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¿Para qué el canto gregoriano?

Si tienen hijos en edad escolar seguro que esta pregunta les suena. “¿Yo para qué tengo que aprenderme los diptongos o los hiatos? ¿O para qué es necesario estudiar arte o música?”. Cuando llegan a la adolescencia las preguntas se convierten ya en quejas, casi casi en un conato de motín; ser rebelde en esa edad, ya saben, es casi una obligación y hay asignaturas con las que se enrocan y optan por empezar a cuestionar su verdadero valor: todo tiene que tener un para qué, no un por qué. Importa más qué puedo aprovechar de esto, qué saco yo de aprender algo sobre el canto gregoriano que intentar encontrarle una razón. “No existe justificación, así que seamos prácticos. Dejemos de perder el tiempo”. Ésa es su máxima.

Una de esas conversaciones tuvimos el otro día en casa. La hora de la cena es la que aprovechamos los cuatro para contarnos cómo ha ido el día, qué nos ha pasado, con qué andamos preocupados, o al revés, ilusionados… El más pequeño sacó el tema: andaba arrastrando los apuntes de música, sí, en concreto el canto gregoriano y planteó la pregunta del millón: “¿Yo en mi vida adulta esto para qué lo voy a necesitar?”. De fondo estaba la tele, ya saben, yo con el rabillo del ojo atenta a los infos de la noche, para no perderme nada de lo que había pasado, y, casualidad, una de las noticias que sonaba de fondo era la batalla política por la nueva reforma educativa propuesta por el Gobierno.

Esa reforma apuesta por intentar poner el acento en cómo aprenden, en cómo asimilan los conceptos en el aula. Y, lo más importante, cómo los aplican después. Y no tanto en que memoricen fechas, datos y nombres que, al poco tiempo, olvidan por completo. Trabajar en proyectos, evaluar más por el trabajo que hacen que por las respuestas que dan en un momento concreto, en un examen.

La pregunta estaba ahí, y no era la primera vez que la escuchábamos. Mi hija mayor, en su momento, también planteó que mucho de lo que aprendía en clase no le iba a servir luego para nada. Ahora ya en la universidad, centrada y disfrutando de lo que le gusta, la ciencia, puede ver con un poco más de perspectiva aquello. Y fue ella la que tomó la palabra: “Créeme, no todo lo que des en clase tiene que tener un porqué. Disfruta de esa asignatura, porque luego no la vuelves a ver”. Yo sonreí, porque era algo parecido a lo que le habíamos dicho a ella en su momento.

Durante un buen rato hablamos sobre lo que aportaba la música a tu vida, (yo estudié los 5 años de solfeo, los dos de canto coral, composición, historia de la música y 7 años de piano, y ahí están, no me he dedicado profesionalmente, pero son parte de mí). Estuvimos explicándole que no todo consistía estos años en aprender, memorizar y escupirlo luego en un examen. Que con la música podías también explorar tu parte más creativa, dejar de sistematizar tu aprendizaje y, bueno, disfrutar de una disciplina que te puede traer cosas maravillosas. Le puse mi ejemplo, él y su hermana me escuchan muchas tardes al piano, de hecho son ellos los que me piden que toque para relajarse un rato mientras estudian… En definitiva, disfrutan de la música. Pero una cosa es disfrutarla y otra estudiarla.

Lo importante es que tengan ilusión por formarse, que no se conformen.

No le llegamos a convencer del todo, lo admito, pero la conversación se quedó flotando en mi mente. Intentar que a esta edad, 13/14/15, no se desmotiven es vital para lograr que sigan formándose, en lo que quieran, pero que sigan teniendo interés, curiosidad, por aprender a poner un enchufe o a saber la tabla periódica. Da igual. Lo importante es que tengan ilusión por formarse, que no se conformen. La tasa de abandono escolar en esta franja sigue siendo alta, estamos a la cabeza de Europa, lejos del objetivo marcado.

Admito que, que sean críticos con lo que aprenden y con cómo aprenden, en el fondo me gusta. Me gusta que sean exigentes con sus profesores, no que los desautoricen, pero sí que les pidan que den lo mejor de sí mismos, que no suelten su rollo un día tras otro por puro trámite y se marchen por la puerta sin saber si lo que han explicado o contado lo ha entendido la clase y, lo más importante, les ha generado curiosidad. Me gusta, sí, porque creo que es parte, también, de su formación como personas.

Mientras tanto, intentaré buscarle un para qué al canto gregoriano, a ver si consigo convencer a mi adolescente rebelde. Buen viernes.

Si tienen hijos en edad escolar seguro que esta pregunta les suena. “¿Yo para qué tengo que aprenderme los diptongos o los hiatos? ¿O para qué es necesario estudiar arte o música?”. Cuando llegan a la adolescencia las preguntas se convierten ya en quejas, casi casi en un conato de motín; ser rebelde en esa edad, ya saben, es casi una obligación y hay asignaturas con las que se enrocan y optan por empezar a cuestionar su verdadero valor: todo tiene que tener un para qué, no un por qué. Importa más qué puedo aprovechar de esto, qué saco yo de aprender algo sobre el canto gregoriano que intentar encontrarle una razón. “No existe justificación, así que seamos prácticos. Dejemos de perder el tiempo”. Ésa es su máxima.

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