Capitalismo depredador y contrarrevolución iliberal: las élites mundiales toman nota de la agenda de Trump

El presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, aparece en una pantalla mientras interviene en Davos.

Martine Orange (Mediapart)

Desde las primeras horas de la cumbre económica mundial de Davos, el 20 de enero, los participantes se fueron dando cuenta de que algo había cambiado: su tiempo había pasado. Cuando todas las cámaras y los micrófonos solían centrarse en ellos para que dieran su opinión sobre cómo debía gestionarse el mundo, por primera vez se sentían ignorados, casi abandonados. El poder estaba ahora en otra parte. En Washington.

Los oradores iban subiendo al escenario y el público apenas les prestaba atención: sus ojos estaban pegados a las pantallas, viendo la ceremonia de investidura de Donald Trump donde, en primera fila, destacaban los multimillonarios digitales que tantas veces han animado los debates de Davos en el pasado: Elon Musk (Tesla, X), por supuesto, pero también Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Meta), Sundar Pichai (Alphabet-Google) y Tim Cook (Apple).

Entre todos suman 1.300 billones de dólares, según cálculos de la prensa. Pero, sobre todo, la presencia de esos líderes ilustró una ruptura que muchos participantes en Davos ni siquiera se habrían atrevido a soñar hace apenas unos meses: estos multimillonarios están ahora en el corazón de la maquinaria política y administrativa de Estados Unidos, la primera potencia económica mundial.

Incluso antes de intervenir por videoconferencia en la cumbre el 23 de enero, el presidente americano ya había marcado la agenda. Más que estupefactos por la rapidez con la que Donald Trump se ha hecho con el poder, los participantes en el foro estaban fascinados.

Porque lo que estaba en juego en la cumbre de Davos era la adhesión de las élites mundiales, hasta ahora acostumbradas a una globalización feliz, a la contrarrevolución antiliberal, incluso fascista, lanzada por Donald Trump. Incapaces de encontrar los remedios para reparar un capitalismo en crisis desde 2008, ahora están todos dispuestos a abrazar el imperialismo del presidente americano, que les promete una “edad de oro” de poder del dinero sin límites ni frenos.

Todas suscriben este capitalismo depredador y la violencia social que conlleva, aceptando abandonar todos los principios, en primer lugar la democracia. Ellas, que durante décadas sostuvieron que el capitalismo era el mejor garante de la democracia.

Todo se ha ido por la borda

De repente, todo lo que estos participantes habían estado alabando como éxitos –incluso en la última cumbre– les pareció espantoso. Todo lo que habían ensalzado como modelo insuperable, llegando incluso a negar sus fallos más flagrantes, les pareció caduco.

De repente, todo se ha ido por la borda. Los temas que hasta entonces ocupaban el centro de sus conversaciones cotidianas –libre comercio, crecimiento, evolución de los tipos de interés, deuda, necesidad de rigor presupuestario por parte de los gobiernos– apenas despertaron su interés. Aunque subrayaron constantemente la importancia del orden internacional, pocos se conmovieron por el destrozo del derecho internacional.

A excepción del secretario general de la ONU, António Guterres, que advirtió de que los combustibles fósiles son “un monstruo [...] que no perdonará a nada ni a nadie”, del presidente sudafricano Cyril Ramaphosa –su país es uno de los más expuestos al cambio climático–, que subrayó la necesidad de continuar la transición, y del ex vicepresidente americano Al Gore, apenas hubo voces que defendieran la agenda climática.

El abandono de cualquier plan para combatir el calentamiento global, la salida de EEUU del Acuerdo de París y la liquidación en marcha de todas las agencias federales e instrumentos administrativos para proteger el medio ambiente parecían formar parte de una cierta normalidad.

Sin embargo, en 2017 y 2018, los líderes de Davos habían hecho de la lucha contra el cambio climático su principal causa global. Se había invitado a los miembros del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) a presentar sus distintos escenarios de cambio climático y a señalar las vías para contrarrestar esta dramática evolución.

Los fabricantes de automóviles, las compañías petroleras, los financieros y los grandes laboratorios prometieron entonces, con la mano en el corazón, hacer todo lo posible para promover políticas más respetuosas con la naturaleza, adoptar y apoyar las energías renovables y defender un “capitalismo sostenible”.

