Un recuerdo imperecedero

José María Barreda

Miguel permanecerá siempre en mi corazón y en mi cabeza. Nos conocimos con trece años y desde el primer día en el que, por el orden alfabético de nuestros apellidos, nos sentaron juntos, congeniamos. Ya entonces era un gran organizador de “relatos”. Inventó una historia según la cual el segundo día de conocernos vino a mi casa y, para su horror, le metí unos ratones por dentro de la camisa. Era una fabulación, sólo le enseñé mis hamsters, pero a él le gustaba “novelar”. A pesar de eso, desde entonces hemos sido mucho más que compañeros de pupitre. En aquellos años adolescentes compartimos, como sólo en esas edades puede hacerse, todo tipo de confidencias. Supe de sus amores y él fue el primero en saber, sin necesidad de que se lo contara, que me había enamorado de la que acabaría siendo mi mujer.  En los últimos años de Bachillerato y en Preuniversitario, al final de la década de los 60, empezamos a preguntarnos muchas cosas y las respuestas nos fueron alejando del pensamiento conservador de nuestras familias. En aquellos cursos publicamos un periódico colegial, Ímpetu, que nació con espíritu crítico. Sin conocer la teoría, practicamos el principio según el cual “es noticia algo que alguien querría suprimir”. Precozmente Miguel apuntaba ya maneras de periodista y comunicador. Desde entonces nos dedicamos a llevar la contraria a los que mandaban: en el colegio nos metíamos con los malos profesores y con el director; y en la Universidad, él en Barcelona y yo en Madrid, nos aliamos con el antifranquismo para oponernos a la dictadura. 

No haré mención de la evolución ideológica que tuvimos en aquellos años de lecturas desordenadas entre las que no faltaron, además de los clásicos del marxismo, manuales infumables de un dogmatismo insoportable, incluidos los Conceptos elementales del materialismo histórico de Marta Harnecker. 

Aún guardo la correspondencia en la que, desde Barcelona, ya en el 76, cuando la libertad se abría paso, me hablaba del Viejo Topo y de otras experiencias apasionantes. 

Tiempo después, con algún whisky de por medio, nos preguntamos, como hizo Javier Pradera, cuáles fueron las razones que nos llevaron, como a tantos veinteañeros hijos de familias vinculadas al bando vencedor de la guerra civil, a tomar partido por los vencidos y ver en la reconciliación nacional el camino adecuado para conseguir la libertad y organizar la democracia. 

Después de algunas “enfermedades infantiles”, compartimos militancia en Bandera Roja, aunque yo enseguida me incorporé al PCE, lo que ocasionó que tuviéramos algunos debates, pero siempre coincidiendo en rechazar toda dictadura, también la del proletariado.  

Conquistada la democracia, empezamos a colaborar con el PSOE, él en el Ministerio de Educación con Maravall, yo en Castilla-La Mancha. No me referiré a sus responsabilidades posteriores, sólo diré que, por sus cualidades, tener a Barroso de asesor era un verdadero privilegio. 

Como ocurre con los buenos amigos, cuando después de un tiempo sin vernos nos encontrábamos era como si nunca nos hubiéramos separado. Últimamente, además de la amistad antigua, fuimos vecinos. Miguel y Carme vinieron a vivir en frente de nuestra casa, lo que hizo que se intensificaran nuestras relaciones: íbamos y veníamos de una casa a otra sin necesidad de avisar ni de llamadas previas. Por supuesto, siempre que jugaba el Barça cruzaba la calle para ver el partido con Carme y Miquel. 

Nos preguntamos, como hizo Javier Pradera, cuáles fueron las razones que nos llevaron (...) a tomar partido por los vencidos y ver en la reconciliación nacional el camino adecuado para conseguir la libertad

Cuando Carme se presentó a la Secretaría General del PSOE yo era el responsable del partido en Castilla-La Mancha y la apoyé incondicionalmente. No por Miguel, sino por ella. Pensaba que sería muy bueno para el PSOE, y para España, que una mujer, joven y catalana, asumiera esa responsabilidad y optara a la Presidencia del Gobierno. Pero precisamente esas tres condiciones –mujer, joven y catalana– resultaron insoportables a los mandarines, que hicieron lo posible por evitarlo, utilizando incluso procedimientos rastreros. Lo consiguieron por unos pocos votos, suficientes para truncar una experiencia que hubiera sido muy positiva. Pero no tiene sentido plantearse “qué hubiera pasado si…” 

En estos últimos años hemos discutido bastante. En realidad, discutir, y querer llevar siempre razón, era su verdadero hobby. Gran polemista y perseverante, si alguna vez su posición no quedaba claramente triunfante, preparaba nuevos argumentos y  provocaba la discusión días después para tratar de convencer a su interlocutor. Reconozco que me encantaba contradecirle para poder debatir con él porque, por su capacidad dialéctica, resultaba un ejercicio estimulante. 

Aunque siempre de acuerdo en lo esencial, hemos polemizado mucho, como sólo los buenos amigos pueden hacerlo sin enfadarse. Pero no es el momento de entrar en detalles… Soy conocedor del importante papel que Miguel ha representado en nuestro país (¡y no me refiero sólo al periódico!) pero para mí siempre será un amigo al que quería como era.  A Miguel siempre le gustó permanecer en un segundo plano y era poco partidario de  comparecencias públicas, por eso le agradecí que accediera a presentar en el Ateneo mi libro, Historia vivida, historia construida, donde él tiene mucho protagonismo. Tras su lectura, me animó a escribir sobre el antifranquismo y la Transición, lo que, conociendo su espíritu crítico, me animó. Le hice caso y lo he titulado Un militante de base en (la) Transición, donde de nuevo tiene una gran presencia. Por desgracia, cuando lo estaba terminando, “temprano levantó la muerte el vuelo”, y Miguel, “con quien tanto quería”, “se nos murió como el rayo“. Confieso que me hubiera hecho ilusión su crítica; en gran medida, lo escribí por él. 

Jamás podré olvidar los minutos eternos en los que los médicos trataron de reanimarlo. Pasaron por mi cabeza muchos momentos compartidos y por mi corazón muchas emociones desbordadas en medio de la incredulidad ante lo que estaba realmente sucediendo. 

Re-cordar significa volver al corazón. Todos los días me acuerdo de él: cuando veo sus balcones, cuando leo una noticia, cuando se produce un acontecimiento, echo de menos comentarlo con Miguel. Ha dejado un legado importante y una gran impronta en los sitios por los que ha pasado y en las personas que lo hemos conocido bien, pero cuando veo a sus hijas, Cristina y Camila, y a Miquel, en quienes perdura, pienso que son su mejor herencia.

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José María Barreda, profesor de Historia Contemporánea y ex presidente de Castilla-La Mancha (entre 2004 y 2011).

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