La hoja de ruta polaca, ¿reflejo del devenir europeo? Ruth Ferrero-Turrión
Monstruos S.A.
Ahora ha sido Dominique Pelicot, antes lo fueron José Enrique Abuín, El chicle, asesino de Diana Quer, Bernardo Montoya, asesino de Laura Luelmo, Santiago del Valle, asesino de la niña Mari Luz Cortés, José Bretón, asesino de su hija y de su hijo… y tantos otros que de repente pasaron a ser monstruos para la sociedad sin haber sido antes hombres violentos, criminales, violadores o asesinos. Pasan directamente de “hombres normales” a “monstruos” en una especie de metamorfosis social que oculta el origen del resultado final.
La cultura androcéntrica ha creado una incompatibilidad entre la idea de hombre y la idea de mal, como si fueran polos del mismo signo de imanes que nunca pueden estar juntos. De ese modo, cuando un hombre hace el mal, a pesar de que la mayoría de los hechos que definen el mal en cuanto a criminalidad son protagonizados por hombres, se busca un argumento para que el hombre no sea su autor y lo sea el “monstruo”, el “loco”, el “alcohólico”, el “drogadicto”… o se cosifica sobre sus circunstancias y se habla de “inmigrante”, “gitano”, “moro”… o cualquier otra referencia. Lo importante es que no aparezca la idea de hombre asociada a la violencia y la criminalidad, aunque la gran mayoría de los casos sean llevados a cabo por hombres.
La sociedad se ha convertido en una fábrica de monstruos para la ocasión, es “Monstruos S.A.”. Y lo hace a través de un doble proceso de producción. El primero es crear una cadena de montaje para la masculinidad en la que incluye piezas como la autoridad, la fuerza, el criterio, la determinación, la superioridad, la capacidad de dar sentido a la realidad, la violencia… De ese modo el producto resultante, o sea, los hombres, tienen el mecanismo necesario para que siempre que lo decidan puedan interpretar la situación de manera que justifique el uso de la violencia sobre las mujeres, bien por entender que son una propiedad suya o bien porque son objetos que pueden utilizar.
La sociedad se ha convertido en una fábrica de monstruos para la ocasión, es “Monstruos S.A.”
Los hombres elaborados por esta cadena circulan libremente por los expositores de la realidad, y actúan con frecuencia por medio de la violencia sin que nadie los considere “anormales” ni “defectuosos”, y mucho menos “monstruos”. Son hombres normales con los que nos cruzamos, convivimos, trabajamos, tomamos cerveza, hacemos deporte… que usan la violencia contra las mujeres desde la normalidad y sin que en la mayoría de las ocasiones lo sepamos o queramos saberlo, porque en definitiva son de la misma marca y productos de la fábrica común de la cultura. Esa situación es la que permite que en España haya más de 1000 hombres que cada día maltratan a sus parejas o exparejas, y otros 1000 que ejercen violencia sexual sobre las mujeres y niñas, aunque sólo conozcamos una mínima parte de esa “normalidad” debido al bajo porcentaje de denuncias que hay.
La segunda cadena se centra en el montaje de la realidad a través del “marketing”. Aquí no se trata de crear “monstruos invisibles”, sino de presentar monstruos de carne y hueso una vez que han sido descubiertos en cualquiera de sus acciones. Ya hemos visto cómo ninguno de ellos es considerado como un monstruo antes de ser descubierto, todo lo contrario, muchos utilizan ese pasado “normal” y aceptado para demostrar su incompatibilidad con la “monstruosidad” que ahora se presenta. Es lo que ha ocurrido de forma muy gráfica en el caso de Dominique Pelicot, un hombre que durante más de 10 años ofrece violar a su mujer a más de 90 hombres de todas las edades y circunstancias, y todos aceptan menos dos, aunque ninguno, tampoco esos dos, dio a conocer el caso ni denunció las violaciones.
El monstruo libera al resto de los hombres de sus “monstruosidades” mientras no son conocidas.
La demostración de que la inmensa mayoría de los hombres tienen las mismas piezas es la actitud en defensa de la fábrica matriz, la cultura machista que representa “Monstruos S.A.”, y su interés en presentar a los “monstruos” como piezas defectuosas que permitan separarlos del mismo grupo donde se encontraban hasta que fueron “pillados”. Y todo es tan coherente que tampoco hacen nada para cerrar la fábrica ni contra los que siguen actuando del mismo modo, como lo estuvieron los “amigos de Pelicot” durante una década, o como lo están los maltratadores durante 8 años antes de que la mujer que sufre la violencia denuncie o se separe, o como hace el violador que repite sus agresiones sexuales hasta el punto de que la violencia sexual es el cuarto delito con más reincidencia con un 30,7%.
La pasividad de la mayoría de los hombres ante la violencia que llevan a cabo otros hombres en nombre de todos, porque en definitiva para ejercerla utilizan las referencias comunes a todos los hombres que la cultura androcéntrica ha dado, así como su inacción y connivencia ante esos elementos de la cultura, demuestran que su pasividad es acción, es decir, que la mayoría de los hombres deciden no hacer y actúan no actuando. No es una posición neutral ni al margen de la realidad, sino una decisión adoptada sobre esa realidad. La omisión es acción cuando lo que se pretende es que la inacción conduzca al resultado.
Y es que saben que mientras que los hombres ejercen la violencia contra las mujeres desde la invisibilidad, el anonimato del sistema que les da privilegios se mantiene. Y saben también que cuando se conozca algún caso su posición masculina no corre riesgo, porque rápidamente el hombre pillado será “deshombrizado” para presentarlo como un monstruo y liberar al resto con el objeto de que sigan siendo solo hombres con toda su “potencialidad”, para lo bueno y para lo malo.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
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