El barrio es nuestro es un blog colectivo alimentado por la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM). El nombre alude al viejo grito de guerra del movimiento vecinal que sirve para reivindicar el protagonismo de la vecindad en los asuntos que la afectan, a menudo frente a aquellos que solo ven en el territorio un lugar de negocio y amenazan su expulsión.
Las fiestas populares, trinchera de la vida colectiva
Este mes de mayo, San Isidro da el pistoletazo de salida a la celebración de las fiestas populares en Madrid. Como cada año, asociaciones vecinales y colectivos sociales se han volcado en organizar un sinfín de actividades, preparar y montar las casetas y enfrentarse a un trabajo duro, necesario y vital para los barrios y pueblos de la región. Detrás de cada festejo hay una gran carga de esfuerzo voluntario y un compromiso constante con la vida comunitaria.
Muchas de las fiestas populares que hoy disfrutamos deben su origen a los colectivos vecinales, que las pusieron en marcha como espacios anuales de encuentro y celebración comunitaria. Además de reivindicar mejoras para el barrio, era y es fundamental juntarse para festejar y divertirse.
Con el tiempo, esos encuentros festivos se transformaron también en símbolos de identidad colectiva. Aunque los festejos han evolucionado y en muchos casos se han profesionalizado, aún resisten espacios donde la reivindicación y la ocupación del espacio público siguen siendo piezas esenciales de la vida en comunidad.
A través de las fiestas las asociaciones no solo celebran, también luchan, visibilizan sus anhelos, denuncian y cuidan, además de defender el derecho a la ciudad, promocionar un ocio alternativo y crear entornos compartidos y seguros.
Sin embargo, en los últimos años se ha intensificado un fenómeno preocupante: la mercantilización de las fiestas populares. Esta tendencia convierte cualquier festejo en un producto susceptible de ser explotado por empresas privadas, perdiendo así su sentido original. Se impone una lógica comercial en la que los espacios comunitarios se transforman en plataformas de consumo, ruido y a veces turismo, alejadas de las necesidades reales de los barrios. Se puede observar una tendencia al “postureo” en algunos festejos populares que se celebran en Madrid, donde lo simbólico se vacía y lo popular se privatiza. Convertidas en marca para intereses ajenos, muchas fiestas dejan de generar comunidad para generar beneficios económicos.
Frente a este modelo, las asociaciones vecinales y los colectivos sociales resisten. Y es precisamente esa resistencia, a veces silenciosa pero constante, la que mantiene vivas muchas de las fiestas que siguen ancladas en lo comunitario. Pero no están exentas de dificultades. Las trabas administrativas aumentan. Los permisos solicitados por las administraciones públicas son cada vez más restrictivos. Se exige a las asociaciones una cantidad de documentación desproporcionada, se imponen criterios técnicos costosos, y se multiplican los obstáculos.
Frente a esto, llama mucho la atención la facilidad con la que un empresario puede abrir un bar o un piso turístico en la capital, pues para hacerlo basta con que presente una simple Declaración Responsable.
Tomar las calles no es una consigna vacía, es una necesidad urgente. Frente al modelo de ciudad escaparate, las fiestas populares siguen siendo una de las últimas trincheras de la vida colectiva.
En los distritos del Madrid de Martínez-Almeida las dificultades van por barrios: dependiendo de la relación que quiera mantener la concejalía de turno con las asociaciones vecinales, se exige una documentación u otra para la instalación de las casetas o para solicitar las propias fiestas populares. Si la junta municipal no admite el festejo, ese espacio no se considera recinto ferial, y por tanto, no se pueden obtener ciertos permisos imprescindibles. Esta desigualdad en los decretos y decisiones políticas genera una enorme incertidumbre para las asociaciones a la hora de presentarse a las licitaciones de las casetas. Y no solo eso: imponer ciertos elementos técnicos encarece los gastos que supone a la asociación instalar una caseta, que en muchos casos representa su única fuente de ingresos para desarrollar actividades durante todo el año.
El coste no es solo económico. También es personal. La carga de trabajo voluntario se eleva hasta niveles insostenibles para muchas personas que ya dedican su tiempo libre a sostener la vida del barrio. A eso se suma una brecha digital cada vez más profunda entre asociaciones y los procesos telemáticos que exige la Administración.
Muchas asociaciones demuestran a diario que otro modelo de fiestas es posible. En los barrios y pueblos de Madrid organizan regularmente festivales de música, espacios de debate, muestras de arte local, torneos de deporte de base, teatro y danza, actividades infantiles y un largo etcétera de actos sin que medie lucro alguno. Todo ello desde una visión integradora que incorpora la perspectiva de género, crea puntos violeta y arcoíris, y trabaja para que las fiestas sean espacios seguros para todos y todas las vecinas.
Debemos seguir luchando por sacar nuestros proyectos, actividades y sueños a las calles. Juntarnos en los espacios públicos, generar redes de convivencia y apoyo mutuo entre vecinas, combatir la soledad no deseada y el consumo irresponsable de ocio y recursos. Porque mantener vivas las fiestas es también mantener vivos los pueblos y ciudades.
Tomar las calles no es una consigna vacía, es una necesidad urgente. Frente al modelo de ciudad escaparate, las fiestas populares siguen siendo una de las últimas trincheras de la vida colectiva. Y mientras haya asociaciones que apuesten por ellas, la alegría también será una forma de resistencia.
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Irene Valiente es politóloga.
Sobre este blog
El barrio es nuestro es un blog colectivo alimentado por la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM). El nombre alude al viejo grito de guerra del movimiento vecinal que sirve para reivindicar el protagonismo de la vecindad en los asuntos que la afectan, a menudo frente a aquellos que solo ven en el territorio un lugar de negocio y amenazan su expulsión.