IGUALDAD
Lalachus y la violencia estética: tres de cada cuatro personas con sobrepeso sufren discriminación
Laura Yustres Vélez es cómica, actriz y colaboradora en distintos programas de éxito. La revista Forbes la incluyó este año en su lista de mejores creadoras de contenido y el mismo año recibió el Premio Ídolo en la categoría de humor. El próximo 31 de diciembre se asomará al balcón de la madrileña Puerta del Sol para presentar las campanadas en la televisión pública. Laura Yustres Vélez es también conocida como Lalachus. Y su nombre ha ocupado titulares en la última semana no por su talento, ni por su valía, ni por su carrera: una jauría se ha revuelto contra su físico.
Los insultos, la violencia, ha encontrado perfecto acomodo en redes sociales, donde la joven humorista ha sido foco de humillaciones, mofas y ataques directos. Pero la respuesta en su defensa ha sido también masiva. "Las críticas que estoy leyendo nada tienen que ver con que sea gorda sino con que es mujer. ¿Alguien recuerda alguna crítica por su peso contra Alberto Chicote o contra Ibai Llanos cuando presentan las campanadas? Tanto por avanzar. Puro machismo", publicaba José Pablo López, presidente de Radio Televisión Española (RTVE), en la red social X.
Le seguirían enseguida distintos políticos de alto nivel. La ministra de Igualdad, Ana Redondo, añadía: "A las mujeres se nos acosa por altas, bajas, gordas, delgadas… Nos juzga el machismo por el hecho de ser mujeres, la prueba de que tenemos que seguir avanzando en igualdad". Y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, secundaría el gesto de apoyo con otro mensaje: "Que las mujeres tengan un señalamiento mayor cuando están en la esfera pública es machismo. Todo mi apoyo, querida. Estamos orgullosas de verte en la televisión pública".
La cómica respondió este miércoles a la oleada de críticas valiéndose de ironía, pero también con una contundente réplica: "Me voy a poner seria. Simplemente decir que no hay ni habrá nadie en el mundo y en el universo que pueda quitarme un mínimo de ilusión y de que no me merezca estar con este caballero las campanadas".
Lalachus ponía de esta forma el foco en una cuestión clave: los efectos de la violencia estética sobre la salud mental y la proyección pública de las mujeres. Los insultos y los ataques tienen precisamente ese propósito contra el que se rebela la cómica: desmoralizar a las víctimas, apartarlas de los puestos de visibilidad, relegarlas a lo oculto y a lo marginal. Obligarlas a elegir entre ser invisibles o mostrarse y ser humilladas.
Invisibilizadas o violentadas
En este asunto pone el acento Ángela Rodríguez, Pam, exsecretaria de Estado de Igualdad. "A las mujeres que hemos estado expuestas nos han criticado por muchas cosas, como el escrutinio incansable de nuestra vida privada, pero no podemos negar que cuando tu cuerpo no entra dentro del canon establecido hay una serie de comentarios que consiguen que se pague mucho más caro estar expuesta".
Por ese motivo, la exsecretaria de Estado sí traza una línea divisoria entre el acoso machista que sufren las mujeres en general, y aquel que recae específicamente sobre los cuerpos disidentes. "No es exactamente lo mismo", matiza. En ese sentido, propone un ejercicio: recordar quiénes han sido las mujeres que tradicionalmente han presentado las campanadas en ediciones pasadas. Ninguna, afirma, tenía un cuerpo como el de Lalachus porque "quienes ocupan los espacios públicos son mayoritariamente personas que entran en los cánones de belleza. Y no es lo mismo que te critiquen porque llevas un vestido transparente, a que te critiquen por gorda: te coloca en dos lugares muy diferentes".
Cristina Hernández, directora del Instituto de las Mujeres, enmarca el linchamiento contra la humorista en una dinámica clara: el disciplinamiento de las mujeres a través del control de sus cuerpos. "Uno de los mandatos del patriarcado, en la sociedad machista en la que vivimos, es el control de los cuerpos de las mujeres", señala a preguntas de este diario, donde tienen cabida cuestiones como "la cultura de la dieta, la cultura de la delgadez o la cultura de la estética". En ese sentido, Hernández destaca "el tiempo y la energía" que ceden las mujeres "intentando alcanzar cuerpos que no existen". Y por eso "la insatisfacción de las mujeres en relación a sus cuerpos es también una gran industria", remata.
A quién votamos y de quién nos enamoramos
¿Qué dicen los datos? Según una encuesta realizada el año pasado por la Sociedad Española de Obesidad (SEED), tres de cada cuatro adultos con obesidad se sienten discriminados por su peso. La misma encuesta revela que un 12% de los encuestados piensan que las personas con obesidad están menos capacitadas para ocupar un cargo directivo o un cargo público. El 22% de la población reconoce que llevaría mal tener un jefe con sobrepeso, el 25% no votaría a un político percibido como gordo y alrededor del 30% declara que difícilmente podría llegar a enamorarse de una persona gorda.
En cuanto a los sesgos de género, el terreno laboral da buena cuenta de cómo machismo y gordofobia interseccionan. Un estudio del Instituto de Estudios Laborales de Brighton determina que las mujeres con obesidad y sobrepeso ganan de media un 9% menos a lo largo de su vida.
