en vano" porque ella no cree en la "absoluta decepción". "Yo no reniego de lo que he vivido, todo me ha enseñado y la memoria me incentiva a no despreciar esa experiencia", afirma. "Viví un sueño enorme en el que participó mucha gente y fue muy positivo, que tuvo momentos de anécdotas extraordinarias para mi vida, así que escojo recordarlo con amor", remarca, para luego recordar: "La Revolución Francesa no acabó mal, pero la república tardó casi cien años en llegar. Como soy muy optimista, escojo esa visión de la Historia como parte de un proceso mucho más largo que la vida que nosotros tenemos. Y por eso es importante hacer las cosas que uno tiene que hacer mientras está vivo y apostar por el futuro aunque no vaya a verlo, no estar solo interesado en lo que a uno le va a beneficiar".

Difuminando esa línea entre realidad y ficción, Belli nos cuenta en su nueva novela la historia de Penélope, una mujer que viaja a España para ocuparse del legado de su madre recién fallecida. Allí le sorprende el confinamiento por covid, con lo que de pronto se ve rodeada de todas las pertenencias de una mujer a la que no llegó a conocer en toda su dimensión. "La situación se vuelve una especie de trabajo arqueológico en el que va descubriéndose a sí misma, a la madre, y también un secreto que hace que la novela tenga un punto de tensión narrativa constante. Un secreto que es en sí mismo muy revelador de toda esa otra contradicción entre la pasión y la responsabilidad", avanza la autora, sin desvelar más de la trama.

En la parte de realidad, concede Belli que "los hijos definitivamente pagan las consecuencias" de tener padres activistas y revolucionarios, si bien puntualiza que "puede no ser tan dramático como pensamos", ya que "tener un padre o una madre que tiene una profunda convicción y un compromiso social tiene también un aspecto positivo". Y es que, a su juicio, "hay algo edificante en la herencia" de quien tiene padres revolucionarios que quieren "alejar a sus hijos de un peligro que están viviendo", pero que al mismo tiempo "tiene una connotación de querer una vida mejor". "Yo lo he vivido con mis hijas, a quienes dedico esta novela, porque ellas también pasaron por todo esto", añade.

Y continúa: "Este libro es bien personal. Aunque está tamizado por la ficción, habla de algo sumamente importante en este momento para muchos países que están teniendo que enfrentarse a la desilusión. Pienso en la ilusión que tuvieron con las elecciones en Venezuela. A mí me sirvió para explicar un poco lo que pasó en esa rebelión de 2018, que no fue suficientemente cubierta por los medios, porque parece que las cosas que no nos afectan directamente pasan desapercibidas. Parece que tuviéramos un chip que nos permite que no nos afecten tanto. Por eso con la pandemia, como nos afectó a todos, la noticia mundial se convirtió en importante para todos".

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Insiste Belli en su defensa del optimismo aun siendo plenamente consciente de que "no va a impedir" que ocurran cosas que no nos gusten, a pesar de lo cual opina que "es mejor tener una visión positiva, aunque sea difícil en este momento en el que estamos pasando una crisis bien seria" con problemas tan serios como los movimientos migratorios o los conflictos armados en Ucrania o Palestina: "No dejo de ver con preocupación y tristeza profunda que en este mundo del siglo XXI estén pasando estas cosas ante los ojos de todos y no podamos hacer nada, lo cual nos deja con una sensación de impotencia al tiempo que estamos tan enterados de todo lo que está pasando. A veces me pongo a pensar cómo se sentiría la gente antes de la Segunda Guerra Mundial. Tengo la esperanza de que no vamos a tener la Tercera, pero estamos en un momento de cambio profundo en el mundo y tenemos que adaptarnos, tener la visión de cómo va a resultar todo esto y no ser tan negativos.

En este contexto tan inquieto e incómodo, no deja la autora de defender que "la buena literatura sigue siendo revolucionaria", porque "aborda los grandes temas y cumple en cierta manera una función social". "Porque también está lo que Vargas Llosa llama la cultura y la literatura como espectáculo", puntualiza, una categoría en la que no entra Un silencio lleno de murmullos al tener un "interesante enfoque de cosas muy humanas, de la mujer, de esa vivencia que tenemos que hacer todos entre nuestras responsabilidades y nuestras pasiones".

Para desencallar esta situación global necesitamos, a su juicio, "nuevos paradigmas y maneras de afrontar la realidad" en un momento en el que no es que las ideologías hayan desaparecido sepultadas por el materialismo, pero sí que son "más difíciles de reconocer". "Ahora vemos un auge de la derecha en todo el mundo y esa es una ideología, solo que ahora combina autoritarismo, populismo, cosas de la izquierda... una mezcla para tratar de encontrar partidarios", señala, antes de rematar: "Por eso hay ciertas izquierdas que son reconocibles pero al mismo tiempo no logran evolucionar. Las ideologías tienen que evolucionar y desafortunadamente están evolucionando ahora en una dirección que no me gusta".

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