Lo que se le dé a los ejércitos se le quitará a los hospitales y las escuelas

En Valladolid pasan cosas, igual que en todas partes. Estos días, por ejemplo, se multó a un jubilado por dar de comer a las palomas, se identificó a un titiritero que había montado su teatro en una plaza pública y se permitió que un grupo nutrido de ultras cantase, brazo en alto, el Cara al Sol en el centro de la ciudad, sin que el cuerpo municipal o nacional de policía interviniesen o disolvieran la manifestación, si es que eso es lo que era. La ley tiene una espada, una balanza y una venda en los ojos, pero está claro que además tiene una vara de medir y que es doble. Mala cosa.

El mundo está en riesgo otra vez y de manera global, de Washington a Moscú, porque el supuesto garante de la democracia que siempre dijo ser Estados Unidos se ha puesto del lado de un criminal de guerra en el asunto de Ucrania y de otro en el de Gaza: las gallinas votaron y han elegido al zorro como jefe del corral. Pero la cosa viene de más lejos, ha crecido deprisa como todas las malas hierbas, se extendió por Brasil, por Argentina, por Italia… y ha llegado a la Casa Blanca. No podemos decir que no se le vio venir, en realidad, unos miraron para otra parte, como en Valladolid, y otros le vendieron su alma al diablo por un puñado de votos, que es lo que ha hecho aquí el Partido Popular, cada vez más escorado hacia el abismo que cavan sus socios porque no creen, ni por asomo, en la democracia, como algunos líderes del viejo continente no creen en la Unión Europea o el propio Trump no cree en la OTAN, de donde ya urge salir su mano derecha, la del dinero, Elon Musk. Que la gente que terminaría haciendo de carne de cañón en la Tercera Guerra Mundial con la que amenaza una y otra vez el presidente norteamericano sea la que aúpa al poder a quienes serán su ruina, es todo un síntoma de la incapacidad de muchos para saber que eso que asoma por las ventanas del Despacho Oval y del Kremlin son las orejas del lobo.

¿Les pararemos los pies antes de que sea demasiado tarde? Quedan cuatro años de Trump. Estamos en la era de los matones

La orgullosa Europa se ha convertido, de repente, en una tierra de nadie y asiste al espectáculo de un planeta repartido entre Estados Unidos, Rusia y China, con la llamada de atención que supone que, de esos tres países, dos sean dictaduras. Y la única solución que han encontrado, de Gran Bretaña a Alemania y de Francia a Italia, es obedecer la imposición de Trump, que en eso todos somos Zelensky: hay que rearmarse, invertir en la industria de la destrucción y dedicar millones a llenar los arsenales. Un clima prebélico, por lo tanto. Una de las dos cosas era mentira, entonces, o lo de antes, la contención del gasto, los límites presupuestarios y demás, o el derroche de ahora, cuya primera cifra es de ochocientos mil millones. ¿Es que con las últimas lluvias han crecido billetes en los árboles?

A lo mejor el problema es que Rusia existe, Estados Unidos existe y Europa no, aquí vamos todos a una para lo que interesa que así sea y cada uno a lo suyo el resto del tiempo. Y no digamos ya si lo vemos país por país o en clave nacional: ni en eso se ponen de acuerdo el Gobierno y la oposición, que se opone a todo, o incluso el PSOE y sus socios. Fiarlo todo a los cañones es un despropósito y es una trampa que terminará en una crisis económica brutal y en un recorte primero de prestaciones y luego de derechos. Lo que se le dé a los ejércitos se le quitará a los hospitales y las escuelas. ¿Les pararemos los pies antes de que sea demasiado tarde? Quedan cuatro años de Trump. Estamos en la era de los matones.

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