Lumière vive, la lucha sigue

Siempre recurro a la misma frase cuando quiero dar por zanjada una discusión cinéfila: “Desde los Lumière no se ha hecho ninguna película de calidad”. Normalmente recurro a ella cada vez que escucho argumentos onanistas, habitualmente esgrimidos para alabar la última película premiada con algún “prestigioso” galardón. En esos casos me invade la pereza intelectual y hecho mano de la boutade para tratar de desarmar a mi interlocutor. Este, tan pronto como comprueba que mi capacidad para decir tonterías es tan elevada, al menos, como la suya, desiste de la polémica. Sin embargo, estos días, tras disfrutar del documental de Thierry Frémaux Lumière, la aventura continúa, me han asaltado las dudas sobre la posibilidad de que, en realidad, mi frase no sea tan estúpida como yo mismo pretendía.

El realizador y director del festival de Cannes reúne en este largometraje —como ya hizo en ¡Lumière! La aventura comienza (2017)— más de un centenar de películas de los Lumière para conmemorar el 130 aniversario del nacimiento del cine. Frémaux no solo nos presenta una maravillosa antología de filmes de una belleza y riqueza técnica excepcionales, sino que además nos recuerda la clave para entender el impacto que tuvo aquel invento presentado un 28 de diciembre de 1895 en el Salón Indien del Grand Café en París.

Porque la importancia de aquella histórica jornada no fue la culminación de una carrera entre inventores por ser el primero en registrar imágenes en movimiento. Ese objetivo ya se había superado. Lo que, en última instancia, estaba en juego era algo más importante: el medio en que esas imágenes en movimiento iban a ser difundidas; o lo que es lo mismo, la forma en que se disponían a conquistar el mundo. Y es que, al otro lado del Atlántico, Thomas Alva Edison promocionaba ya su quinetoscopio, un ingenioso artilugio que desde 1891 permitía el visionado individual de películas. Sabedores de ello, la familia Lumière apostaría por una fórmula alternativa: sus producciones se proyectarían sobre una pantalla blanca y serían contempladas colectivamente.

Aparentemente se trataba de dos modelos diferentes de negocio. Si el americano pretendía cobrar más a menos, los franceses aspiraban a cobrar menos a más para rentabilizar su invento. Pero las diferencias entre ambos tendrían implicaciones más profundas. La primera será la relación que aquellas imágenes iban a mantener con la realidad. Los Lumière buscan una transferencia directa de la realidad a la pantalla, sin más mediación que la óptica de la cámara y -lo que no dejará de ser crucial- el punto de vista del operador. Edison, por el contrario, añadirá a la óptica y el punto de vista un tercer elemento de mediación, la recreación de la realidad. 

Es significativo, en este sentido, que ambos pioneros se interesaran en sus primeras filmaciones por un tema de fuerte contenido social, el mundo del trabajo. Pero la forma en que cada uno de ellos lo abordó fue muy diferente. En mayo de1893, Edison presentó Blacksmith scena, un corto donde podía verse a unos herreros trabajando. Pero todo era falso. Los herreros eran actores y el supuesto taller una escenografía. Cuando años más tarde se proyectó en el Salón Indien Trabajadores saliendo de la fábrica, aunque la escena estuvo ensayada y se filmó varias veces, tanto las instalaciones como los obreros eran reales.

Esta diferenciación marcará la construcción simbólica de la realidad en el siglo XX y sus implicaciones siguen latentes en lo que llevamos de siglo XXI. Así, mientras Edison piensa en un espectador aislado que se deleite con las recreaciones de realidad que le ofrece, los Lumière crean sin saberlo un espectador colectivo enfrentado con las porciones de realidad que se proyectan sobre la pantalla. Ambos espectadores estarán tentados a dejarse llevar por la mirada ensoñadora ante lo que observan, y ninguno estará a salvo de la capacidad de manipular los imaginarios que tendrán aquellas imágenes en movimiento. Pero solo el segundo, reforzado por la experiencia compartida, tenía la potencial capacidad de generar una mirada crítica ante lo que miraba. 

En cierto modo, estamos ante la siniestra revancha de Edison a su humillante derrota hace 130 años en el Salón Indien del Grand Café en París

Frente al espectador-consumidor de Edison, el éxito del cinematógrafo, que los Lumière ni siquiera imaginaban ni pretendían, fue la confirmación de un espectador-ciudadano. El cine se convertía así en un espejo, nítido o distorsionador, que enfrentaba a ese espectador colectivo con la propia realidad que le envolvía. Por eso no es casual que la historia de cine haya ido paralela a la historia de la democracia avanzada y a los grandes debates emancipadores del siglo XX. Y por eso, no es extraño que hoy, cuando las salas de los cines se vacían, estemos asistiendo al desmoronamiento de la democracia y el estado social mientras observamos, absortos y aislados, los simulacros de realidad que las pantallas de nuestros móviles nos ofrecen. 

En cierto modo, estamos ante la siniestra revancha de Edison a su humillante derrota hace 130 años en el Salón Indien del Grand Café en París. En cualquier caso, eso sí, la película de Thierry Frémaux también viene a recordarnos que esa revancha no podrá ser total mientras logremos mantener encendida, aunque sea a duras penas, la agonizante llama de la resistencia: Lumière vive, la lucha sigue.

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José Manuel Rambla es periodista.

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