'Furtivos': la película que doblegó a la censura franquista y que hoy no podría hacerse

'Furtivos'.

Del oso de Favila al elefante de Juan Carlos I, la caza forma parte del imaginario histórico español. Pero en pocas etapas como en el franquismo esa presencia ha sido tan evidente. Los reportajes en prensa y el NO-DO se encargarían de acercar a los españoles la afición cinegética de Franco y sus famosas monterías en El Pardo, donde la alta alcurnia del régimen combinaba, entre cartuchos y escopetas, las discretas conversaciones políticas y los negocios turbios. No sorprende que el imaginario colectivo acabara identificando el franquismo con el dulzón olor a sangre y animal muerto de aquellas batidas organizadas a mayor gloria de la puntería impostada del Caudillo. 

Esa fuerza simbólica no pasó desapercibida para el cine español. Especialmente entre unos cineastas influidos por el clásico de Jean Renoir, La regla de juego (1939), una ácida crítica de la alta sociedad parisina con una cacería como escusa. Carlos Saura fue el primero en abrir la veda con La caza (1966), una película de culto de la que, por cierto, se estrenará pronto una secuela feminizada, dirigida por Pedro Aguilera y protagonizada por Carmen Machi, Rossy de Palma, Blanca Portillo y Zoé Arnao. El filme, que le valió a Saura el Oso de Plata en Berlín, convertía aquella cacería de conejos en una metáfora de los fantasmas de la Guerra Civil, la claustrofobia del franquismo y los pelotazos desarrollistas del régimen. No menos memorable es la grotesca sátira de Luis García Berlanga con La escopeta nacional (1978), con la que abrió su trilogía de la familia Leguineche. Y pocas escenas condensarán la opresión clasista de la dictadura como aquella de Alfredo Landa en Los santos inocentes (1984), de Mario Camus, arrastrándose para olfatear el rastro de la presa para el señorito.

Pero, sin duda, la película de esta temática que más impacto tuvo en su momento fue Furtivos, de José Luis Borau, que ahora cumple 50 años. Presentada el 8 de septiembre de 1975 en los cines Amaya de Madrid, pocas semanas antes de los últimos fusilamientos del régimen y de la muerte del dictador, el filme de Borau será la gran metáfora de los estertores del franquismo. Como destaca Carlos F. Heredero, historiador y crítico de cine, director editorial de la revista Caimán y autor del libro Furtivos. 50 años, “la película se concibe, se rueda y se estrena a pocos meses de la muerte del dictador, en un momento de agonía del régimen y de mucha crispación, de mucho movimiento en la sociedad española por todas las tensiones acumuladas en aquel contexto pretransicional o de tardofranquismo”.

Sin embargo, Manuel Gutiérrez Aragón, coguionista junto a Borau del filme, recuerda que la película no pretendió ser una crítica al franquismo. “En su origen no había nada metafórico. Fue la época y la gente los que interpretaron la violencia de la película como algo aplicable a lo que pasaba en España, que era terrible con las condenas a muerte. Fueron los espectadores los que hicieron de Furtivos la película de un momento histórico”. En realidad, cuando Borau le pidió una historia, Gutiérrez Aragón se limitó a ofrecerle un caso real que conocía de Cantabria, el de Pepe el de Fresneda. “Era un furtivo astuto, de esos al que los guardas forestales nunca pueden cazar. Y la única manera que tuvieron para acabar con él fue hacerle guarda. Esta historia dio origen a Furtivos. Me parecía curioso que la única manera de acabar con un delincuente fuera hacerle policía”, comenta. Una historia con ecos de Marceau, el furtivo reconvertido en criado que desencadena la tragedia en el filme de Renoir.

