Sobre la esperanza Luis García Montero
De tragedias y bulos: educar contra el negacionismo
Tiene que ser enorme la ceguera de quienes no ven la clara relación que hay entre la tragedia provocada por la dana y la desinformación que nos invade, el modo de vida imperante que llevamos, el cambio climático y quienes lo niegan. La huella material, digital y humana que estamos dejando en un planeta que no hemos sabido habitar está teniendo consecuencias irreparables. Pero, tal vez, todo podría ser al menos un poco diferente si educamos como sociedad contra el negacionismo.
Con algunas dosis necesarias de pensamiento crítico, y siempre poniendo datos o hechos sobre la mesa, es obligación de los educadores no tapar a los más jóvenes lo que las ciencias nos dictan sobre el comportamiento humano acerca del consumo excesivo, la colonización exacerbada, el voraz incremento de la productividad y la utilización de los avances tecnológicos para aumentar una demanda energética que deja exhausto al planeta.
La catástrofe provocada por las trombas de agua que han anegado diferentes puntos sobre todo de la Comunidad Valenciana, con cientos de víctimas, así como los movimientos migratorios que no paran de dejar muertes y desapariciones de personas en la ruta canaria, son dos ejemplos de que desviar el foco o contribuir a la confusión con noticias falsas son dos formas de evitar una conciencia pública, social y unánime sobre la época de crisis que estamos viviendo, sus orígenes y sus consecuencias.
En medio de una especie de “guerra climática" (así se ha referido a este momento hace poco el sociólogo César Rendueles en la red social X), a lo mejor ha llegado el momento de educar contra el negacionismo de forma contundente. De concienciar a las generaciones de jóvenes actuales de que nuestras actuaciones y formas de desenvolvernos en el medio son parte del problema, sí, pero también pueden ser parte de la solución. De enseñar con evidencias que vivimos en múltiples sistemas interrelacionados con acciones y consecuencias conectadas. El momento de debatir en cada espacio educativo sobre el hecho de que, atrapados en la frenética necesidad de producir sin límites, lo que se está viviendo en nuestro planeta no es un tumulto de episodios aislados, sino el resultado de cómo hemos interactuado con nuestros ecosistemas y el daño que les hemos provocado. Recordemos en ese sentido el mensaje que nos dejaba la película Babel (2006), de González Iñárritu.
Lo que se está viviendo en nuestro planeta no es un tumulto de episodios aislados, sino el resultado de cómo hemos interactuado con nuestros ecosistemas y el daño que les hemos provocado
El bucle de bulos y ataques en el que vivimos permanentemente inmersos, en medio de esta batalla cultural y ecosocial, no ayuda; todo lo contrario. Además, cualquier posición acomodada o conservadora nos lleva a replicar con más facilidad, desde el sofá de nuestras casas, una información falaz o un bulo que nos llega y que no nos hemos parado a contrastar.
Igualmente ocurre cuando se invalida a la autoridad científica a la hora de dar veracidad a la información metereológica o migratoria, como hemos visto en los últimos tiempos. Investigadores del campo de la didáctica como Daniel Cassany, influidos por pedagogos como Paulo Freire o filósofos como Theodor Adorno, hablan de la imperiosa necesidad no solo de leer el mundo, sino de leerlo críticamente. Y, para ello, el contraste de fuentes y su rigor a la hora de que tomemos decisiones es crucial. No paramos de recibir lecciones cada vez más virulentas sobre ello.
Ahora mismo hay muchos centros escolares en nuestro entorno enfrascados en la elaboración o revisión de lo que llaman planes de comunicación lingüística: documentos institucionales consensuados por toda la comunidad educativa que parten de un requerimiento que nadie discute: la mejora de las destrezas comunicativas del alumnado impacta de forma directa en la adquisición de multitud de aprendizajes. Pues bien, ¿por qué no se aprovechan los mismos para diseñar objetivos, acuerdos y acciones sobre la educación contra la desinformación?
También tiene que quedar claro que todo esto no puede ser una tarea en exclusiva del profesorado de áreas lingüísticas. Como ocurre con los valores cívicos, la igualdad o la conciencia ecológica, no solo se enseña lengua en la clase de lengua; y no solo se educa contra el negacionismo informacional en la clase de lengua. Se necesita ir más allá.
Por citar un ejemplo, vemos que los actuales currículos de Física y Química nos hablan de entender el lenguaje científico, de reconocer la necesidad de una comunicación fiable y de expresar conclusiones en distintos soportes. Todo ello tiene en su base un conocimiento lingüístico ¿No podrían trabajarse estos asuntos de forma coordinada? ¿Puede el profesorado apartar por un momento la burocracia que los eclipsa para dedicar sus espacios y tiempos a acordar medidas con el objetivo de que sus estudiantes identifiquen el mundo de mentiras mediáticas en el que viven? En ello, ciencias y humanismo deben ir de la mano, superando una falsa dicotomía que nunca debió tener razón de ser.
Concretemos un poco más: un plan de comunicación lingüística que incluya actividades para prevenir las fakes y luchas contra el negacionismo puede recoger un sencillo decálogo de obligado cumplimiento (como si fuesen unas “normas de aula”) con instrucciones para saber reconocer una noticia falsa: preguntarnos sobre su fuente, sobre sus sesgos, su fecha, su autoría, la relevancia de leer más allá del titular, investigar sobre el sitio web de donde proviene o quién nos lo manda —qué intenciones tiene—, indagar sobre sus fuentes adicionales (hipervínculos, referencias…), etc. Todo ello tiene que ser parte del trabajo coordinado de los órganos pedagógicos de un centro escolar, actualizado a los tiempos que vivimos y válido para aplicarse desde cualquier asignatura.
Se trata, en definitiva, de denunciar desde las aulas aquello que señala la lingüista canadiense Debora Tanen: “aunque creamos que estamos utilizando el lenguaje, es el lenguaje quien nos utiliza”. De hecho, hay una especie de competencia existencial vinculada con esa idea, la relacionada con el saber ser, el saber estar y el saber conocer. Y para ello hay que enseñar a contrastar y revisar todas las formas de alteridad. Un “estar a la contra” para aprender a ir “a favor de la corriente”.
No esperemos a otra tragedia para dictar esa enseñanza. No demoremos más el momento para darnos cuenta de que una cultura generalizada contra el negacionismo y la ignorancia social son fundamentales a la hora de reinventar nuestras formas de estar en el mundo y hacerlas más seguras. Más vivibles.
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Albano de Alonso Paz es catedrático de Lengua y Literatura, profesor y Cruz al Mérito Civil por su labor en el campo de la enseñanza. Divulga sobre educación a través de su blog www.albanoalonso.info.
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