JD Vance tiene razón: Europa tiene el enemigo en casa Cristina Monge

No acabo de entender el shock en el que muchos europeos se han sumido esta semana tras el entronamiento de Trump. ¿Acaso el 5 de noviembre no estaba ya claro lo que iba ocurrir? ¿Alguien tenía alguna duda de lo que iba a significar su llegada al poder en esta versión 2.0? Ni siquiera el protagonismo de los multimillonarios tecnológicos es una novedad para quien siguió la campaña. Ni mucho menos la irreverencia que mostró en su primer discurso como presidente ni su manifiesto desconocimiento al tratar a España como parte de los países BRICS. Es más, ahí radica parte de su éxito, y lo sabe.
Es comprensible que la imagen impresione, en efecto, porque en Europa no estamos acostumbrados a un ejercicio tan pornográfico del poder, pero poca sorpresa ha habido en estos primeros días. Llama la atención que las semanas previas se hablara de “incertidumbre” respecto a las primeras horas de Trump en la Casa Blanca. ¿Alguien, de verdad, pensaba que iba de farol? Cosa distinta es lo que consiga hacer, y eso es algo que parece que se está olvidando.
Que cada cual se tome el tiempo que necesite para asumir esto, pero una vez superado, sólo cabe intentar entender y reaccionar. Dejar de ser esa vaca que mira al tren, “apabilada” como dirían en mi tierra, sin alcanzar a distinguir los vagones ni a comprender lo que está ocurriendo. Permanecer así es la mejor manera de que el tren te pase por encima.
Frente a esto, merece la pena hacerse, al menos, tres preguntas:
1.- ¿Funcionarán los contrapoderes –los famosos checks and balances– de los que ha presumido tradicionalmente la democracia estadounidense? Es cierto que Trump dispone de mayoría en las dos cámaras y en el Tribunal Supremo. Además, controla al Partido Republicano –al que ha anulado con su “movimiento MAGA”–, y no puede volver a optar por un nuevo mandato, por lo que no va a estar muy preocupado por la opinión de los votantes. Pero también es cierto que una de sus primeras medidas, la de negar la nacionalidad a los nacidos en EEUU de padres migrantes, ha sido rápidamente recurrida por cuatro Estados y paralizada por los tribunales (ver aquí), que fondos de inversión y millonarios como Bloomberg han manifestado que van a seguir apoyando las energías renovables (ver aquí) –entre otras cosas por los sustanciosos beneficios–, al igual que ciudades, Estados, empresas y centros de investigación de EEUU (ver aquí), que no es creíble su enfrentamiento contra el coche eléctrico siendo su mano derecha Elon Musk, dueño de Tesla, o que la sociedad civil norteamericana es lo suficientemente activa como para plantar cara, como lo hizo esta semana la obispa de Washington en su ya famoso discurso, dando voz a los 75.000.000 de norteamericanos que se movilizaron en las urnas contra Trump, apenas 2.300.000 menos de los que le votaron. Con esto no quiero decir que el mandato de Trump vaya a ser inocuo, sus efectos perniciosos se van a multiplicar; ya lo están haciendo. Pero no demos por hechas las cosas antes de que pasen ni asumamos la propaganda.
Los demócratas no lo entendieron con Hillary, que era la quintaesencia del establishment, ni lo han hecho con Harris; y eso, pese a los cuatro años de “bola extra” que les dio la pandemia
2.- ¿Cómo reaccionará la comunidad internacional? Ni la Historia acabó cuando Fukuyama publicó su icónico libro en 1992 –El fin de la historia y el último hombre (Planeta)–, ni lo va a hacer ahora. Trump lanza un órdago al comercio internacional, apuesta por el nacionalismo tanto comercial como político y no duda en practicar ofensivas verbales que hablan de recuperar el canal de Panamá, comprar Groenlandia y militarizar las fronteras con Canadá y México. Pero no olvidemos que los otros también juegan, y que tanto la Unión Europea, como buena parte de los poderes que han pasado por Davos esta semana, han advertido que le pueden plantar cara. ¿Recuperará Europa sus relaciones y acuerdos con China? ¿Qué papel pueden jugar las alianzas con América Latina, con epicentro en el Brasil de Lula?
3.- ¿Por qué les gusta? Con todo, el mayor reto ahora mismo –además de analizar con cautela y sin dar por hecho nada de lo anterior– pasa por entender a esos 77.300.000 estadounidenses que, conscientes de lo que hacían, optaron por Trump en las elecciones. Muchos justifican sus razones: lo que consideran un exceso de regulación, el “wokismo” de los demócratas, lo que califican como “sobreactuación de la cultura de la cancelación”, y sobre todo un abismo entre cualquier cosa que se considere “sistema” y su realidad. Los demócratas no lo entendieron con Hillary, que era la quintaesencia del establishment, ni lo han hecho con Harris; y eso, pese a los cuatro años de “bola extra” que les dio la pandemia. Descalificar a los que votan por Trump u opciones similares sin mayor análisis por entender los motivos de fondo conduce directamente al abismo. El politólogo Yascha Mounk (ver aquí) lanza una hipótesis: “Trump ha construido un tipo de populismo que atrae a muchos y hace grandes promesas de futuro. Por utilizar un término académico, podríamos decir que es un populismo aspiracional y multiétnico. Ahí residen el poder, las posibilidades y los peligros del segundo mandato de Trump.”
¿Seguimos “apabilados” como la vaca mirando al tren, o intentamos entender de qué va esto?
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