El 1% tiene lo que el 99% necesita

Las consecuencias de la desigualdad y el aumento de la pobreza se vieron reflejadas en los momentos más duros de la pandemia. En la imagen, reparto de alimentos a los necesitados por parte de la Fundación Madrina en la Plaza de San Amaro, Madrid, junio de 2021.

Joaquín Estefanía

“El discurso de los economistas ha cambiado”, escriben dos de los más notables representantes vivos de este gremio, Olivier Blanchard (Instituto Tecnológico de Massachusetts) y Dani Rodrik (Harvard).

“Necesitamos”, dicen, “que el Gobierno desempeñe un papel directo más contundente para eliminar las brechas existentes en el nivel de vida”. Y concluyen que las desigualdades y las preocupaciones económicas que llevan aparejadas “han desempeñado un papel determinante en el auge de la extrema derecha”. Coinciden en algo que sentenció en el pasado el mítico juez del Tribunal Supremo de EEUU, Louis Brandeis: podemos tener democracia o podemos tener la riqueza concentrada en pocas manos, pero no podemos tener ambas cosas.

Olivier y Rodrik no son en este caso sino los coordinadores de las ponencias que una treintena de economistas, fundamentalmente anglosajones, presentaron en un gran simposio sobre la desigualdad, organizado por el Instituto Peterson de Economía Internacional. Otra de las ideas-fuerza corroboradas allí insiste en algo que hace ya unos años demostró el servicio de estudios del Fondo Monetario Internacional (entonces dirigido por Blanchard): que la desigualdad está frenando el crecimiento económico al reducir las oportunidades económicas de las clases medias y bajas, y al fomentar rentas monopolistas para los muy ricos.

Hasta hace poco más o menos una década, la desigualdad no figuraba entre las preocupaciones de los economistas mainstream, que hacían suyas las palabras del premio Nobel de Economía Robert Lucas (Universidad de Chicago): “De las tendencias más dañinas para la economía sólida, la más seductora es, en mi opinión, la más venenosa: enfocarse en las cuestiones de la distribución”. El éxito de las investigaciones y libros de Thomas Piketty, Joseph Stiglitz, Emmanuel Sáez, Gabriel Zucman, Branko Milanovic, Anthony Atkinson, Lucas Chancel, Daron Acemoglu, Philips Van Parijs, los propios Blanchard y Rodrik, etcétera, han transformado el panorama. La mayoría de ellos se podrían calificar como economistas rawlsianos: una sociedad justa debe distribuir los bienes básicos desigualmente, favoreciendo a los que se encuentran en peores situaciones. Todos son multidisciplinares: utilizan las herramientas de la economía, pero también las de la historia, la sociología y la filosofía, para llegar a sus conclusiones empíricas.

Son muy numerosos los informes de servicios de estudio públicos y privados, instituciones multilaterales y organizaciones no gubernamentales coincidentes en las tendencias del avance de la desigualdad en el mundo desde la década de los ochenta del siglo pasado, cuando se hace hegemónica la revolución conservadora, claramente desreguladora. Son datos muy conocidos por lo que sólo se precisa citar alguno como apoyatura analítica: a nivel mundial, casi la mitad de la riqueza está en manos del 1% de la población; la riqueza de ese 1% más rico es 65 veces mayor que el total de riqueza que posee la mitad más pobre. España no se libra de esta tendencia y más de la cuarta parte de su población (el 27%) está en riesgo de pobreza o exclusión

Quizás se conocen menos (pero son igual de significativos) los porcentajes que reflejan la desigualdad de oportunidades en nuestro país: el 44% de las diferencias de renta de los ciudadanos son explicables directamente por desigualdades de origen, por factores que nada tienen que ver con lo que hagan en la vida, sino que vienen determinados por elementos como la economía de los padres, su educación, el tamaño de la familia, el entorno cultural, etcétera. El ascensor social está bastante averiado: el éxito económico no se alcanza gracias a los méritos y el esfuerzo de cada uno, sino que pesan otras causas como las citadas (Desigualdad de oportunidades. Nuevas visiones a partir de nuevos datos, Pedro Salas-Rojo, Juan Gabriel Rodríguez, Leopoldo Cabrera y Gustavo A. Marrero).

Democracias de baja intensidad

En los enfoques de denuncia de las crecientes desigualdades ha habido tres grandes etapas. En la primera se las vinculaba, a sensu contrario, con la ética y lo social: una sociedad no puede ser justa y estar cohesionada con tales grados de desigualdad. En la siguiente etapa se relacionó la desigualdad con la economía: una política económica no puede ser eficaz con una alta inequidad de renta y riqueza; mucha desigualdad desestimula el crecimiento. Por último, se liga las desigualdades a la política: el que la riqueza mundial se reparta en dos porciones, una de ellas en manos del 1% más rico de la población, y la otra mitad entre el 99% restante, conlleva democracias de baja intensidad, tal vez no sostenibles en el tiempo, y también que los ciudadanos dispongan de cada vez menos poder en sus vidas y no puedan ejercer con eficacia sus derechos de ciudadanía. La oenegé Oxfam publicó un informe que tituló explícitamente Gobernar para las élites. El presidente americano Franklin Delano Roosevelt, que combatió la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado con una nueva política económica (New Deal), declaró: “El Gobierno más libre del mundo, si existiese, dejaría de ser aceptable si sus leyes tendiesen a generar una rápida acumulación de la propiedad en pocas manos, haciendo que la mayoría de la población fuese dependiente y sin recursos”.

El movimiento Occupy Wall Street, en Nueva York, tuvo una de sus preocupaciones principales en el aumento de las desigualdades, no sólo las económicas sino las de género y raza. Allí fue donde surgió el eslogan del 1% y el 99%, que concretó Stiglitz: “El 1% de la población tiene lo que el 99% necesita”.

La desigualdad, en el origen del malestar social y de los populismos

La desigualdad, en el origen del malestar social y de los populismos

En Zuccotti Park, en el bajo Manhattan, junto a las sedes de la aristocracia financiera, se discutió una trampa en el cuestionamiento de la desigualdad, que sigue estando vigente. La culpa es de los de arriba, se dice. Pero, ¿quiénes son los de arriba? En una sociedad fragmentada y deteriorada económicamente por la Gran Recesión y los efectos de la pandemia del covid, los privilegiados son para muchos de los perdedores los que están más cerca de ellos, no lejos e invisibles: quien tiene un empleo es un privilegiado para el que está en paro, el que tiene un trabajo indefinido para el que lo tiene temporal, el que trabaja a jornada completa para el que solo trabaja a tiempo parcial, el que gana 2.000 euros para el que obtiene 1.000, e incluso el mileurista para el que está por debajo del salario mínimo... ¿Y los privilegiados de verdad? Son distantes, étereos (muchos no hacen ostentación de sus signos externos para no ser objeto de indignación) y no se les aplica la lupa. En la cola social que no avanza con fluidez se mira con envidia al vecino que está delante; y si ya no se le ve porque ha avanzado mucho, se examina con antipatía a los que nos rodean y compiten por lo poco, por lo escaso.

Y así, la lucha de clases deviene en la envidia dentro de la clase. Es lo que el economista serbo-estadounidense Branko Milanovic ha calificado de “separatismo social”.

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Joaquín Estefanía (Madrid, 1951) es economista y periodista. Autor de ensayos como ‘La economía del miedo, Estos años bárbaros o Revoluciones. Cincuenta años de rebeldía (1968-2018), todos ellos publicados en Galaxia Gutenberg.

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