La fosa 114 de Paterna: política, cultura y dignidad anónima a siete metros bajo tierra

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El 28 de junio de 1940, un año después de que Francisco Franco anunciase a bombo y platillo el final de la Guerra Civil, Federico Contreras fue a toda prisa en busca de su sobrino Manuel con una trágica noticia bajo el brazo. "Van a fusilar a tu padre en Paterna", dijo apresuradamente al joven. Ni un segundo tardaron ambos en emprender el camino desde Godella. Sin embargo, para cuando llegaron era demasiado tarde. El cuerpo sin vida de Juan Manuel Contreras García, nacido en los últimos compases del siglo XIX en Villamayor (Ciudad Real), se encontraba ya en una de las fosas comunes del cementerio de la localidad vecina. Era la misma en la que, unas semanas antes, fueron arrojados también los restos de Juan Álvarez. Ambos habían sido concejales durante la II República. Y ambos forman parte de la extensa lista de víctimas que desde hace más de ocho décadas se encuentran en el enterramiento número 114 del camposanto. Es la denominada "fosa de la cultura", por los artistas, escritores o políticos que allí están sepultados y que familias, colectivos memorialistas y arqueólogos calculan poder exhumar en algo más de un par de meses. Mientras, esperan ansiosos la resolución del farragoso procedimiento administrativo.

Juan Manuel Contreras era pintor mural. Su nieto, Carlos Contreras, recuerda su figura como la de un hombre culto, leído, que tan rápido participaba con la trompeta en la banda municipal de Godella que se metía de lleno en los grupos de teatro y zarzuela de la localidad. Pero también con un compromiso inquebrantable con Izquierda Republicana, el partido fundado por Manuel Azaña del que era militante. A pesar de no ser político de vocación, acabó desempeñando un cargo público en los últimos compases de la guerra. Durante pocas semanas fue concejal de Tributos, Arbitrios y Mercados del consistorio. Quizá por ello, las autoridades no tardaron en sacarle de casa el 1 de abril de 1939. "Él estaba convencido de que no había hecho nada y se fue tranquilamente", relata Contreras. Sin embargo, su familia no volvió a verle nunca más. Permaneció preso un año. La única muestra de amor que quizá recibiese durante todo ese tiempo eran los "saquitos de comida" que su mujer y una vecina que también tenía a su marido encarcelado le intentaban hacer llegar a la celda semanalmente. 

Al edil, como a tantos otros, se le abrió un Consejo de Guerra. En concreto, el número cinco, según la documentación que se encargaron de recuperar sus familiares en el Archivo Militar de Madrid. El 16 de marzo de 1940, el tribunal, compuesto por un teniente coronel y tres capitanes, dictó sentencia para él y para otras trece personas inmersas en el mismo procedimiento. "Con anterioridad al Glorioso Movimiento Nacional, pertenecía como directivo a Izquierda Republicana, actuando desde los primeros momentos de iniciarse aquél con tal carácter en forma activa firmando la mayor parte de los recibos de los saqueos, efectuados en la localidad de Godella, siendo individuo de mala conducta y antecedentes practicando detenciones", puede leerse en la resolución, con la que fue condenado a la pena de muerte por actos constitutivos, según el tribunal militar, "de un delito a la rebelión" del que se le consideró como uno de los autores por su "identificación con la causa marxista". El 28 de junio, tres meses después de la condena, Juan Manuel Contreras fue asesinado.

El pintor formó parte de la quinta de seis sacas –grupos de personas– que conforman ese enterramiento del cementerio de Paterna. Antes que él, otros tantos vecinos de la zona habían sido arrojados al agujero durante aquellos oscuros días de 1940. Es el caso de Juan Álvarez. Hombre culto, llegó a Chelva procedente de Francia, a donde la pobreza le arrastró con sus padres siendo todavía un crío. "Trabajaba con los que se dedicaban al transporte de leña", se encarga de resumir al otro lado del teléfono su nieta Teresa. La familia le define como un tipo de "ideas claras". Era miembro de la CGT. Y, como Contreras, fue concejal de la localidad valenciana situada en el interior de la provincia. Quizá por ello siempre estuvo en la diana de las autoridades franquistas. En varias ocasiones, su mujer tuvo que ver cómo la Guardia Civil entraba por la fuerza en casa a la búsqueda de su marido. En una de esas entradas, le encontraron. Tras su detención, fue trasladado a la Cárcel Modelo de València. Unos meses más tarde fue asesinado. Formó parte de una de las primeras sacas de la fosa.

"Lo que pueda para que mi madre cumpla su deseo"

"En una de las visitas a la prisión, a mi abuela le dijeron que mi abuelo se encontraba en el cementerio de Paterna. Cuando fue hasta allí, se lo confirmaron y le amenazaron diciendo que si volvía allí acabaría como su marido", relata la nieta, quien recuerda el "miedo real" en el rostro de la mujer cuando abordaba el tema. Un terror común que también impregnó durante años la vida de la familia de Contreras García y de tantas otras de represaliados franquistas. "Mi padre, que tenía 13 años cuando mataron a mi abuelo, y su hermano siempre tuvieron pánico a hablar, si bien es cierto que luego en democracia nos fue contando más cosas", relata Carlos Contreras. Con el impulso del movimiento memorialista, los nietos de los dos concejales decidieron ponerse manos a la obra para intentar recuperar los restos de sus seres queridos y cerrar así una herida que lleva abierta ochenta años. "No queremos otra cosa que devolverles la dignidad", se limitan a decir con voz calmada frente a las continuas insinuaciones que tienen que soportar desde algunos sectores. Porque, dicen, no son solo huesos. Son padres, hermanos, abuelos.

