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La semana en la que todo cambió

¿Cuántos acontecimientos importantes caben en una misma semana? En la que estamos a punto de cerrar, se estrenó un presidente y montó un gobierno exprés, a lo Florentino, con fichajes galácticos; el presidente que salió de Moncloa, abandonó la presidencia de Génova y dio comienzo la carrera por la sucesión; el ex presidente de lo uno y de lo otro, reapareció para reconstruir el centro derecha y, de paso, tocar un poquito los pelendengues. Y a mí me hicieron un implante dental que me está dando más guerra que un niño aburrido en el coche. ¡Qué semana tan intensa! Muy fan.

Todo comenzó el lunes con esas quinielas sobre el nuevo gabinete que salpicaron de apuestas las tertulias. Si Sánchez se hubiera puesto a vender boletos de “rasca y gana”, se los habrían quitado de las manos.

El primero en confirmar que aceptaba el cargo de ministro fue Josep Borrell. Aquel que ganó unas primarias en 1998 y salió escaldado… por los suyos. Ya saben que el fuego amigo es ideal para las barbacoas políticas, como te churrascan los tuyos, nadie te va a churrascar, se ponen el pañuelo con cuatro nudos y te dan la vuelta en la parrilla, en un pispás, como a San Lorenzo.

Después de Borrell fueron sonando otros nombres, muchos eran nombres de mujer como en aquel disco de Javier Limón.

Y llegó el fichaje estratosférico, Pedro Duque, al personal se le salieron los ojos de las órbitas espaciales. Claro, en el gobierno hemos tenido algún que otro marciano, pero astronautas no.

El fichaje de Màxim Huerta para Cultura fue muy contestado: lo de su aversión por el deporte, lo de sus críticas al mundo independentista… y, sobre todo, lo de haber trabajado en la tele, ¡eso es pecado mortal en este país! Si has trabajado en la tele, llevas el estigma de “bajo nivel” unido al hueso, cual implante dental.

En España, a los que hemos trabajado en televisión y hemos hecho espectáculo en ese medio, nos dan por muertos cerebralmente. Es como si en maquillaje, después de taparte las ojeras, te practicaran una lobotomía con resultado final de reseteo de sesos y todo lo que hay en tu cabeza, lo que has estudiado, lo que has trabajado, lo que has escrito –me consta que Huerta desde niño– se borrara en un click.

Máxim Huerta es culto, buen comunicador, buen escritor y, sobre todo, buena persona, lo cual no nos asegura que vaya a ser un buen ministro. Ahora tiene el camino libre para demostrarlo y la mitad de las papeletas para que, dentro de un tiempo, aprobemos su gestión o nos hagamos “muy fans” de la misma y se lo reprochemos.

Por cierto, esta enorme preocupación por la cultura tan expresada en estos días, es un buenísimo síntoma social, ojalá no sea como la Tigridia, flor de un día.

El fichaje de Grande-Marlaska también fue muy criticado por algunas de sus decisiones judiciales previas, especialmente por el cierre del caso infame del Yak-42.

Pero en su toma de posesión hubo una imagen que yo me he guardado en la carpeta de favoritos, un ministro del Interior dirigiéndose a su marido en su discurso, impensable en otro momento de nuestra historia.

Y, miren, a mí me da oxígeno recordar que aunque, en muchos aspectos, nuestra sociedad ha dado pasos hacia atrás, en otros, este es uno, hemos dado un gran paso para la humanidad, lo saben hasta en la Luna.

La ceremonia de la promesa del cargo también fue un estreno, por primera vez sin Biblia ni símbolos religiosos, del “como Dios manda” al “como la Constitución manda”. Y con una cifra mágica: 11-6, no me refiero a mi tensión arterial, sino a la composición del Gobierno.

El once titular lo componen mujeres, por primera vez en la historia de nuestro país. Y sí, hace ilusión. Y sí, la meta es que algún día no nos paremos a destacar el porcentaje de género, del mismo modo que no contabilizamos calvos ni pelirrojos en el Consejo de Ministros –perdón, de ministras y ministros–. Pero, de momento, qué gustirrinín…

En paralelo a los cambios en La Moncloa, en Génova también andan de mudanza. La despedida definitiva de Rajoy, por sorpresa –tan solo unos días antes había dicho “yo sigo”, como Joe Rígoli–, acelera la carrera por la sucesión.

De nuevo tenemos nombres para jugar al “rasca y gana”, aunque aquí el que ha rascado con zarpa ha sido el felino sin filtro, García Margalllo. “Yo haré todo lo posible para que Soraya Sáenz de Santamaría –a la que comparó con Godoy– no sea portavoz parlamentaria…”.

Y, en medio de este buen rollito, aparece Aznar, ese personaje que está ya para serie de Netflix.

Con voz susurrada de peli de terror, tan solo unas horas después de la despedida emocionada de su sucesor –al que él mismo eligió de modo “digital”–, Aznar se ofreció a reconstruir el centro derecha. Bricomanía persecutoria a Mariano.

José María subrayó que lo haría “desde su posición actual”. Su posición que, desde hace tiempo, es la de la mosca cojonera…

De lo de asumir su responsabilidad en el casting de fichajes que flotan en las aguas negras de la corrupción, olvídense y circulen. Ese señor del bigote del que usted me habla, el padrino de la boda cuya lista de imputados –y condenados– compite con la de la obra de Mario Puzo, tiene un concepto tan alto de sí mismo que se debe de ver desde la Agencia Espacial Europea.

Iniciamos nueva etapa, con la emoción y el vértigo que esto conlleva. Señores del Gobierno, enrollen la alfombra roja del estreno, quítense el vestuario de gala, pónganse ropa cómoda y a currar. Aquí ya no valdrá el currículum sino los resultados. Estaremos atentos al marcador.

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