Aquella idea carecía de la carga de violencia que Borau le fue añadiendo y que reforzaría la posterior interpretación metafórica. Paradójicamente, también ayudaría a esa lectura el mismo dictador. “Franco, en algunos de sus discursos delirantes, había dicho que España era un bosque en paz”, comenta Heredero: “Y la película hablaba de un bosque bajo cuya apariencia idílica tenían lugar todo tipo de violencias, se transgredían todo tipo de tabús: incesto, matricidio, violencia salvaje. Era inevitable, y así ocurrió, que la crítica de la época y los espectadores leyeran la película como una metáfora de ese bosque en paz, que decía Franco, bajo cuya hojarasca se cometían todo tipo de barbaries".

En cualquier caso, lejos de motivaciones políticas, el filme nació fruto, sobre todo, del despecho del director por la frialdad con que había sido acogido su anterior trabajo, Hay que matar a B. (1974). “Borau siempre me suspendía en la Escuela de Cine, nos llevábamos bastante mal porque yo era un alumno rebelde. Sin embargo, ya sabes, los opuestos se atraen y cuando tuvo dificultades después de Hay que matar a B., curiosamente llamó de guionista al que siempre suspendía, que era yo”, evoca Gutiérrez Aragón. A partir de ese momento, el proyecto se desarrolló a un ritmo frenético. En junio, ambos cineastas escriben el guion a contrarreloj; en octubre, sin la autorización preceptiva, están rodando en los bosques de Segovia. “Es un proceso absolutamente anómalo, incomprensible para la industria cinematográfica. Todo se hace muy deprisa porque es la urgencia lo que mueve a Borau”, destaca Heredero.

El resultado es una película, interpretada por Lola Gaos, Ovidi Montllor, Alicia Sánchez y el propio José Luis Borau, con una violencia asfixiante que Luis Cuadrado subraya desde la dirección de fotografía. Una violencia que, según Heredero, parte de la visión que Borau tiene del universo rural. “Siempre pensó el mundo rural como un universo atávico, donde pueden tener lugar todo tipo de maldades. Y quiere extraer hasta las últimas consecuencias de lo que les ocurre a unos personajes a los que muestra, sin condenar, incapaces de controlar sus frustraciones y sus sentimientos más primitivos, arrastrados por la furia de sentimientos irracionales”.

El filme, en realidad, será una excepción en la filmografía de Borau, más centrada en relaciones interculturales complejas entre lenguas, países y culturas. “Tras la decepción por Hay que matar a B, Borau decía que quería hacer una película que fuera "española hasta las trancas y que, además, lo pareciera’”, dice Heredero. “Y Furtivos es una película de raíces estrictamente celtibéricas que enlaza con el tremendismo de Cela, la pintura de Gutiérrez Solana, incluso con Valle-Inclán. Es una película donde todo nace de un humus rural enclavado en lo más profundo de la España rural, en lo más profundo de la España profunda”.

Acabada la película, los tiempos frenéticos que el realizador se había impuesto se verán frenados de golpe por una censura que tuvo seis meses bloqueada su exhibición. “De la película les molestaba todo”, afirma Gutiérrez Aragón, “especialmente la atmósfera de violencia. Pero ahí el director, que era también productor, se resistió, dijo que no cortaba nada y ganó”. La presencia entre los personajes de un patético gobernador civil, un papel pensado para José Luis López Vázquez, pero interpretado finalmente por el propio Borau, aumentaba la presión censora. Pero el realizador no cedió. "Se jugaba, entre otras cosas, su inversión”, destaca Heredero, y subraya: "Estamos ante una película en la que es productor, coguionista, director, actor, montador y distribuidor. Controla absolutamente todo. Es una apuesta muy personal, muy kamikaze. Mejor dicho, absolutamente kamikaze”. 