Las cifras tienen un impacto directo en la salud. Según recoge el análisis Situación sanitaria y social de las personas con obesidad en España, publicado en noviembre de 2023 por la red Alianza por la Obesidad, "estudios recientes han revelado que los pacientes adultos con obesidad tienen entre un 23% y un 36% más de probabilidades de desarrollar depresión". En el caso de la ansiedad, estas personas tienen entre "un 30% y un 40% más de posibilidades de desarrollar trastornos o síntomas" ligados a esta patología. Los datos recopilados en el estudio indican que un 96% de los pacientes han experimentado algún nivel de impacto emocional.
Insatisfacción con el cuerpo propio
Pero las imposiciones estéticas y la gordofobia deterioran también la salud física. Según la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia, aproximadamente entre el 4,1% y el 6,4% de las mujeres españolas desarrollan cada año alguno de los cuadros incluidos en los trastornos alimentarios. El número de casos, a nivel mundial, se ha duplicado en los últimos dieciocho años, afectando mayoritariamente a mujeres y adolescentes. Y sin embargo, las cifras podrían ser mucho mayores debido al infradiagnóstico.
La principal causa está clara y tiene mucho que ver con todo lo anterior: la insatisfacción corporal. El Barómetro juvenil sobre Salud y Bienestar de 2023 revela que un 57,7% de los adolescentes está preocupado, en algún grado, por su imagen externa. Entre las chicas, el porcentaje se dispara al 66%, mientras que para ellos se queda en el 50,7%.
El estudio Mujeres jóvenes y trastornos de la conducta alimentaria. Impacto de los roles y estereotipos de género, publicado este año por el Instituto de las Mujeres, aporta algunas claves sobre cómo nace esa insatisfacción con el propio cuerpo. "La autoestima de las mujeres está regulada por un criterio externo: la aceptación social vinculada a su atractivo físico". La no validación por parte de la mirada ajena deviene en "baja autoestima, incremento de la autocrítica, insatisfacción corporal, desórdenes alimentarios, trastornos alimentarios, ansiedad o depresión".
Quien no encaja, por tanto, convive con distintos grados de violencia. Y aquí también se constatan sesgos de género. Un estudio elaborado por la compañía Novo Nordisk en 2017 sobre El trato a las personas con obesidad o sobrepeso en internet revela que el 53% de los mensajes insultantes en X contra personas con obesidad o sobrepeso proceden de hombres, frente al 27% vertidos por mujeres –en el 20% restante se desconoce el género–. Pero además, cuando son ellas quienes violentan, los dardos van dirigidos contra sí mismas: el 62% de los insultos que provienen de mujeres son autocríticas hacia sus propios cuerpos.
El doble rasero de la salud
La violencia no anida sólo en redes sociales, sino que también despliega su potencial en las instituciones. El informe del Instituto de las Mujeres habla de "violencia institucional normalizada", especialmente en el ámbito de la salud, producto de haber asumido "el control de peso" como uno de los "clichés que muchas personas y profesionales de la salud repiten". Como consecuencia, se reproducen fenómenos como el consumo de fármacos o productos para adelgazar, muchos de ellos inhibidores del hambre, casi siempre en nombre de la salud.
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El informe reporta el impacto de la gordofobia en la consulta del médico, con secuelas como "diagnósticos tardíos, ya que los malestares se achacan al peso corporal", pero también "prescripciones médicas de pérdida de peso durante años o dietas con consumos calóricos bajísimos que atentan contra la salud". Como resultado, "las experiencias previas con profesionales de la medicina hacen que se llegue a evitar y sentir ansiedad cuando se acude a la consulta médica por miedo a ser juzgada".
En un artículo publicado hace dos años, el actual director de Salud Pública del Ministerio de Sanidad, Pedro Gullón, introducía la gordofobia como un problema de salud pública, centrándose en aspectos como la falta de representación: "Excluir a personas con obesidad de la vida pública es eliminar parte de su derecho a la representación y aumentar su estigma. Y no solo como un concepto vacío, es que el estigma ha sido ampliamente estudiado por profesionales de la salud como un riesgo para la mala salud mental y física". Algunos datos en torno a la representación: según el Observatorio de Diversidad en los Medios Audiovisuales (ODA), en 2023 sólo en torno al 8% de los personajes de ficción analizados eran percibidos como gordos. Más de la mitad, no tenían trama propia.
Sobre la perspectiva médica se detiene la exsecretaria, quien censura el doble rasero de aquellos que justifican sus ataques aludiendo a cuestiones de salud, pero deciden obviar el impacto nocivo que sí tiene el estigma. "Si se tratase de preocuparnos por la salud de las personas, los comentarios irían en otra dirección", asiente. Una preocupación genuina por la salud de las personas desterraría el insulto para dar paso a la pedagogía: "Dirían que beber alcohol es nocivo, igual que fumar, no hacer deporte o consumir alimentos procesados", reflexiona, al tiempo que replica la misma lógica para evaluar la posición de las instituciones: "Para rebajar el cinismo hay que revisar cuáles son las políticas públicas" y ahí conviene preguntarse "por qué no hay gimnasios gratuitos, por qué no se hace un control de la nutrición en los espacios públicos como los comedores escolares o por qué no se etiqueta la comida procesada". La respuesta es que en el fondo del asunto no está ningún generoso interés por la salud de las mujeres, sino una forma más de ejercer violencia contra sus cuerpos.