Para apreciar la ruptura con el pasado en este y otros temas, basta con ver la forma en que fue recibido Javier Milei. El presidente argentino se ha convertido en un icono

Muchos de ellos ya habían renunciado a estas promesas, mucho antes de la elección de Donald Trump. En 2021, las grandes petroleras habían empezado a reducir sus proyectos de energía limpia y volvían a perforar como antes. Los financieros siguieron su ejemplo, abandonando sus proyectos de financiación verde ya que, según ellos, no eran lo bastante rentables. Los fabricantes de automóviles, que habían seguido adelante con los vehículos eléctricos, ahora están dando marcha atrás. Han ejercido una intensa presión sobre los gobiernos para que reduzcan drásticamente todos los planes de transición de la industria automovilística.

Un Javier Milei desatado

En cuanto a la diversidad, ni siquiera se ha mencionado. A lo largo de la última década, los intervinientes en Davos habían hecho un aluvión de promesas en ese ámbito. Uno tras otro, todos se habían comprometido a promover políticas sociales que respetaran la diversidad, fomentando la inclusión y la promoción de las mujeres, las personas racializadas y las personas LGTBIQ+. Hoy, el abandono de esas políticas por parte de Mark Zuckerberg y la liquidación de las agencias federales que trabajan en estos temas no contribuyen en nada a defenderlas.

Para calibrar la ruptura en curso, en este tema como en otros, basta con observar la forma en que fue recibido Javier Milei. Las declaraciones antriores del presidente argentino, en las que exponía su ambición de atacar “con una motosierra” todas las funciones del Estado para “desocializarlo”, habían sido recibidas con circunspección e incluso desprecio. Muchos le consideraban un “payaso”.

Pero la acogida que ha tenido este año es bien distinta: Javier Milei se ha convertido en un “icono”. El 54% de la población que vive por debajo del umbral de la pobreza no es, según las élites mundiales, más que un “daño colateral” en la reconstrucción de un capitalismo de futuro.

Así pues, el público de Davos siguió esta vez con atención y sin vacilar el discurso del presidente argentino, en el que criticó a Occidente por “abandonar sus modelos de libertad por el colectivismo”, elogiando al “fantástico” Elon Musk, a la “feroz dama italiana” Giorgia Meloni, a Viktor Orbán y a Benyamin Netayanhou.

Sin pelos en la lengua, denunció el “wokismo”, la perversión de la moral que permite “a los hombres vestirse de mujer y meterse con los niños”. No hubo la menor protesta.

Cuidar a los enemigos, atacar a los aliados

Los gobiernos chino y ruso, y todos las poderes totalitarios del mundo que llevan años fustigando las libertades democráticas en Occidente, no podían esperar nada mejor. Criticados con regularidad en años anteriores, todos se han librado en este foro. Lo mismo que ha hecho Donald Trump por el momento.

Por ahora ha hablado poco de China, limitándose a pedir un “comercio justo” entre ambos países. Su intención es negociar cuanto antes con Vladimir Putin para poner fin a la guerra en Ucrania. Lo repitió durante su discurso en Davos: “No intento hacer daño a Rusia. Me gustan los rusos y siempre he mantenido buenas relaciones con el presidente Putin. [...] Hablemos de esta guerra [en Ucrania] que nunca habría ocurrido si yo hubiera sido presidente. [...] Es hora de llegar a un acuerdo. No hay que sacrificar más vidas”.

Parece que esas negociaciones han de seguir el pensamiento del presidente americano: del poder al poder. Puede que el gobierno ucraniano no tenga en ellas más que un lugar secundario. En cuanto a Europa, no cuentan con ella.

Pero fue respecto al continente europeo, la Unión Europea, que hasta ahora no había mencionado, donde Donald Trump tuvo las palabras más duras, las amenazas más fuertes. Después de Canadá y México, el presidente americano continúa con esa extraña diplomacia: tratar bien a sus enemigos y atacar a sus aliados, que espera se rindan por completo y se conviertan en vasallos al servicio exclusivo del poder estadounidense.

