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Lea Ypi: "El capitalismo es un sistema inmoral"

Alberto García

En lo académico, Lea Ypi destaca por ser experta en marxismo y filosofía kantiana después de haberse formado en La Sapienza de Roma o en el Instituto Universitario Europeo, de Florencia. En lo laboral, su puesto como profesora de Teoría Política en la London School of Economics y su calidad de ensayista o de articulista en medios como The Guardian le otorgan un lugar notable entre la intelectualidad actual. Lo que más define su carácter, no obstante, es su país de origen.

Lea Ypi nació en Albania en 1980. Sus primeros pasos los dio en Tirana, capital de esta nación con una historia ligada al polvorín de los Balcanes y, en la segunda mitad del siglo XX, al comunismo más ortodoxo del bloque oriental. Bajo la órbita de la Unión Soviética o de la Revolución Cultural de Mao, en este rincón del Mediterráneo, con algo menos de tres millones de habitantes, se estableció una de las dictaduras más estrictas del mundo. Y duró cuatro décadas, limitando ferozmente la entrada de visitantes (en el pasaporte español de entonces se indicaba que era válido para cualquier lugar, “salvo Albania, Corea del Norte y Mongolia Exterior”).

Todo, desde 1944 hasta 1985, estaba controlado por el exlíder partisano Enver Hoxha. El tío Enver, para sus felices conciudadanos. A lo largo de su mandato se fueron rompiendo relaciones con sus socios socialistas, con los vecinos capitalistas y, en general, con quien no fuera más papista que el Papa (en este caso, más estalinista que Stalin). Su mano dura llevó al pueblo a la escasez y a una represión sin precedentes: unos 6.000 presos políticos fueron ejecutados y más de cien mil personas pasaron por sus cárceles y sus programas de reeducación.

Para Lea Ypi, sin embargo, puede que ese periodo, auspiciado por las leyes del autócrata, y los que le sucedieron hasta el desmoronamiento total de la URSS fueran los más libres y felices de su vida. Una escolar cuya vida se desenvolvía entre las paredes de un aula (coronada por el retrato del tío Enver, claro), los vetustos muebles de su casa y unas calles plúmbeas con estatuas de Lenin o Stalin. Es abrazando esta última cuando Ypi se plantea el interrogante que catapulta su último libro. Rodeando con sus pequeños brazos una mole decapitada le surge una cuestión básica del ser humano: qué es la libertad. Así empieza Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia, publicado recientemente por Anagrama y que ya se ha traducido a 27 idiomas.

“Nunca me había parado a pensar sobre la libertad. No me hacía falta. Teníamos mucha libertad. Me sentía tan libre que a veces percibía mi libertad como una carga y, en alguna otra ocasión, como aquel día, como una amenaza”, escribe Ypi sobre ese fin de la historia (la suya) que ocurrió en 1985. “El honor de pertenecer a una sociedad justa solo podía equipararse a la gratitud que sentía por estar a resguardo de los horrores que asolaban a otras partes del mundo, donde los niños se morían de hambre, se congelaban de frío o eran forzados a trabajar”, concede.

Ahora, a sus 43 años, con tres hijas y viviendo en Londres, la autora reflexiona sobre esa concepción vital bajo las garras del tío Enver. Lea Ypi creció rodeada de “enemigos poderosos” que pretendían colonizarles. Ellos sabían, dice, que estaban en “el lado correcto de la historia” y que se habían enfrentado a grandes imperios para mantener ese espíritu único. “Le habíamos demostrado al mundo cómo una pequeña nación en el extremo de los Balcanes podía sacar fuerzas para resistir”, subraya.

Su realidad no daba lugar a dudas. Pero se terminó. Y entonces tuvo que vagar por otros países como inmigrante, estudiar en medio de una desconocida competitividad y mudarse a una isla para alcanzar un trabajo exigente y cumplir con los preceptos del entorno: consume, avanza, produce. Ypi ya había tratado grandes asuntos de la humanidad en ensayos como La arquitectura de la razón o Justicia Global y la política avant garde, editados en inglés, y pretendía hacer algo parecido con el concepto de la libertad. Pero los acontecimientos le alteraron los planes.

