¡La banca siempre gana! Helena Resano
Filosofía y religión han vivido momentos de tensión e incluso de choque a lo largo de la historia. Pero también han caminado juntas en diferentes épocas. Y, a decir verdad, los momentos más brillantes de ambas disciplinas, intelectualmente hablando, han sido aquellos en los que se mostraron críticas y autocríticas, convivieron armónicamente y dialogaron creativamente, sin complejos de superioridad ni de inferioridad.
He aquí algunos de esos momentos de brillantez teológica y filosófica: los padres apologistas, que dialogaron con la filosofía griega; la filosofía escolástica con Anselmo de Canterbury y Tomás de Aquino, que tendieron puentes de encuentro entre fe y cultura, religión y razón; los filósofos árabe-musulmanes españoles, entre ellos Avempace, Ibn Masarra, Averroes, Hazm de Córdoba, Ibn Jaldún, en su intento, bien logrado, de armonizar teología y filosofía, razón y revelación y de elaborar una filosofía crítica de la religión; los teólogos modernistas, defensores de la compatibilidad entre cristianismo y modernidad, evangelio y libertad; los pensadores judíos Moses Maimónides (Edad Media), Moses Mendelsohn (s. XVIII), Gerhard Scholen y Martin Buber (s. XX); la teología de la liberación en diálogo con el marxismo, etc., etc.
Ambos campos, el de la teología y el de la filosofía, se plantean las preguntas por el sentido y el sin sentido de la existencia humana, por el origen y el destino del mundo y de los seres humanos, por la existencia o no de la teleología en el mundo y en la humanidad.
La relación se tornó problemática cuando la teología se consideró la única disciplina –e incluso la única “ciencia”– poseedora de la verdad, adoptó una actitud dogmática e intentó poner a su servicio a la filosofía, convirtiéndola en su esclava (philosophia, ancilla theologiae), para justificar principios o creencias que carecían de fundamentación racional. El resultado fue el fundamentalismo con su apego al literalismo de los textos sagrados y su negativa a la precomprensión y a la hermenéutica.
Problemática ha sido también la relación entre teología, ciencia y filosofía cuando la filosofía ha exigido que la teología se atuviera a los principios de la metodología racionalista y cuando las ciencias de la naturaleza han querido imponer su metodología al resto de las ciencias, y muy especialmente a la filosofía y a la teología. Me refiero a determinada tendencia ilustrada a la que el filósofo de la esperanza Ernst Bloch calificaba de necia con razón, ya que no supo discernir los elementos liberadores presentes en las religiones de los alienantes.
Filosofía y teología han hecho importantes aportaciones al conocimiento humano. Coincido con el antropólogo Roy A. Rappaport en que las religiones son fenómenos culturales relevantes de la historia de la humanidad que han intervenido de manera decisiva en la formación de las sociedades. Nacimiento y evolución de la religión, por una parte, y origen y desarrollo de la humanidad, por otra, son dos fenómenos interconectados.
Lo sagrado y lo numinoso han jugado un papel fundamental en los procesos de adaptación de las distintas agrupaciones sociales en las que la especie humana se ha organizado. En ausencia de la religión, cree Rappaport, la humanidad quizá no hubiera sido capaz de salir de su estado prehumano o protohumano.
La teología es un género literario que tiene sus propias reglas de juego o, si se prefiere, una disciplina con su propio estatuto de autonomía. Es, por expresarnos en términos de Wittgenstein, un “juego de lenguaje” que tiene su contexto vital (Sitz im Leben) y su gramática. Pero la teología no agota la reflexión sobre Dios ni el estudio de las religiones, ni abarca todos los campos de análisis del fenómeno religioso.
Otras disciplinas se ocupan también de su estudio con rigor: sociología de la religión, psicología de la religión, antropología de la religión, historia de las religiones, fenomenología de la religión, ecología de las religiones, geografía de las religiones, etc. Me gusta la definición que ofrece el teólogo francés Jacques Pohier de teología por la humildad y la falta de arrogancia de la que otrora hizo gala: la teología “es un saber parcial sobre un objeto parcial”.