Europa frente al Trump 2.0

Donald Trump ha resucitado su arma favorita: los aranceles. Reprocha a Europa no poder vender ningún producto americano –”ni agrícola, ni industrial, ni energía”– a causa de las normas y reglamentaciones, y exige un comercio justo y equitativo, so pena de imponer derechos de aduana a las importaciones europeas. Algunas de estas importaciones ya estaban sujetas a impuestos de entre el 60% y el 100% desde 2019. Y esos impuestos no han sido suprimidos por la administración Biden.

Adoptando la opinión, ya muy extendida, de que el presidente americano es un hacedor de tratos, muchos líderes europeos están convencidos de que, más allá de la retórica violenta, existe una vía, como en el pasado, para encontrar una vía de entendimiento

Incluso antes de su investidura, Trump ya había exigido que Europa importara más gas y petróleo americano, también so pena de sanciones aduaneras. En Davos ha llevado aún más lejos su posición pidiendo a los dirigentes europeos que importen sus capitales y que vayan a producir a Estados Unidos, prometiéndoles la ausencia de trabas reglamentarias y fiscales. Si no cumplen su voluntad, se enfrentarán a sanciones aduaneras.

Ya en noviembre, Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE), marcó la pauta en una entrevista al Financial Times. Recomendó comprar productos americanos, sobre todo energéticos, para ganarse al irascible Donald Trump.

Durante su intervención, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, siguió en la misma línea: abogó por un diálogo exigente con Estados Unidos. Una postura apoyada por el ministro alemán de Finanzas, Jörg Kukies, que defendió “iniciar conversaciones entre Europa y Estados Unidos sobre los aranceles antes de adoptar contramedidas”.

Adoptando la opinión, ya muy extendida, de que el presidente americano es un hacedor de tratos, muchos líderes europeos están convencidos de que, más allá de la retórica violenta, hay un camino, como en el pasado, para encontrar una vía de entendimiento.

Pero, ¿es el Donald Trump de hoy el mismo que el de 2016?

El sometimiento de Europa

La rápida contrarrevolución iniciada por Trump ha supuesto una sacudida mental. Todos los responsables piden a Europa, sumida en el estancamiento desde hace más de una década, que abrace la agenda establecida por el presidente americano, abandone sus normas, sus regulaciones e incluso sus principios, para liberar el “espíritu animal” y permita que el capitalismo recupere su fuerza y energía sin restricciones.

“Si la economía americana sigue creciendo, si todos los grupos quieren tener una sede en Estados Unidos y comerciar allí porque la reglamentación es más leve, los dirigentes europeos tendrán que decir a los políticos europeos: ‘Hagan algo o nos iremos allá”, dice Rich Nuzumn, responsable del grupo de consultoría Mercer, resumiendo así el sentimiento general.

Los llamamientos a alinearse con la agenda americana ya han comenzado. Mark Rutte, nuevo Secretario General de la OTAN – anteriormente primer ministro de los Países Bajos– ha recomendado a los Estados europeos que recorten drásticamente el gasto social y en pensiones para financiar el esfuerzo europeo de defensa. Y de paso que supriman la preferencia europea por la compra de material americano.

Los bancos piden una rápida revisión de la normativa europea para eliminar los obstáculos que penalizan su rentabilidad frente a sus competidores americanos. Los fabricantes, desde la biotecnología a la tecnología digital, exigen el fin de la quisquillosa burocracia europea que frena la innovación y el desarrollo de proyectos. Todos piden una revisión completa de los planes ecológicos europeos para promover la transición ecológica y acabar con normas y reglamentos “contraproducentes”.

A raíz del discurso de Donald Trump, el grupo Stellantis (antes FiatChrysler-PSA), ahora bajo el control de la familia Agnelli, muy cercana al gobierno de Meloni, anunció un importante programa de inversiones para sus plantas de Jeep en Estados Unidos. Prevé producir en ellas SUV más clásicos para evitar los posibles aranceles que amenazan las importaciones de sus vehículos fabricados en México.

Trump aprovecha Davos para vender Estados Unidos como un gran negocio

Trump aprovecha Davos para vender Estados Unidos como un gran negocio

La iniciativa ya está ahí. El sometimiento de Europa está en marcha.

 

Traducción de Miguel López

Más sobre este tema
stats