“En mi mente iba a ser un libro filosófico, no una novela”, recuerda desde su casa. Atiende por videollamada en lo que parece una buhardilla. Un sol primaveral entra por la ventana, algo extraño en la ciudad del Big Ben, e ilumina una estancia diáfana que se opone a su despacho, plagado de libros. “Lo que sucedió es que estaba en Berlín, investigando, y llegó el Covid. Todo se paró. En el apartamento éramos toda la familia y me tenía que meter en un cobertizo a escribir. Entonces pensé en cómo ha sido de importante la libertad para mí”, aclara. Las ideas se transformaron en situaciones y las situaciones en personas, como narra en sus últimas páginas.

La voz de una niña

Cree todavía Ypi que el libro sigue siendo de ideas, pero que simplemente les ha dado “cuerpo”. “Las exploro de una forma distinta a cómo lo hago en mi trayectoria laboral, pero los conceptos son los mismos”, incide quien decidió trasladarse a esos años de infancia y contar, con toques de ingenuidad y algo de colmillo, su día a día. “A veces es más fácil compartir algo que se ha vivido de forma similar a otros. Es más fácil que empaticemos con personas a que lo hagamos con ideas abstractas. Si las ideas están presentes por personajes o guiones, puede que resuenen más”, explica.

Ypi dejó que el relato se sostuviera con la voz de la niña. No quería que aquellos recuerdos se empañaran con el barniz de la madurez y también quería usar una técnica ya utilizada en grandes obras. “El punto de vista está ahí, con ella, porque no tienen consciencia de sí misma. Me fijaba mucho en la visión de la literatura clásica, que se cuenta la a través de un protagonista naif. Se ve en Dostoievski, que elabora novelas polifónicas, reconstruyendo algo a través de los diálogos y de un marco completo. Quería, fundamentalmente, escribir un libro sobre la libertad que diera a los lectores libertad para interpretarlo. Que permitiera leerlo de forma no autoritaria”, defiende. En algunos pasajes, de hecho, recuerda a Svetlana Alexiévich, la Nobel bielorrusa cuyos libros son una sucesión de testimonios en bruto, sin trama.

Huía, en definitiva, del paternalismo. Del juicio ajeno. Su objetivo, insiste Ypi, era “captar” la peculiaridad del régimen de Hoxha a través de “la verdad” de cada personaje. Y cómo eso variaba de generación en generación. “Albania seguía los pasos de Stalin y luego, con su muerte, intentaba encontrar su espacio dentro de la URSS. Pero con la dictadura estuvo mucho más aislada, aunque también hubo etapas”, detalla la autora. Ella vivió un periodo autárquico y una apertura “moderada” que dio pie a un tiempo de vacilación.

A principios de los noventa, con el colapso del comunismo, Albania se volvió “más conversacional” e inestable. Se observaba al resto de países y se trataba de encontrar el rumbo. Para ella, huérfana de un mito como el tío Enver, fue como si le desvelaran que Papá Noel no existía. “Me tocó averiguar la verdad. Y supuso un despertar progresivo”, resume. Ypi se enteró, por ejemplo, de que su abuelo no estaba fuera del país sino en prisión. “Conoció a Hoxha, pero era socialista, no revolucionario, y discrepaban”, suspira. Lo mismo le ocurrió con sus padres: volcaron en ella la responsabilidad de hacer lo que ellos no pudieron hacer.

“Me sentía desorientada. Ellos creían que tenía que disfrutar un mundo que ya no podían vivir y yo atravesaba una adolescencia sombría. Teníamos que inventar todo, porque no había ni electricidad, los libros del colegio no valían…”, cavila. No temer la cárcel o que alguien te delatara también le generaba presión. “Era un mundo en libertad, pero yo no lo vivía así”. La contradicción se extiende a una disociación personal: aquella joven no es una capitalista en un entorno comunista ni una comunista en uno capitalista.

