Las dos amenazas de Europa
Parece que vamos entendiendo que la política europea no forma parte de la política exterior, sino que está en el corazón mismo de nuestro Estado. De ahí que cada vez ocupe un espacio mayor en la conversación pública y creo que no es nada aventurado decir que su protagonismo irá en ascenso.
La patada que Trump ha dado al tablero geopolítico no sabemos hasta dónde llegará, pero una vez más –y van unas cuantas–, a Europa se le han visto las costuras. Se le vieron en las primeras semanas de la pandemia, cuando se titubeaba sobre qué hacer, hasta que supo dar una respuesta valiente de inversión pública para proteger a las personas y las economías. Se le vieron también en las discusiones sobre cómo reaccionar ante la invasión de Ucrania por parte de Putin, aunque no se tardó demasiado en dar una respuesta unitaria y contundente a Rusia, pese a las discrepancia de Hungría, por ejemplo. Algo más se está tardando en plantar cara a Trump de forma unitaria, con Meloni como aliada del neorreaccionario encabezando las posiciones críticas.
No obstante, se dice que Europa se forja en las crisis, y hoy tenemos delante una de las de verdad. Europa paga las consecuencias de no haber avanzado más en su unión política, por cualquiera de los caminos que ésta pueda transitar. Los problemas para aunar fuerzas en políticas de seguridad y defensa se recrudecen cuando estallan desafíos como los actuales. Estamos a tiempo, pero hay que reaccionar rápido y bien.
La patada que Trump ha dado al tablero geopolítico no sabemos hasta dónde llegará, pero una vez más –y van unas cuantas–, a Europa se le han visto las costuras
En este contexto, Europa se enfrenta a dos amenazas: la externa, la que supone la ruptura de la alianza euroatlántica junto con la política imperialista de Trump desde Estados Unidos y de Putin en Ucrania, y lo que pueda implicar en otros países vecinos. La interna, la que plantea el crecimiento de fuerzas de ultraderecha que recogen descontentos y malestares diversos y difusos que las democracias no están siendo capaces de gestionar. Ambas están conectadas y si no se resuelven a la vez, la derrota emergerá desde dentro.
La primera puede enfrentarse de muchas maneras, y todas ellas deberían ser discutidas en los parlamentos nacionales y formar parte de la conversación pública. Hace décadas que Europa vive ajena a la lógica de la guerra y habíamos creado el espejismo de que no volvería. El replanteamiento que ahora toca hacer va a exigir mucho debate y mucha pedagogía. Los planes de inversión y rearme previstos suman 1,3 billones de euros en total, en torno a un 7,2% del PIB. ¿Para qué, con qué fines en concreto, cómo? Definir bien los objetivos comunes, los instrumentos para alcanzarlos y la manera de financiarlos es vital. Como afirma el catedrático de economía y consejero del Banco de España Carles Manera en su último libro Economía en crisis. Aprendiendo de la historia económica (Catarata), hay que saber leer las lecciones que ésta nos deja y activar la inversión pública. Ahora bien, todo esto es difícil de conseguir si no se avanza por la vía de la integración política, reforzando la legitimidad democrática de las decisiones a adoptar. Sólo con más armamento y ejércitos coordinados no se podrá ir muy lejos.
La manera en que este cambio se explique y se financie es clave para afrontar la otra amenaza, la interna. Retraer recursos de las políticas de protección social, de la lucha contra la desigualdad, de la inversión en servicios públicos o de estrategias de dinamización de la economía, conduciría a mayores cotas de desigualdad y pobreza. Esto no quiere decir que mantener estas inversiones ayude a plantar cara a la extrema derecha; de hecho, no lo está haciendo. Pero a la luz de cómo han evolucionado los índices de desconfianza institucional, volver a la época de los recortes puede abocarnos a un incremento de la desafección que recoge la ultraderecha. Si, además, se hurta el debate social y político necesario, urgidos por los tiempos, y se mantiene el oscurantismo con el que tradicionalmente se tratan estos asuntos, se están multiplicando los riesgos. Conviene recordar, una y otra vez, lo que subraya el politólogo Sami Nair en su último libro Europa encadenada (Galaxia Gutemberg): “Cuatro décadas de desapego de los anhelos de las clases populares por parte de los grupos dirigentes han alimentado la crisis de legitimidad y confianza en el proyecto europeo. El nacionalpopulismo es un síntoma de esas crisis, no su causa”.
Dos amenazas, por tanto, que abordar de forma urgente sin que la manera de enfrentar una incremente el riesgo de la segunda. Putin, Trump y los enemigos de las democracias occidentales son conscientes de esta complejidad y la explotan para seguir desestabilizando las sociedades europeas. Está en juego nuestra forma de vida. Ellos lo saben, ¿y nosotros? Si la primera de las amenazas nos parecía todo un desafío, la segunda no lo es menos.
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