Igualdad

Lesbofobia, carnaval mediático y una cadena de errores judiciales: las lecciones del 'caso Wanninkhof' 20 años después

Dolores Vázquez, tras 20 años del caso Wanninkhof.

Han pasado más de veinte años desde que un sábado de octubre un hombre terminara con la vida de Rocío Wanninkhof. Lo que hoy sería leído como un crimen de profundas raíces machistas, entonces fue un suceso de calado mediático que dio lugar a uno de los errores judiciales más flagrantes. Aquel asesinato dejó dos víctimas: la propia joven y a quien enseguida se señaló como autora. Dolores Vázquez habla por primera vez sobre el proceso de linchamiento mediático y judicial que segó su inocencia. "Hace veinte años lo perdí todo: mi libertad, mi vida, mi voz e incluso mi nombre. Nunca he vuelto a ser la misma y nunca lo seré".

Dolores Vázquez ha tardado dos décadas en dar un paso al frente para contar cómo la lesbofobia, el carnaval mediático y la cadena de errores judiciales la convirtieron en verdugo. La herida no se ha cerrado y las secuelas siguen bien presentes: "Pasó hace veinte años, pero me viene mucho a la mente en el día a día". Lo cuenta en la serie documental Dolores Vázquez: la verdad sobre el caso Wanninkhof, disponible en HBO Max. No es la primera plataforma que desentierra el caso desde una mirada distinta: Netflix estrenó en verano el documental El caso Wanninkhof - Carabantes, dirigido por Tània Balló.

Aquel otoño de 1999 Rocío Wanninkhof desapareció. Mijas (Málaga) se movilizó en su búsqueda, pero no fue hasta casi un mes después cuando su cadáver fue hallado, desnudo y destrozado. La investigación apuntó pronto a una dirección: Dolores Vázquez. No había pruebas de peso, no había un relato coherente, pero sí había un morboso suceso para los medios y la opinión pública. Vázquez había mantenido una relación afectiva con la madre de la joven. La imagen de lesbiana fría, cruel y vengativa caló enseguida en el imaginario de la gente.

La creación de un perfil falso

Vázquez salió esposada de su casa una mañana de septiembre. Desde aquel mismo momento, la muchedumbre no dejó de jalear en contra de la presunta asesina. Los medios de comunicación iniciaron entonces el relato que de alguna manera contribuiría a lo que la activista Beatriz Gimeno calificó como la "construcción de la lesbiana perversa". Así lo explica en su libro del mismo nombre: para que Dolores Vázquez fuera condenada "sin escándalo fue necesario que la opinión pública creyera sin lugar a dudas en su culpabilidad y ése fue el papel que jugaron los medios de comunicación, el de hacer que su procesamiento y posterior condena resultaran asumibles e incluso inevitables".

Gimeno recuerda el peso que tuvo la prensa, pese a la sutileza en sus formas. El uso del término "amigas íntimas" hace que se esté hablando de ambas mujeres como lesbianas, aunque sin mencionarlo. "Todo el mundo sabe a lo que se refieren, pero no nombrarlo parece que descarta la lesbofobia, hace que no se puedan combatir los estereotipos", explica al otro lado del teléfono.

"Yo culpaba a la prensa. Sin conocerme, vendió una imagen de mí que no era yo", reconoce Dolores Vázquez en el documental. Esa imagen constistía esencialmente en "la masculinización: era fría y calculadora, algo que aplicado a las mujeres es negativo y que jamás se utiliza contra los hombres", subraya Gimeno. Vázquez "no lloraba, no se derrumbó, no pidió perdón, tenía mucha fuerza", pero además los medios la describieron como "una mujer grande, deportista, agria, autoritaria". Un personaje al fin y al cabo desagradable con el que "era muy difícil empatizar".

Charo Alises, jurista y miembro del grupo de políticas lésbicas de la Federación Estatal LGTB, destaca que todas esas características "se veían como propias de las mujeres lesbianas". Incidir en determinados aspectos de su vida, "remarcando o exagerando rasgos de su forma de ser", contribuyó a apuntalar los estereotipos sobre las mujeres lesbianas. "Era lesbiana, tenía un carácter fuerte, posesivo y eso casa con la posibilidad de que haya cometido un crimen", asiente la experta.

El médico forense y exdelegado del Gobierno contra la Violencia de Género Miguel Lorente enmarca el relato estereotipado en un fenómeno: el machismo. "El machismo y la lesbofobia son en realidad lo mismo: el rechazo, la actitud crítica, el odio hacia todo el que rompa con el modelo definido por la propia construcción cultural androcéntrica", reflexiona en conversación con este diario. Todo el que salga de ese marco será tratado como "patológico, desviado y amenazante".

Cúmulo de errores judiciales

Las lágrimas que no derramó en público Dolores Vázquez hace veinte años, una entereza que la penalizó y que marcó su futuro, recorren desconsoladamente sus mejillas cuando una pantalla gigante muestra las imágenes de su juicio, en una secuencia que abre el cuarto capítulo del documental. Quince años y un día de prisión. "He tenido siempre fe en la justicia, siempre, pero ese día dejé de creer", dice ahora.

