Trump y la UE, punto de inflexión y muchas preguntas aún sin respuesta
La victoria de Donald Trump en las recientes elecciones presidenciales es, sin duda, un punto de inflexión en la política norteamericana, pero también en la política internacional. Casi con toda certeza veremos cómo una tendencia que ya comenzó hace unos años se acentuará: el paso del multilateralismo al multipolarismo será un fait accompli. Si en el primer mandato de Trump se pudo observar cómo la competición entre China y EEUU comenzaba a marcar la agenda de manera cada vez más intensa, ahora esta deriva será aún mayor, buena prueba de ello es el anuncio de una subida de hasta el 60% a las importaciones chinas hacia EEUU. La competencia comercial entre estas dos grandes potencias requerirá de alianzas estratégicas de calado. EEUU buscará, a buen seguro, el apoyo de Reino Unido, India, Arabia Saudí, Israel o Polonia, sin olvidar a sus tradicionales aliados en el Indo Pacífico, que es en realidad la región en liza: Japón, Corea del Sur y Australia. Otra cosa es que consiga el apoyo de todos ellos. No hay que olvidar que tanto India como Arabia Saudí forman parte del grupo BRICS +, que es la apuesta más clara de China en la configuración de un polo contrahegemónico, tal y como ha quedado de manifiesto en la reciente cumbre de Kazan.
Y si esto sucede en un ámbito más global, en el plano más regional que concierne de manera directa a la UE, el advenimiento del mandato de un Trump 2.0 ha hecho saltar todas las alarmas en Bruselas. Si el mandatario norteamericano cumpliera con sus planes tal y como los ha expuesto públicamente, lo que el mainstream nos dice es que eso significaría, de un lado, que Europa tendría que incrementar su aportación a la OTAN para intentar mantener su capacidad de disuasión y, por otro, que los países europeos serían los únicos garantes de la supervivencia de Ucrania ante el desamparo norteamericano. Pero, además de las cuestiones enfocadas en la seguridad y la defensa, también estarían las políticas arancelarias que quiere aplicar Trump, las cuales, en realidad, ya comenzó a implantar durante su primer mandato y a las que Biden dio continuidad.
Estas son las premisas con la que se está trabajando al más alto nivel en el marco de la UE. Y todo esto en un contexto crítico para los Veintisiete, donde se discute sobre el plan Draghi con el que todos, aparentemente, están de acuerdo, pero donde nadie da el primer paso político para ponerlo en marcha. La emisión de deuda conjunta suena bien, pero, por el momento no sólo nadie toma la iniciativa, sino que, además, hay posiciones muy reticentes como la de Alemania o la de Países Bajos. El deseo de tener una política industrial coordinada y fuerte es común, pero cada cual tiene su propia estrategia. Y en este debate llegó como un jarro de agua fría la elección de Trump.
La gran pregunta que se cierne sobre nuestras cabezas es ¿serán lo suficientemente resilientes las sociedades europeas como para aguantar el envite de Trump e impedir que Ucrania pierda la guerra?
Y las primeras reacciones no se han hecho esperar. El miedo a una subida de los aranceles, junto con el terror a un abandono militar norteamericano de Europa han hecho que comenzaran a lanzarse algunos globos sonda. El primero ha sido la propuesta de Von der Leyen para evitar la guerra comercial que consiste, ni más ni menos, en ampliar el suministro de GNL procedente de EEUU hacia Europa con el fin de reducir totalmente la dependencia del de procedencia rusa. Esto es, de facto, terminar con la dependencia energética rusa para pasar a depender de los EEUU. El segundo están siendo las declaraciones de varios líderes europeos, entre los que destacan Macron y Tusk, que abogan por acelerar el avance de la soberanía europea en materia de seguridad y defensa caiga quien caiga abandonando la gradualidad en la inversión estimada en OTAN. En palabras de Tusk, “hay que superar la era de la 'subcontratación geopolítica' de los EEUU”. No es extraño que sean precisamente Polonia, el país que más ha incrementado su gasto en defensa en los últimos dos años, y Francia, que, de la mano de Macron, quiere liderar el proceso de autonomía estratégica de la UE (una UE más francesa, por supuesto), los países que están tomando la voz cantante en este sentido. La posición francesa es fiel a su historia. Sorprende, eso sí, el aparente cambio en la posición polaca tradicionalmente subordinada a Washington desde comienzos del siglo XXI. Quizás esto sea debido a que Polonia se siente empoderada ante una Alemania que pasa por sus peores momentos políticos, económicos y estratégicos.
Pero, en todo caso, si hay algo que los europeos ven con creciente incertidumbre es la posición que tomará la administración Trump en relación con la guerra en Ucrania. No parece que éste sea capaz de terminar con la guerra en 24 horas, pero lo que sí parece que podría suceder es que se recortaran las ayudas financieras a Ucrania. La intención de Trump sería jugar a una suerte de juego del palo y la zanahoria con Rusia y Ucrania. La idea sería incentivar a ambos actores a sentarse a una mesa de negociación. Y para convencerles nada mejor que presionar con lo que tiene: dinero y armas. Si Rusia no quiere sentarse a negociar, proveerá a Ucrania de armas más poderosas, si Ucrania se negara, en ese caso, cortaría el flujo de dichas armas. La idea final, como trascendió vía el Washington Post, es la creación de una zona tapón entre Ucrania y Rusia protegida por tropas europeas a modo de garantía de seguridad con el objetivo de detener los combates. Como se puede deducir fácilmente de este plan, la UE quedaría totalmente al margen del proceso negociador, y Ucrania estaría totalmente subordinada a los acuerdos a los que llegaran Moscú y Washington.
Con estos mimbres, el futuro de Ucrania se dibuja de un color gris oscuro. Los americanos ya han confirmado que “si la prioridad de Ucrania es recuperar Crimea” entonces que no cuenten con ellos. Trump no se va a arriesgar un conflicto directo con Rusia, no sólo por su relación personal con Putin sino por razones pragmáticas. Bruselas, por su parte, continúa ofreciendo un apoyo incondicional a Kiev y planteando la victoria ucraniana como una cuestión existencial para la propia UE. Si los pronósticos se cumplen, entonces será la UE la que deba dar apoyo a Ucrania, pero cada vez con menos apoyos norteamericanos. La gran pregunta que se cierne sobre nuestras cabezas es ¿serán lo suficientemente resilientes las sociedades europeas como para aguantar este envite e impedir que Ucrania pierda la guerra?
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