En EEUU lo imposible es lo que mejor hacemos

“Estoy aquí porque la gente lo ha querido”, dijo Donald Trump en su discurso impetuoso de este lunes en el Capitolio, y tiene más razón que un santo: más de setenta y siete millones de votos avalan su regreso a la Casa Blanca, ese acontecimiento que él dijo que demostraba que en su nación no existen los sueños imposibles, tal vez para desairar a quienes no se atreven a tenerlos, esos que no creen con los ojos cerrados su eslogan más triunfalista: “El futuro es nuestro y nuestra época dorada acaba de empezar.” 

La ausencia de la gran mayoría de líderes de la Unión Europea, sólo rota por la italiana Meloni, quizá sea un sistema de medida que permita calibrar el previsible giro a la ultraderecha de Washington, sino también lo que el resto del mundo teme al presidente número cuarenta y cinco y número cuarenta y siete del país Estados Unidos, que ya es dos veces el hombre más poderoso de la Tierra, pero esta segunda con un poder mayor, desconocido y, por lo tanto, incalculable. Cuando los reverendos y arzobispos de la ceremonia hablaron de cómo Dios salvó y ha rehabilitado a Trump y le compararon sibilinamente con Moisés, quedó todo dicho. A su espalda sonreía complacida su guardia pretoriana de multimillonarios, que es, desde luego, para echarse a temblar y que da la imagen de un sistema oligárquico más parecido al que maneja Vladimir Putin en Rusia que a una democracia.  

Al frente de ellos, que moverán los hilos, o más bien los cables, desde las sombras, y en su papel de cara visible política, Trump ya ha dejado claro que buscará un lugar en la historia, y así como Thomas Jefferson, ni más ni menos que el principal autor de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, le compró Luisiana a Napoleón Bonaparte –un territorio que es el 23% del país actual– o Andrew Johnson, el vicepresidente y sucesor de Lincoln, le compró Alaska al Imperio ruso, él le quiere comprar Groenlandia a Dinamarca. También le cambiará el nombre al Golfo de México, transformándolo en Golfo de América –no se sabe si una denominación de tintes autobiográficos– y cerrará el puño sobre el Canal de Panamá, muy probablemente porque su táctica es el enfrentamiento con China, a la que ha acusado de dominar ese paso marítimo estratégico.

Se apropió del famoso sueño de Martin Luther King para garantizar que él lo hará realidad

En su arenga, Trump hizo un canto a la autarquía, “cada minuto de mi gobierno lo dedicaré a poner Estados  Unidos en primer lugar.” La era del éxito, dijo, “empieza justo ahora”, y la riqueza se multiplicará a base de imponer aranceles a las importaciones –cuando se las ponga a los productos españoles no sabemos que hará el pobre Abascal, que fue a la coronación por su cuenta y riesgo e hizo una declaración al teléfono de un amigo, demostrando hasta qué punto se puede hacer el ridículo cuando un don nadie se las da de lo que no es–. Luego, despreció todo lo hecho por sus enemigos demócratas, pintó un horizonte sombrío en el plano internacional y lanzó algunas de sus bombas verbales contra la inmigración, asegurando que está compuesta de delincuentes y que muchos de ellos son “personas escapadas de centros psiquiátricos.” Por supuesto, hizo un inventario patriótico de los logros históricos de su país, sostuvo que sus rivales los han dilapidado y dio su palabra de que él los va a reconstruir, eso sí, dejando una gran frase para los titulares y el material publicitario: “En EEUU  lo imposible es lo que mejor hacemos.”

El presidente electo insistió en su mantra de cerrar o blindar las fronteras, llevar a cabo deportaciones masivas, que es una de sus promesas más populares; dijo que su técnica sería gritar “quédate en México”, para evitar la continua llegada de “delincuentes” y ordenará a los federales eliminar a las bandas, los narcotraficantes y demás “terroristas”, porque así los llamó. Después culpó a sus enemigos ideológicos de ayudar a los extranjeros mientras se abandonaba a los nacionales, afirmó que el sistema educativo que habían impulsado tenía como fin “enseñar a nuestros hijos a odiar su nación” y enfatizó que “el declive ha terminado.” Él no tuvo la cortesía de asistir a la toma de posesión de Joe Biden y este debe de haberse arrepentido de ir a la suya. Por supuesto, alardeó de haber sobrevivido a la bala que le rozó la cabeza durante un mitin y dejó claro que había sido la mano de Dios quien la había desviado. “Este día será recordado como el más importante de la historia”, sostuvo, y aseguró que era “el inicio de la liberación.” Luego, se apropió del famoso sueño de Martin Luther King para garantizar que él lo hará realidad. No olvidó tampoco recordar que él es el apóstol del sentido común. En ese sentido común está contenida su defensa del negacionismo climático, anunció que sacará todo el petróleo y el gas que haya en el subsuelo de EEUU y anunció que echará de las carreteras los coches eléctricos.

Seguí escuchando frases temibles: “Aquí, a partir de ahora, sólo habrá dos géneros: masculino y femenino.” “Voy a mandar que se readmita a soldados que fueron expulsados por negarse a que les pusieran la vacuna del covid.” “Volveremos a construir el mayor ejército que ha conocido el mundo.” “Voy a imponer ley y orden”, sentenció. Cada una me dio un escalofrío mayor que la anterior.

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