Leer el mundo, escribir la vida

Francisco Javier López Martín

Eso lo resume todo, la labor de todo maestro, el objetivo de todo proceso educativo. Aprender a leer el mundo, aprender a escribir tu propia vida. El mejor maestro no es el que llena la cabeza de sus alumnos con muchas cosas, sino el que lanza cientos de anzuelos. El que provoca esa insensata necesidad, nunca satisfecha, de aprender. 

Lo recuerdo cada día, cuando me adentro en la clase junto a mujeres, sobre todo mujeres, que quieren obtener un título de enseñanza primaria, o aprender español. Mujeres provenientes de decenas de países. Muchas de ellas llevan décadas en nuestro país y entienden malamente el castellano. Algunas no saben escribir.

Cada día hay que inventar de nuevo la forma de hacer saltar la chispa. A veces ocurre y otras sales de clase con la sensación de que hoy no has dado en el clavo. La Gramática de la Fantasía de nuestro maestro Gianni Rodari no siempre funciona. O tal vez la piedra no ha salido de tu mano. No ha caído en el estanque. No ha provocado ondas en la superficie. No ha asustado a los peces, ni ha removido el fondo, enterrando objetos, descubriendo otros. 

Un buen día convocas las palabras y ellas solitas comienzan a provocar el aprendizaje

Y, pese a todo, cada día hay que lanzar la piedra. Arrojar las palabras. Despertar reacciones, recuerdos, sueños, imágenes escondidas, olvidadas, recuperadas, emociones, sensaciones, querencias. Intentarlo de nuevo, cada día. Escuchar sus vidas, convocar sus mundos. 

Aprender a leer todos esos idiomas. Aprender a contar todos esos mundos. En eso y no en ninguna otra cosa consiste eso de aprender a leer y escribir. Un buen día convocas las palabras y ellas solitas comienzan a provocar el aprendizaje. 

Aquellas mujeres comienzan a construir su historia. Tan lejana a la mía. Tan idéntica, tan humana como la mía. Tan de ilusiones, pérdidas, añoranzas y melancolías como la mía. Comienza una de ellas a inventar la leyenda de su pasado... 

  • En Marruecos hay una casa muy grande, donde vivía una familia muy grande. Ahora en la casa sólo vive la madre, porque cada uno de los hijos busca su vida. Unos en Marruecos y otros fuera de Marruecos. 

Y esa casa familiar convoca el recuerdo de otra de ellas:

  • Había una tienda en Marruecos donde una francesa enseñaba a las chicas el oficio de hacer mantos que luego vendía en su tienda. 

Y la tienda se encuentra ahora en Nigeria y no es una tienda de mantos, sino una casa donde una mujer se esfuerza en construir mundos de olores y sabores nuevos:

  • Había una mujer mayor, solitaria, que inventó una receta de cocina con cacahuetes y tenía un olor muy fuerte, dulce, intenso, que atraía a la gente para comer y preguntar luego: ¿qué usas en esa comida?

Y siempre, en todos los recuerdos, volver al pasado. Regresar a aquel tiempo en que los caminos eran los de tu tierra, las gentes eran aquellas que te vieron nacer, las comidas cargadas de los olores a las especias con las que cada pueblo condimenta sus alimentos.

Las historias se persiguen unas a otras, en una danza interminable, se derivan hacia nuevos derroteros, vuelven al comienzo de los tiempos, o se enfrentan al presente, con todos sus beneficios y su carga de pérdidas. Aquella mujer que remata la cadena de historias:

  • Cuando yo estaba en Bangladesh caminaba disfrutando mucho de mi familia, que era muy grande. Ahora estoy en España y camino sola con mis hijos. 

Esta mujer acaba de describir ante mis narices toda la vida del inmigrante. Acaba de darme una lección que sólo ella podría darme. 

Escribo. Relatos, poemas, artículos. Pero no he inventado ninguna de estas historias. No he quitado nada. No he añadido nada a cuanto quedó escrito aquella mañana en la Biblioteca del Ramón y Cajal de Parla. Me gusta hacer estas cosas en la biblioteca, rodeados por libros escritos por miles de mujeres y de hombres que supieron leer su mundo y contar sus vidas. 

Entender la realidad de la inmigración actual, de nuestro pasado emigrante, de nuestros exilios interiores y exteriores, de nuestras derrotas pertinaces y nuestras victorias esquivas, sólo es posible si aprendemos a escuchar, a leer, a mirar el mundo que fuimos, el hoy que somos y si nos empeñamos, sin ceder al desaliento, en escribir las vidas que seremos. 

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Francisco Javier López Martín fue secretario general de CCOO de Madrid entre los años 2000 y 2013.

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