Para defender su postura, Borau se aferra a una norma que admitía la distribución sin cortes de una película si esta pasaba por un festival. Y Furtivos estaba seleccionada en San Sebastián. Finalmente, antes de proyectarse en el certamen, el filme se estrena, sin autorización, en el pequeño cine madrileño y las sesiones se llenan con un público conocedor de la polémica con la censura. Unas semanas más tarde obtiene la Concha de Oro de San Sebastián, en una edición donde compite con títulos como Tiburón, de Steven Spielberg, y Francis Ford Coppola presenta El padrino II. “A partir de ahí la película se convierte en un auténtico fenómeno de masas”, afirma Heredero. El filme registra más de 3,5 millones de espectadores y una producción de 11 millones de pesetas acaba recaudando más de 400 millones. “Ninguna otra película, de eso que entonces llamábamos el cine metafórico de la transición, se acerca ni de lejos a unas cifras y a un impacto popular tan enorme”, destaca el experto.

El premio, sin embargo, encierra una curiosa paradoja: Furtivos triunfó en una edición del festival boicoteada por los cineastas en protesta por los fusilamientos que se ejecutarían poco después de la entrega de premios. “La película se presentó en un festival del que muchas películas y directores se retiraron como protesta por las condenas de muerte de septiembre. Pese al boicot, Furtivos se mantuvo en San Sebastián y, curiosamente, acabó convertida en símbolo del antifranquismo. Es el juego de las contradicciones”, reflexiona Gutiérrez Aragón. De hecho, el rostro más decisivo del filme se negó a asistir al festival: Lola Gaos.

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Porque, sin duda, Furtivos es la gran película de esa eterna y rebelde secundaria del cine español. Su presencia es clave en el filme y así lo quiso desde el principio el propio realizador. “Furtivos es la gran película de Lola Gaos, sin ninguna duda. Cuando Borau llama a Manolo Gutiérrez Aragón y le dice quiero escribir una película contigo, Manolo le contesta: ‘Muy bien, pero ¿qué quieres que contemos?' Y Borau le responde: 'Quiero hacer una película con Lola Gaos en un bosque'”, comenta Heredero. A partir de ahí ambos encadenan imágenes e ideas: se acuerdan de que el personaje que interpretaba Lola Gaos en Tristana, de Luis Buñuel, se llamaba Saturna y esto los lleva al Saturno devorando a su hijo de Goya. Y ahí se establece un vínculo metafórico: “El personaje de Lola Gaos, que se llamará Martina, pero viene de la Saturna de Buñuel, devora física y sexualmente a su hijo dentro del bosque en una relación brutal y violentamente incestuosa". El resultado es una metamorfosis mágica. “Lola Gaos, que es una intelectual urbanita que nada tiene que ver con el mundo rural, parece que forma parte de la naturaleza. Ahí nace la ferocidad ancestral de ese personaje maravilloso que convierte a Lola Gaos en la gran figura de la película”.

Finalmente, todos los astros se alinearon para que un proyecto condenado al fracaso, como le advertía Luis Cuadrado a Borau todos los días de rodaje, acabe convirtiéndose en una obra maestra del cine español de gran incidencia cultural, social y política. “Como se decía entonces con un lenguaje que ahora nos suena un poco cursi, Furtivos fue una película que contribuyó a ampliar los límites de lo decible”, comenta Heredero. En este sentido, destaca que fue la primera película española que se empezó a rodar sin permiso, la primera que se exhibió sin permiso y la primera que doblegó a la censura. “Más allá de la voluntad de sus autores, la película actuó como ariete para romper muchas cadenas que hasta entonces estaban cerradas”, asegura.

Cincuenta años más tarde, Manuel Gutiérrez Aragón cree que hoy “los nuevos espectadores ven Furtivos como la película de una época, aunque se siguen sorprendiendo de su dureza terrible”. De hecho, el cineasta admite que sigue sin saber cómo pudo rodarse. Y destaca: “Esta película hoy no podría hacerse. No por la censura política, que no la hay; no se haría porque está llena de cosas raras: machismo, sadismo, muerte de animales, de todo. Ahora menos, porque entonces, pese a la censura, la hicimos. Hoy no llegaría ni a producirse, porque la gente que maneja el cine la rechazaría”.

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