El interrogatorio y la "pornofiltración"

Las casualidades no existen, solo son causalidades desconocidas.

Que se hayan filtrado los vídeos de las declaraciones de Elisa Mouliaá e Íñigo Errejón tiene unas consecuencias concretas que se pueden comprobar con la situación generada. Íñigo Errejón sale reforzado socialmente en su argumento y Elisa Mouliaá sale aún más cuestionada, porque para una parte de la sociedad lo ha estado desde el principio.

El resultado no es muy diferente a lo que ocurre con la “pornovenganza”, una nueva forma de violencia en la que se hacen públicas imágenes sexuales y en la que, con independencia del papel que jueguen los hombres y las mujeres que forman parte de ella, al final las perjudicadas son las mujeres, pues no se trata de una valoración sobre el contenido particular que se expone, sino de las consecuencias sobre el significado de la sexualidad y las relaciones sexuales dentro de una cultura androcéntrica que lo analiza todo con una mirada masculina.

Es lo que ocurrió con el suicidio de la joven italiana Tiziana Cantone en 2016 después de que su exnovio publicara en las redes vídeos de las relaciones sexuales mantenidas con ella; o con Verónica, una trabajadora de Iveco que también se suicidó en 2019 al publicarse un vídeo con contenido sexual en una lista de WhatsApp de compañeros del trabajo, o lo que vimos con Olvido Hormigos, concejala de Los Yébenes, y todos los ataques sufridos por el vídeo publicado en internet sin su consentimiento, o el de tantas otras personas anónimas que sufren estas consecuencias, una situación tan frecuente que, según la macroencuesta sobre seguridad informática (2024), el 77% de la juventud ha sufrido pornovenganza o conocen a alguien que la ha padecido. Y siempre con las peores consecuencias para las mujeres, pues lo que se cuestiona y critica es lo que la cultura ha decidido que es cuestionable y criticable.

Una cultura que hasta el año 1989 consideraba las agresiones sexuales como “delitos contra la honestidad”, es decir contra el recato, el pudor, el decoro… y tantos otros sinónimos que aplicados a la víctima defendían su imagen y reputación afectadas por los hechos, no tanto la naturaleza de los mismos.

La idea de la honestidad como núcleo de la violencia sexual es la que centra el análisis de los hechos en la conducta de las mujeres que la sufren

A partir de ese año las agresiones sexuales se regularon como delitos “contra la libertad sexual”, pero el cambio de la ley que surge del análisis crítico de la realidad por quienes desde las diferentes administraciones e instituciones se dedican a su estudio, no significa un cambio de pensamiento ni mentalidad a la hora de entender los hechos y su significado.

La idea de la honestidad como núcleo de la violencia sexual es la que centra el análisis de los hechos en la conducta de las mujeres que la sufren, en lugar de en el comportamiento del agresor. La consecuencia de esta manera de entender la violencia sexual es directa. Con relación al agresor el objetivo se reduce a identificar si ha ocasionado un daño físico que demuestre la fuerza, porque una mujer honesta, recatada, pudorosa y con decoro tiene que defenderse o gritar ante una agresión sexual. Si no lo hace significa que no teme que su honestidad se vea afectada o cuestionada, lo cual lleva a entender que no ha habido agresión sexual por carecer del elemento que da lugar a ella. Por lo tanto, las actuaciones con relación a la víctima en ausencia de lesiones físicas graves tienen como objetivo demostrar que no miente, no la violencia que ha sufrido y cómo la ha vivido.

El interrogatorio realizado a Elisa Mouliaá y a Íñigo Errejón refleja esa manera de entender la violencia sexual, y la necesidad de demostrar la honestidad de la víctima, en lugar de su libertad para consentir, como base para dar veracidad a los hechos.

Al margen del tono empleado por el juez al interrogar a Elisa Mouliaá, de no dejar que se expresara libremente, del cuestionamiento sistemático a sus palabras, de la actitud y comentarios que traducían una falta de credibilidad, de las constantes interrupciones a su relato, la esencia de las preguntas iban dirigidas a demostrar la “honestidad, el decoro, el recato…” de una mujer que no solo tiene que comportarse para evitar las situaciones que puedan dar lugar a “malentendidos”, “magreos” y “calentones”, sino que si estos se producen, además, debe comportarse de manera inmediata según se ha decidido que sea la respuesta de las víctimas honestas, decorosas y recatadas. Porque esa es la otra clave, creer que sólo hay una forma de responder ante la violencia sexual, como si cada víctima no viviera la situación de una forma diferente, y como si lo que definieran los hechos no fuera la violencia y, por tanto, no viviera la situación con intimidación y amenaza sobre lo que pueda pasar en ese momento o en el futuro.

La visión androcéntrica, especialmente si también se es hombre, no ve nada de eso si no hay empatía y conocimiento sobre la realidad de la violencia sexual, porque la respuesta a todas las cuestiones que surgen sobre los hechos ya viene dada por la propia construcción cultural que juzga lo ocurrido sobre la honestidad de la mujer, y que tiene establecido que una agresión sexual es una situación caracterizada por cuatro elementos: quien agrede es un desconocido, el ataque ocurre en un lugar solitario, como consecuencia de la agresión se producen lesiones físicas graves, y las víctimas denuncian inmediatamente.

La realidad, en la mayoría de los casos, es la contraria, pero en lugar de cuestionar los mitos y estereotipos que definen esa visión errónea y distorsionada de la violencia sexual, lo que se hace es cuestionar a cada una de las víctimas y revictimizarlas con diferentes actuaciones profesionales desde el propio sistema, no sólo judiciales.

Por eso la actitud durante el interrogatorio es completamente diferente con Íñigo Errejón, y en lugar del cuestionamiento de su relato lo que hay es acompañamiento, refuerzo de sus manifestaciones e, incluso, explicaciones para darle significado a lo ocurrido como consecuencia de la “maldad” de las mujeres, como cuando le expone que quizás lo sucedido es que ella pudo vengarse al esperar algo más de él.

Todo se basa en la falta de honestidad de las mujeres y en su maldad, y por eso en todos los casos se observa que la estrategia de la defensa y de la sociedad es presentar a la mujer como una persona provocadora que busca las relaciones sexuales, y con la suficiente maldad y perversidad como para denunciar falsamente. 

La defensa de los agresores por violencia sexual, como se vio en el caso de “La manada”, de “Dani Alves”, de Luis Rubiales… es algo constante, como lo ha sido en este también. Porque no debemos confundirnos, a Íñigo Errejón se le critica y cuestiona por ser de Sumar, no por ser hombre y haberse comportado como tal al recurrir a una violencia normalizada, según se ha denunciado. 

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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