Rajoy gana un cómplice, Sánchez se libra de una mala compañía

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“Hay gente que no tiene lo que se merece hasta que se queda sin nada".

Hay dos cosas que todo el mundo sabe en España: que el actual PP es el partido más corrupto de la historia de nuestra democracia y que la única forma de pactar con Rajoy y los suyos es hacerlo con los ojos cerrados y una servilleta atada al cuello, para tragarse las bandejas de sapos que ponen en las mesas de negociaciones de la calle Génova y no salir a la rueda de prensa con la camisa llena de manchas. Por supuesto, mientras se come no se habla de política y al terminar hay que mantener la boca cerrada. “Los trapos sucios se lavan en casa”, dicen todos los que tienen algo que ocultar, “en la calle, sólo se enseñan las banderas.”

Entre los invitados al festín hay algunos viejos conocidos y otros que es difícil imaginar quiénes se creen que son, como por ejemplo Albert Rivera, un político al parecer no maleado pero sí maleable, que según de qué lado sople el viento cambia tanto de discurso que podría ser cualquiera, si no fuese porque al final siempre es el mismo, ese joven pulcro y elegante que cada vez que hay una investidura sonríe y le da la mano, su bendición y sus escaños al que se presente al cargo, da igual si se trata del candidato de derechas o del de izquierdas. “Estoy dispuesto a no tener credibilidad por el bien de este país”, declaró ayer solemnemente y vestido de mártir. La verdad es que si no fuese porque tiene buena prensa, lo suyo podría considerarse un cinismo de magnitud 9,8 en la escala Richter. O sea, de los que provocan una hecatombe.

Lo cierto es que el jefe de Ciudadanos se presenta ante la opinión pública como un estadista y algunos le siguen la corriente y lo sacan en procesión, convencidos de que una imagen también vale más que mil palabras de honor y, por lo tanto, olvidaremos la que él nos había dado: que estaba aquí para regenerar el Parlamento, para echar a Rajoy y su banda, para combatir por tierra, mar y aire el envilecimiento de las instituciones y el saqueo de los fondos públicos llevados a cabo por este Gobierno. Escuchando sus razones patrióticas para justificar el cambio de rumbo y viéndole todo el rato en misa y tocando las campanas, uno no sabe si acordarse de Fraga, aquel ministro de la dictadura y padre de la Constitución que se definía como “un conservador liberal” o, ya puestos, retroceder un par de pasos más, hasta Arias Navarro y su “espíritu del 12 de febrero”, con el que “quería prolongar la vida del franquismo por la vía de hacerlo compatible con la democracia”, según recuerda el profesor Ricardo Aguilera en su Diccionario de los demonios, el libro electrónico que estos días regala infoLibre a sus socios. Será una idea a contracorriente, pero viendo en qué manos nos quieren volver a poner, uno ya piensa que afortunadamente habrá unas terceras elecciones y sueña con que puedan ser una buena oportunidad para comprobar si en nuestro país son tan impunes los mentirosos como los ladrones.

El acuerdo al que han llegado PP y Ciudadanos es, sobre todo, una amnistía en toda regla, un acto de complicidad en el que el grupo de Rivera pasa de ser el azote de Rajoy a abanicarlo. De entrada, porque avala que siga en La Moncloa, algo que juró que nunca ocurriría con su consentimiento. Después, porque deja muy claro lo cerca que está para él la tolerancia cero de la manga ancha, al ver que ante los delitos cometidos por cargos públicos todo se resume en la frase "no es lo mismo meter la mano que meter la pata". Y como la torpeza no está en el Código Penal, aquí paz y después gloria.

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El documento del PP y C´s evidencia que el cambio de Rivera consiste en que casi todo siga igual, y especialmente las normas que más daño nos han hecho en esta legislatura salvaje. La sanguinaria reforma laboral del año 2012 sigue en vigor; el salario mínimo no se incrementaría un euro, ni se aprobaría un ingreso mínimo vital aunque haya un millón y medio de hogares con todos sus miembros en paro; ni se crearía un impuesto contra las grandes fortunas. En cambio, se mantiene la carta blanca de las empresas para saltarse los convenios y las indemnizaciones miserables por despido que han acabado con el empleo de calidad para sustituirlo por un esclavismo de diseño que consiste en encadenar a los trabajadores a una sucesión de contratos temporales a lo largo de hasta treinta y seis meses y luego echarlos a la calle.

En cuanto a la ley mordaza, que es un atentado en toda regla contra la libertad, se dice que los abajo firmantes se comprometen a "promover una revisión para mejorar diferentes aspectos de su regulación”. Eso es el mismo perro con el mismo collar, un paredón con una capa de pintura. Sobre la LOMCE, se asegura que intentarán llegar a un pacto educativo en seis meses, es decir, nada, puro humo. Del IVA cultural, que se bajará, pero no cuánto. Y como es lógico, del acuerdo con Rajoy han desaparecido puntos del que tenía con Sánchez, como las ayudas para que los jóvenes que han dejado los estudios por falta de recursos vuelvan a las aulas; la promulgación de una ley que obligue a los partidos a celebrar primarias o el inicio de una reforma constitucional. Visto lo visto, el resumen de este cambio de parejas es que Rajoy ha ganado un cómplice y Pedro Sánchez se ha librado de una mala compañía. De hecho, sin ella al lado el líder del PSOE ha crecido, se ha hecho más fuerte y su militancia le premiará. Lo de Albert Rivera no tiene nombre, pero se llama hipocresía. O puede que todo consista, simplemente, en que la ambición nos gasta malas pasadas.

En un acto de arrogancia muy suyo, el presidente en funciones ha dejado caer que seguirá negociando con el PSOE a pesar de Sánchez, lo que suena a que buscará sus Tamayo y Sáez del siglo XXI, y ha advertido que si no lo reeligen nos castigará haciéndonos ir a votar el 25 de diciembre. Quién sabe, pero como la Navidad promueve los buenos sentimientos igual le sale mal la jugada y esta vez no le vota nadie.

“Hay gente que no tiene lo que se merece hasta que se queda sin nada".

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