En síntesis, empezando por su etimología, su principal aportación es el “amor a la sabiduría”, al conocimiento, sin interés comercial o crematístico, ajeno a todo carácter venal. Yendo un poco más allá de la etimología, la filosofía constituye una norma adecuada para la acción, es arte de la vida bajo la guía de la razón, desvelamiento de las contradicciones de las apariencias, investigación de las últimas causas y de los principios de las cosas.
Sin duda. Yo creo que el lema de la Ilustración formulado por Kant, Sapere aude (“atrévete a pensar”), es el mejor antídoto contra el dogmatismo en todos los campos del saber y del quehacer humano, y muy especialmente en el terreno de las religiones, sobre todo las monoteístas, que creen en un solo y único Dios universal, que revela su voluntad recogida en un texto sagrado convertido en Palabra de Dios y se traduce en definiciones dogmáticas a las que la persona creyente debe prestar su adhesión mental, aun sin comprenderla, y sin posibilidad de interpretación. Esa deriva de las religiones desemboca en fundamentalismo.
El dogmatismo bloquea toda posibilidad de pensar y convierte la fe religiosa en un acto fideísta, a veces contrario a la razón
“El símbolo da que pensar”, afirma el filósofo francés Paul Ricoeur en la conclusión de su emblemática obra Finitud y culpabilidad (prólogo de José Luis L. Aranguren, Taurus, Madrid, 1969, 699-713). Y yo añado: el dogmatismo bloquea toda posibilidad de pensar y convierte la fe religiosa en un acto fideísta, a veces contrario a la razón. La superación del dogmatismo en las religiones se logra a través de la hermenéutica, herramienta común a las ciencias sociales, las ciencias de las religiones, la filosofía y la teología.
Uno de los momentos intelectualmente más fecundos de las relaciones entre filosofía y religión es la filosofía de la religión, que reflexiona sobre la racionalidad o no de las creencias y las afirmaciones religiosas. Un paso más es la crítica moderna de la religión, que, a su manera, es también filosofía crítica de la religión y ejerce una función terapéutica de esta al llamar la atención sobre las perversiones en las que caen frecuentemente las religiones tanto en la teoría como en la práctica: irracionalismo, fideísmo, intolerancia, dogmatismo, fanatismo, alienación mental, fomento de la conciencia mágica, etc.
Quiero referirme, finalmente, al carácter crítico, que me parece irrenunciable y común a la filosofía, la teología y las ciencias sociales. A la filosofía le corresponde ser teoría crítica de la razón pura y de la razón instrumental; a la teología, ser teoría crítica de los fundamentalismos, los dogmatismos y los integrismos religiosos; a las ciencias sociales, ser teoría crítica de la sociedad evanescente.
La crítica en las tres disciplinas debe dirigirse también al patriarcado como sistema de dominación sobre las mujeres, los niños, las niñas y los sectores más vulnerables; sistema de dominación basado en la masculinidad hegemónica. En otras palabras, debe llevar a cabo una crítica y autocrítica desde la teoría de género, ya que sus discursos suelen ser, consciente o inconscientemente, sexistas y androcéntricos. Creo que a las ciencias sociales y a la teología les es aplicable lo que afirma del discurso filosófico Cèlia Amorós:
“Ciertamente no puede decirse sin más puntualizaciones que sea el varón el sujeto del discurso filosófico, pero sí que el discurso filosófico es un discurso patriarcal (las cursivas son mías), elaborado desde la perspectiva privilegiada a la vez que distorsionada del varón, y que toma al varón como su destinatario en la medida en que es identificado como el género en su capacidad de elevarse a la autoconciencia”.
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Juan José Tamayo es teólogo de la liberación. Su último libro es 'Cristianismo radical' (Trotta, 2025, 3ª ed.).
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