Vonnegut lo acertó al sur de Valencia

Pepe Cervera

Transcribo una frase de Kurt Vonnegut que me viene al pensamiento bastante a menudo: “El verdadero terror es despertarse una mañana y descubrir que tus compañeros de instituto están gobernando el país”. La frase es bastante acertada. Todo lo que escribió y dijo Vonnegut es acertado, la verdad.  

Como dice el refrán: De Vonnegut hasta los andares.  No obstante, opino que no se deben tomar las palabras del escritor estadounidense de forma literal; no se sirve de ellas para hacernos creer que compartió pupitre con todos y cada uno de los que gobiernan los Estado Unidos de América, que los conoce en persona y profundidad y  por eso garantiza su incompetencia. La expresión contiene un sentido figurado, sin duda. Sospecho que se está refiriendo a que tarde o temprano llega un momento, una edad, en que empiezas a darte cuenta de quién, cómo y cuándo es la persona que elige consagrar su vida y milagros a la política. A propósito de quién y quién no decide dedicarse con total resignación y entrega a tan sacrificada ocupación como es la política, circula un chascarrillo por aquí, por este desapercibido pueblo situado en la comarca de la Huerta Sur valenciana en el que vivo —aunque no creo meter la pata si lo extrapolamos al resto del planeta—, con el que hace años se intentaba adjudicar un destino a  cada uno de los hijos de las familias con posibles.

Cuando eran varios los descendientes, dicen, a uno se le encaminaba hacia el sacerdocio, a otro se le buscaba hueco en los puestos altos del escalafón militar, y al hijo tonto —dicho no como injuria, sino como definición del poco capaz, del que no sabe, del que no sirve para nada— se le alimentaba el gusanillo de la política.

La incapacidad de quienes gobiernan la Comunidad  Valenciana es actualmente manifiesta para todo aquel que tenga dos dedos de frente y cinco minutos, cinco, no son necesarios más, os lo aseguro, para informarse sobre las competencias gubernativas de cada cual. La cultura popular, los dichos, los refranes, pueden ser una muy valiosa fuente de sabiduría. Si Mazón y sus mariachis fueran los más inteligentes a ambos lados del río Turia no necesitarían aparentar frente a los micrófonos disfrazados con chalecos fosforescentes, nada de eso, vestirían alzacuello o traje de camuflaje. No es el caso. Sin embargo, siempre hay un mamporrero —y no me  refiero a persona alguna que dirija el miembro de Carlos Mazón en el acto de la cópula, sino a alguien que amaña su inteligencia en beneficio de otro—, siempre hay un  mamporrero de guardia, digo, para atender las urgencias durante las veinticuatro horas del día, ya sea domingo o  entre semana festivo, que no pierde la oportunidad de descolgarse con aquello de y la Confederación Hidrográfica del Júcar qué, eh, y el gobierno central qué,  y la Aemet qué, y la presa de Forata y los ecologistas con sus dichosos cañaverales en los cauces y los catalanes y la independencia y la financiación y la vaquilla del Grand Prix, y, y, y...  

Yo ya me encuentro en esa edad que antes comentaba en la que se está de vuelta y los sueños cada vez son menos y los ideales han perdido fuerza. Uno va acomodando sus ambiciones al día a día, no mucho más allá, para qué, va adaptándolas a los hechos concretos, a la compañía de las personas que ama, a las cosas que se pueden tocar, oler, saborear. Ya lo dijo Adam Zagajewski, escritor polaco: “Siempre volveremos a la cotidianidad: tras haber vivido una epifanía o haber escrito un poema entraremos en la cocina para preguntarnos qué hay para almorzar; y después abriremos un sobre con la factura del teléfono”.  

Ojalá la vida fuera simplemente cuestión de preguntarnos qué hay para almorzar.  

Mazón decidió cambiar la música por la política —ese cambio fue su epifanía— y la política le cambió la vida, a mejor, y con el tiempo cambió la nuestra, a peor, mucho peor

El conocimiento, la verdad, los intereses morales y los intereses materiales, la bondad en el hombre, la maldad en el hombre, la razón. Que se queden con esas grandes cuestiones los grandes filósofos y los grandes nombres del periodismo patrio. Yo estoy aquí para hablar sobre qué hay hoy para almorzar, estoy aquí para hablar de la factura del teléfono, del alumbrado público cuando falla más que una escopeta de feria, del barro que a día de hoy, y ya va para tres meses, todavía se acumula en muchas de las calles de Alfafar, del barro que ya es tarquín y hiede a demonios, de los automóviles que aún se amontonan en solares demasiado cercanos a las viviendas, de la basura, de la suciedad que no hay quién la limpie ni se le espera.  

“Lo que más echo de menos es pasearme con mis amigos por los pueblos con la guitarra”. Esta frase cargada de nostalgia se la leo en una vieja entrevista al molt honorable President de la Generalitat Valenciana. Corría el año 2011 y Mazón tenía un grupo de música con unos pocos amigos. Marengo. Fue preseleccionado para representar a España en el festival de la canción de  Eurovisión. Al final, la gallega Lucía Pérez, con el tema Que me quiten lo bailao, fue la elegida en aquella ocasión. Mazón decidió cambiar la música por la política  —ese cambio fue su epifanía— y la política le cambió la vida, a mejor, y con el tiempo cambió la nuestra, a peor, mucho peor. 

Yo también he vivido todas las epifanías que me tocaban. A estas alturas, y con la que nos ha caído encima, me cuesta creer en la ficción, en la fantasía, en la imaginación, en los chalecos fosforescentes, sobre todo  en los chalecos fosforescentes. Lo que se ve es lo que hay, sin trampa ni cartón. Salgo de casa temprano cada mañana para dirigirme al trabajo y veo el paisaje desolador que me rodea, lo veo con impotencia, con terror, porque sé quién, cómo y cuándo es la persona que nos gobierna en Valencia. Lo sé, y sé que ese terror es terror del verdadero.

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Pepe Cervera, vecino de Alfafar (Valencia) es escritor. Su último libro publicado se titula ‘Azufre’ (Editorial Tres Hermanas).

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