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Contra las violencias machistas, necesitamos hablar: necesitamos más feminismos

Este 25N hemos vuelto a ser miles las que hemos salido a las calles para denunciar las violencias machistas, para reivindicar que tenemos derecho a ser libres y dueñas de nuestras vidas, para recordar a aquellas a las que sus parejas o exparejas asesinaron –42 en lo que va de año; 1.287 desde 2003–, para exigir un mayor compromiso social e institucional.

Hemos tomado las calles como una forma más de seguir hablando, de seguir rompiendo el silencio. Y lo hemos hecho porque sabemos que hablar es una herramienta imprescindible para que, como sociedad, no podamos mirar hacia otro lado ante las violencias machistas, incluidas las sexuales, para que no podamos evitar esa conversación, para que tengamos que dar respuestas tanto individuales como colectivas. Y para construir esas respuestas tenemos que seguir haciéndonos muchas preguntas, tenemos que seguir pensando juntas.

Hace aproximadamente un mes, en Sumar nos vimos sacudidas por una serie de testimonios en torno a comportamientos machistas y vejatorios del que era nuestro portavoz, Íñigo Errejón. Tras su reconocimiento de estos hechos, actuamos de manera clara y contundente: le exigimos que dimitiera de todos sus cargos políticos y orgánicos. Y lo hicimos en tan solo 48 horas.

Desde entonces, son muchas las mujeres y colectivos feministas diversos que han publicado artículos y reflexiones. Todos ellos, pese o gracias a las divergencias, nos han ayudado a pensar, a ordenar las ideas, a situarnos. Hemos agradecido esas lecturas porque han sido puntos de fuga, porque han generado conversaciones incómodas o porque nos han dado calor. Gracias a todas ellas.

Como feministas, como parte por tanto de una tradición de pensamiento y acción colectiva, necesitamos seguir pensando, seguir debatiendo, seguir colaborando y seguir confrontando ideas. Muchos de estos artículos han puesto el foco en la estructuralidad de las violencias machistas, en cómo seguir avanzando para prevenir, intervenir y erradicar comportamientos y actitudes que no siempre tienen por qué ser delitos, pero que sí merecen una respuesta política, social o individual.

A nosotras, como integrantes de una formación política en la que uno de sus terrenos de actuación son las instituciones, nos gustaría plantear aquí una serie de interrogantes que tienen que ver precisamente con las políticas públicas.

Sabemos, por ejemplo, que hay diferentes razones por las que las mujeres deciden no acudir a la justicia pese a estar sufriendo violencias físicas, psicológicas y/o sexuales. Algunas tienen que ver con cuestiones más personales que debemos respetar y acompañar. De hecho, una de las reivindicaciones del movimiento feminista desde hace años, y que hoy se recoge en las leyes, es el acceso a servicios de protección y acompañamiento independientemente de la voluntad de las víctimas de emprender acciones legales o testimoniar contra cualquier autor de delito.

Necesitamos hombres valientes que hablen tanto como hablamos nosotras. Entre ellos y con nosotras. Que se cuestionen, que lidien con sus incomodidades, sus miedos, sus responsabilidades, sus prejuicios y privilegios

Pero también hay razones que tienen que ver con cuestiones estructurales: con el miedo a no ser creídas, con la revictimización, con lo doloroso y solitario que suele ser todo el proceso judicial para las mujeres a las que ni siquiera se les explica adecuadamente a qué van a tener que enfrentarse o a las que no se les ofrece un acompañamiento jurídico y psicológico suficiente y adecuado. También, con la precariedad económica, con las relaciones de poder en espacios laborales, académicos, políticos, deportivos, etcétera. No podemos olvidar la especial vulnerabilidad de las mujeres en situación administrativa irregular que saben que, además del machismo, tendrán que hacer frente al racismo institucional y al riesgo no solo de ser cuestionadas, sino de acabar incluso con una orden de expulsión, o con la existencia aún de sesgos machistas que siguen condicionando la actuación de los juzgados. Por ejemplo, en situaciones relacionadas con divorcios y custodias de hijos e hijas, como acaba de denunciar el Grupo de Expertos en la Lucha contra la Violencia contra la Mujer y la Violencia Doméstica (GREVIO).

Sobre todo esto, tenemos que seguir haciéndonos preguntas para encontrar respuestas, soluciones. Tenemos que pensar, debatir, evaluar las leyes y los recursos existentes y hacer propuestas. Y en este sentido, además, necesitamos preguntarnos mucho acerca de la privatización, precarización y saturación de los servicios públicos de acompañamiento a mujeres que sufren violencias machistas. Unos servicios cuyas trabajadoras tienen en muchas ocasiones unas condiciones laborales y salariales absolutamente indignas y que les impiden ejercer adecuadamente su labor.

O preguntarnos por qué siempre son los aspectos preventivos o reparativos de las leyes los que se desarrollan menos. ¿Por qué siguen sin estar en marcha la mayoría de los cincuenta y dos centros de crisis 24 horas para violencia sexual cuando solo quedan dos meses para que acabe el plazo de su implementación? ¿O por qué la educación sexual en los centros educativos sigue sin estar presente en los currículos tal y como marcan distintas normas educativas?

Además, como integrantes de una organización que defiende un feminismo en el que han de participar también los hombres, nos toca preguntarnos cómo hacer para que esto sea realmente así.

Las mujeres feministas llevamos años haciendo un trabajo de reflexión, de compartir inquietudes, de hablar (siempre hablamos) e incluso de cuestionarnos a nosotras mismas, de imaginar qué mundo queremos. Todo esto es lo que nos permite seguir militando en las organizaciones, entender cómo funciona el poder, tratar de pensar en otros liderazgos, en otras maneras de relacionarnos.

Llevamos por tanto muchos años siendo muy valientes, tanto que lidiamos con nuestras incomodidades, nuestros miedos, nuestras responsabilidades, nuestros prejuicios y privilegios, por ejemplo en cuestiones ligadas al racismo, el capacitismo o el clasismo. Y lo hacemos de manera individual y colectiva.

Esto justo es lo que le pedimos a los hombres, que asuman ese compromiso individual y colectivo. Necesitamos hombres valientes que combatan las violencias machistas a nuestro lado, que se sientan interpelados por los textos que escribimos, que se hagan cargo de sus comportamientos, de sus maneras de hacer. Que se cuestionen, que lidien con sus incomodidades, sus miedos, sus responsabilidades, sus prejuicios y privilegios.

Necesitamos hombres valientes que hablen tanto como hablamos nosotras. Entre ellos y con nosotras. Hombres que trabajen para poner en la agenda las políticas públicas feministas corresponsables, que asuman como prioridad política la urgencia de vivir una vida libre de violencias machistas. Y sobre todo, unas vidas llenas de buenos tratos, de reconocimiento de la diversidad sexual y de género y de vivencias sexuales libres y placenteras.  

Como hemos intentado plantear a lo largo de este texto y como han hecho muchas compañeras en otros, son muchas las preguntas e interrogantes que tenemos que seguir haciéndonos para acabar con las violencias machistas. Hay, sin embargo, una certeza: necesitamos hablar. Necesitamos más feminismos.

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Amanda Andrades  es secretaria de Feminismos de Sumar. Paula Moreno es secretaria de grupos sectoriales de Sumar. 

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