En ambos casos, quienes se encargan de llevar la batuta para recuperar la memoria son las segundas generaciones. En el de Juan Manuel Contreras, porque los hijos ya fallecieron. En el de Juan Álvarez, por la avanzada edad –83 años– de su hija Teresa Álvarez. "Mi madre, que está delicada de salud, no puede hablar del tema sin llorar. Dice que su último deseo antes de morir es poder enterrar juntos a sus padres. Es algo que me duele muchísimo. Y yo haré todo lo que pueda para que esto sea así", dice la nieta. No obstante, cada vez queda menos para que la lucha termine. Ya están en marcha los trámites burocráticos. El Ayuntamiento de Paterna, a quien pertenece el suelo, tiene que dar el visto bueno para su ocupación por parte de los técnicos. La Diputación de Valencia, por su parte, luz verde a que se lleve a cabo la excavación. "Si no hay ningún confinamiento que dilate los plazos, calculamos que para el próximo mes de mayo podríamos estar realizando la exhumación", sostiene al otro lado del teléfono Miguel Mezquida, uno de los directores del proyecto.

El arqueólogo lleva desde 2008 colaborando con los colectivos memorialistas en este tipo de trabajos. "Empecé como voluntario y hasta ahora", resume. Con más de una década de experiencia a sus espaldas, anticipa que la excavación del enterramiento número 114 no será, para nada, sencilla. Principalmente, por la cantidad de víctimas que se estima que se encuentran allí: casi dos centenares, lo que la convierte en una de las más grandes del país. "Es una de las fosas más complejas del cementerio. Son entre 180 y 190 víctimas en un espacio de dos metros por dos metros y una profundidad de unos seis o siete metros, por lo que estamos hablando de restos que probablemente se encuentren entremezclados. Es como trabajar en un pozo", resume el experto. De los trabajos se encargará, cuenta Mezquida, un equipo compuesto por algo más de una decena de personas, entre arqueólogos, antropólogos o médicos forenses. Una primera batalla a la que luego se sumará la de la identificación. "Es compleja porque tenemos a solo un 25% de las familias localizadas, y no en todos los casos hay descendientes directos, cuyo ADN es el mejor", apunta.

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Matías Alonso, presidente del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica (GRMH), explica que llevan cerca de un lustro con esta fosa entre sus objetivos. "La significación es importante, porque atañe, entre otros, a sectores políticos y culturales", cuenta. Dentro del primer grupo incluye, por ejemplo, a Isidro Escandell Úbeda, fusilado también el 28 de junio. Nacido en 1985, no tardaría en convertir la política en una de sus pasiones. Fue elegido presidente de la agrupación valenciana socialista en 1922 y, un año después, diputado provincial, siendo vicepresidente de la Junta Provincial que asumió las funciones de la Diputación Provincial una vez proclamada la II República. Un perfil que también combinó con el de periodista. Sus textos podían leerse en El Mercantil Valenciano, La Voz de Valencia o El Socialista, dirigiendo también el periódico Adelante hasta el momento en el que Francisco Largo Caballero, con cuyas tesis se encontraba alineado, abandonó la presidencia del Gobierno.

En la 114 también se encuentra enterrada parte de la esencia de la revista satírica La Traca, nacida en València en 1884. En concreto, allí yace Carlos Gómez Cabeza, más conocido como Bluff, uno de sus dibujantes. "Era como hoy puede ser El Jueves pero multiplicado por diez", resume el historiador Vicent Gabarda, natural de Paterna. Con una difusión que llegó a alcanzar tiradas de medio millón de ejemplares, la publicación siempre se caracterizó por una sátira sangrante. "Se metían con la Iglesia, con el franquismo, con los fascismos europeos, con los militares", resume Gabarda. Esto provocó el fusilamiento tanto de su editor, Vicent Miguel Carceller, como del dibujante. Ambos fueron condenados por publicar, según la sentencia, "dibujos de la más baja moral" en los que se "ridiculizaba" al "Generalísimo Franco" y a otros generales de la "Santa Cruzada", apareciendo en los pies de dichas ilustraciones "las palabras más insultantes". "¡Ay! Cuando veo de cerca ciertas cosas, ¡cómo me acuerdo de Marruecos!", se podía leer, por ejemplo, bajo una caricatura de Franco en la que miraba unos plátanos. 

A pesar de la existencia de perfiles de este tipo en el enterramiento, a Gabarda no le convence que se le intente colocar la etiqueta de "fosa de la cultura". ¿Por qué? Porque más allá de estos casos, hay muchas más personas allí sepultadas cuyas vidas no giraban ni alrededor de la escritura ni de la pintura ni de la política. Para él, más bien es la fosa que representa a la perfección la realidad de aquellos duros años de represión franquista. Porque contiene historias de todo tipo y de todos los lugares. "Hay personas de diez u once comarcas, además de restos que son de víctimas de otras partes de España, como Albacete o Bilbao", cuenta. Al fin y al cabo, dice, el cementerio de Paterna fue el principal escenario de la ejecución de sentencias de muerte en la zona. De los 3.000 asesinatos en la provincia, unos 2.200 se llevaron a cabo en esta localidad valenciana. Lo que convirtió este camposanto en un inmenso agujero de la memoria. "Bajo una apariencia de tranquilidad en el cementerio, hay más de un centenar de fosas allí", sentencia Alonso.

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