Un código moral erróneo

Choca ese mundo dogmático donde un refresco de cola es un adorno en el salón con toques subversivos y el otro, donde es un bien de consumo, pero también una identidad. “Lo cuento en un capítulo que algunos han visto como exótico, pero que refleja la interpretación de las marcas, de los símbolos”, arguye. Además, le sirve esta multinacional para comparar la propaganda del régimen con la del capitalismo, canalizada a través de la publicidad.

“En ambos casos hay un marco ideológico que funciona igual, y quieren guiar tus gustos con un objeto que traduce la realidad”, opina.

Ypi no pretende, según puntualiza, ni romantizar ni idealizar ese periodo. “Hay mucha gente que está traumatizada por la infancia. No era mi caso, ya que todo estaba modelado por la escuela y la familia y me iba bien. Por eso es una novela coming-of-age, de crecimiento personal, porque empiezo a ver las cosas, a pensar”, aclara. Tampoco es nostálgica: “No, no lo echo de menos. Ni yo ni nadie, es verdad que había muchos asuntos cubiertos, como el cuidado de niños o mayores, y que había un sentimiento de lo colectivo, pero nadie destacaba debido a la escasez”.

El individualismo, precisamente, es lo que define al capitalismo, tal y como señala Ypi. “Creo que es un sistema inmoral porque tiene un código moral erróneo. Los incentivos para las personas son inmorales: codicia, explotación, pisar a los otros, desigualdad de poder… Es mirar a la sociedad como la lucha del más fuerte”. Por eso, aduce, si tienes un compromiso con la justicia o la libertad, no vale: “Habría que repensar qué es lo mejor para cada uno en particular y en colectivo”, dice, describiendo lo que se debatió con la pandemia: “En el confinamiento y con las prohibiciones afloró ese dilema. Lo único es que eran unos instantes impredecibles. Sonaba parecido, pero era distinto”.

Regreso a la palabra

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“No creo que el capitalismo sea inmoral porque lo quiera ser, sino porque se basa en obtener beneficio. Y la urgencia del rendimiento es la que te hace ser egoísta o no preocuparte por el resto. Incluso se reproducen esos discursos que sostienen que cada uno merece lo que tiene, para lo bueno y para lo malo. Básicamente, es un sistema que te hace ciego al sufrimiento de los otros. Pero no porque la gente sea mala, sino por este mecanismo de incentivos”, sintetiza.

El capitalismo, añade, es un sistema de ganadores y perdedores. “Además, también creo que te convierte en alguien indiferente al destino de los demás”, zanja. Esta postura no significa que Ypi defienda a ultranza el comunismo, que analiza como un movimiento con una pata filosófica y otra práctica. “Está compuesto por ideas y experiencias históricas, hay teoría y contradicciones. La cuestión no es mirar si ha fallado, sino qué se puede sacar para el futuro”, argumenta. Un ejemplo de ese aprendizaje es la solidaridad, que la experta en Marx no encuentra ni en la Unión Europea, a la que quiere sumarse Albania, ni en el Reino Unido, donde reside: “Les sobra burocracia y les falta dar más acogida”.

Para Ypi, que salió de Albania, estudió en Italia, se mudó a Inglaterra y ahora ha regresado allí con una novela, lo importante es “renegociar constantemente el pasado”. “Hay que comprometerse con él en un sentido corpóreo. No consiste en hacer un museo o tirar una estatua, sino en observarlo continuamente y adaptar a cada época los interrogantes perpetuos como la libertad”, razona. Ella lo ha hecho con este libro y, más allá de dónde trabaje o dónde naciera, concibe ser libre como un ejercicio de responsabilidad: “Algo que va al centro de nuestros valores. Y es importante no dejar que sea apropiada o controlada solo por una parte del espectro político”.

En lo académico, Lea Ypi destaca por ser experta en marxismo y filosofía kantiana después de haberse formado en La Sapienza de Roma o en el Instituto Universitario Europeo, de Florencia. En lo laboral, su puesto como profesora de Teoría Política en la London School of Economics y su calidad de ensayista o de articulista en medios como The Guardian le otorgan un lugar notable entre la intelectualidad actual. Lo que más define su carácter, no obstante, es su país de origen.

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