Pedro Apalategui, abogado de la acusada, recuerda en el documental que el veredicto se basó en "indicios y conjeturas". Ni rastro de pruebas sólidas. Algunos miembros del jurado popular hablan dos décadas después y reconocen haber tenido "ideas preconcebidas de que esa mujer era culpable". "No creo que estuviéramos preparados para ser jurado", dice uno de ellos. La propia Guardia Civil, según la versión de Dolores Vázquez, llegó a espetarle: "Va a ser un jurado popular, de ahí no te salva ni dios".

Altamira Gonzalo, vicepresidenta de Themis Mujeres Juristas, recuerda que la mayoría de los asuntos que "son competencia de un jurado popular son de mucho relieve desde el punto de vista mediático", pero esa circunstancia "no es suficiente para explicar el cúmulo de errores" judiciales en el caso Wanninkhof. El jurado popular es un "tribunal lego [sin conocimientos técnicos] en derecho, por lo que el veredicto se ajustará más a la realidad de los hechos cuánto mejor se haya dirigido el juicio y más pruebas se hayan practicado", señala la jurista. En aquel momento se entrelazaron una "deficiente investigación policial" y un funcionamiento "deplorable del Ministerio Fiscal". Hasta el punto de que el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) ordenó la celebración de un segundo juicio ante la falta de motivación del veredicto. "El Ministerio Fiscal y el magistrado tienen la responsabilidad de ofrecer los hechos y las pruebas de manera clara. Y si hay dudas, que prime el principio in dubio pro reo", es decir, poner por delante la inocencia del acusado en caso de albergar dudas sobre su responsabilidad.

No fue hasta 2003 que el verdadero asesino de Rocío Wanninkhof fue identificado. Tony Alexander King, un agresor machista, un violador y un "auténtico cazador de mujeres", define el periodista José Antonio Sau. El criminal era un viejo conocido de las autoridades: había cometido delitos de la misma naturaleza en Reino Unido y el Gobierno de España había recibido en 1998 la alerta de que se encontraba en suelo español y era peligroso. Se produjo, a juicio de Altamira Gonzalo, "una falta de diligencias y de perspectiva de género". Pero también faltó sentido común: por pura estadística, apunta la jurista, aquello tenía todas las papeletas de ser una agresión machista.

Perspectiva de género y reparación

Hoy día resultaría evidente. Crímenes como el de Diana Quer o Laura Luelmo tuvieron un nexo común visible: la violencia contra las mujeres. "Encuentran a una chica joven muerta, lo probable es que sea un asesinato de tipo machista", sostiene Beatriz Gimeno. Ahí, apunta, es donde tenían que haberse detenido las autoridades. "Es un clamoroso error judicial porque se dejaron llevar por los prejuicios de la lesbofobia". En 2003 desaparece en Conil (Cádiz) otra chica joven: Sonia Carabantes. Pronto se encuentra su cuerpo y en el curso de la investigación se determina que el ADN del autor estaba presente en una colilla encontrada junto al cadáver de Rocío Wanninkhof. Un hombre, Tony Alexander King, había agredido y terminado con la vida de las dos jóvenes, pero además había cometido otras tres agresiones sexuales en el país entre octubre de 1999 y agosto de 2003.

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Los hombres "son capaces de este tipo de conductas porque parten de una masculinidad que les otorga la posibilidad de resolver conflictos desde la violencia", reflexiona Miguel Lorente. Todavía hoy "hay quien no quiere entenderlo y niega la evidencia". A finales de los noventa "no había esa facilidad para hablar de violencia machista, resultaba más fácil acusar a una mujer con toda la carga de maldad que los mitos sociales" le conceden, estima el médico forense. Ocurre además que el sistema policial y judicial está pensado para "investigar hechos aislados, no continuados", en el caso de la violencia machista. "¿Si en lugar de un agresor sexual hubiera sido un narco, habría pasado tan desapercibido?", se pregunta Lorente.

En 2003, el entonces ministro de Interior, Ángel Acebes, defiende en sede parlamentaria el proceso de investigación e insiste en un aspecto que escandaliza a los expertos: "El perfil delicuencial" de Dolores Vázquez la señalaba, sin lugar a dudas, como la principal sospechosa. La investigación siguió el cauce que debía, no se produjo ningún error, se excusó el ministro. Interior no tenía nada que corregir.

King fue condenado por los asesinatos de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes. Dolores Vázquez nunca fue indemnizada. Lo solicitó en julio de 2015, pero el Tribunal Supremo desestimó la demanda por un defecto formal. Vázquez pasó diecisiete meses en prisión. Dice que, al margen de la reparación económica, le bastaría con un perdón: "Siempre lo he pedido. Que admitan que se han equivocado conmigo", dice ante las cámaras. "A veces se nos llena la boca diciendo que queremos una justicia restaurativa, que tenga como finalidad reparar el daño. En este caso está clarísimo que esta mujer merece una disculpa", expresa Gonzalo. "El sistema ha fallado, ha habido un error y se ha hecho polvo la vida de una víctima", completa Alises. Dolores Vázquez, Loli, sigue hoy, en su Betanzos (A Coruña) natal, esperando.

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