Estados Unidos: declive, cambio de régimen, impacto

Mariano Aguirre Ernst

En 2018 el historiador británico Victor Bulmer-Thomas se preguntó en Empire in retreat si la transición post imperial de Estados Unidos sería pacífica o accidentada. “Quizá el mayor error que Estados Unidos podría cometer es retrasar la retirada, esperando que suceda algo que podría permitir restaurar la hegemonía”, escribió. Ante la primera presidencia de Donald Trump señaló que los aliados europeos estaban asombrados, “habiendo asumido que el imperio americano continuaría siendo el líder global indefinidamente”. 

Políticos europeos pensaron que esa primera presidencia era una pesadilla pasajera y que el America is Back de Joe Biden sería eterno, sin prestar atención a los múltiples indicios del declive de ese país. De hecho, el primer mandato fue un ensayo para tomar el Estado sin golpe militar. Biden, por su parte, hizo importantes intentos de relanzar la economía de su país, pero su política exterior se estrelló contra Gaza y Ucrania: dos guerras en las que se limitó a mandar armas sin estrategias políticas, y sin recordar que Trump podría volver al poder. 

Ahora el fin del imperio con la toma del Estado para destruirlo está impactando a buena parte del mundo y lo peor está por venir si otras ultraderechas siguen su ejemplo en la formación de coaliciones. Efectivamente, el trumpismo aúna a racistas antiinmigrantes, evangélicos milenaristas, nacionalistas neoimperialistas enemigos del Derecho Internacional y conservadores fanáticos que aborrecen el feminismo, el ecologismo, los derechos humanos, y toda alternativa a la familia patriarcal. El resultado es un programa antidemocrático que obtuvo 77,284,118 de votos. O sea, 14,299,293 más de lo que logró en 2016. 

El trumpismo aúna a racistas antiinmigrantes; evangélicos milenaristas; neoimperialistas enemigos del Derecho Internacional; y conservadores fanáticos que aborrecen el feminismo

Respecto de los empresarios que apoyaron a Trump, están asombrados de su asociación casi exclusiva con los gigantes tecnológicos de Silicon Valley.  Esperaban un comprometido presidente neoliberal y se encuentran un destructivo emperador guiado por la venganza y los favores a los que considera sus iguales, que va tomando medidas de forma más arbitraria que estratégica. 

Elon Musk y otros megarricos son antiestatalistas mesiánicos, y en esto coinciden con empresarios del sector energético, rechazan toda regulación antimonopólica y de protección ambiental. Los Silicon Valley creen que, gracias a internet, a Google, y a sus avances tecnológicos liberarán a la humanidad de sus miserias y de las relaciones contractuales con el Estado. En lo inmediato la guerra de estos futuristas es contra las reglas que les limitan (Google acaba de perder un juicio antimonopólico en Estados Unidos y la UE está imponiendo límites). A la vez, las tarifas impuestas por Trump han beneficiado desde enero más a Microsoft que a los otros grandes. Una paradoja ya que este gigante pertenece a Bill Gates, quien ha mostrado la mayor cautela en apoyar o plegarse al nuevo presidente

En estricta coherencia antiestatal, Trump y su gabinete no obedecen las órdenes de jueces que les prohíben deportar inmigrantes mientras que el super ministro Musk cierra ilegalmente ministerios y agencias gubernamentales. Al tiempo, atacan la independencia del mundo académico suprimiendo subvenciones y exenciones impositivas, cancelando visados y expulsando a estudiantes extranjeros.

Los portavoces del trumpismo, en particular el Partido Republicano (que se ha transformado en un movimiento de choque), repiten que el Presidente ejecuta el mandato popular y que no hay Ley por encima de su voluntad. Difunden la idea de que Estados Unidos “es una República y no una Democracia”, y reniegan del equilibrio entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Si los jueces insisten, Trump y Musk les llaman “lunáticos izquierdistas” y proponen echarlos. Detrás de esta narrativa amenazante emerge el recuerdo de las hordas alentadas por Trump a tomar violentamente el Congreso el 6 de enero de 2021. En la retaguardia, más de 5000 milicias armadas esperan ser llamadas a actuar si fuese necesario para crear caos y justificar la intervención de las fuerzas armadas. 

Mientras el país avanza hacia lo que la revista centrista The Atlantic denomina “cambio de régimen”, en el plano internacional Trump promueve el aislacionismo, los intereses económicos propios, la reconciliación con Rusia a costa de Ucrania, retirarse o congelar la participación en acuerdos y alianzas (la ONU, la OTAN, el FMI, entre otros), y amenaza con el uso selectivo de la fuerza con mínima implicación militar propia. Nada es nuevo. Cada elemento ya ha estado presente, pero ahora es descarnado, unido al desprecio que el Presidente y su entorno tienen por los europeos y por el Sur. Todo esto no empezó con Trump, se agudizará con él, y se prolongará de diversos modos más allá de su presidencia. 

El “cambio de régimen” presenta complejos desafíos para Europa. Pero si ha llegado el momento de la autonomía europea convendría que las medidas que se adopten no estén guiadas por la inercia de conformar a Washington. En cuestiones como el aumento del gasto en defensa se precisa cautela, deliberaciones, y priorizar los contratos sociales empezando por fortalecer el Estado Benefactor. Basándose en los principios fundacionales de la UE, se necesitan alianzas con países democráticos (y apoyar a los actores democráticos en EEUU). También revisar las relaciones políticas, comerciales, y las transiciones energéticas, con las democracias del Sur. La defensa de la democracia contra el autoritarismo requiere, en fin, una estrategia de resistencia con la que la ciudadanía se sienta protegida e identificada para que no ocurra aquí lo que está pasando en EEUU. 

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Mariano Aguirre Ernst es associate fellow de Chatham House (Londres) y asesor del Centro de Regional sobre Paz y Seguridad de la Fundación Friedrich Ebert. 

Mariano Aguirre Ernst

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