¿Bailamos, primera ministra?

Marcelo Noboa Fiallo

Hace tan sólo dos años y medio que Sanna Marin se convirtió en la jefa de gobierno más joven del mundo (con 34 añitos, dos menos que el chileno Gabriel Boric). Por entonces, nadie hablaba ni de Rusia ni de la OTAN y ella se prestaba a gobernar el país más igualitario de la Tierra. Su Estado de Bienestar es la envidia del mundo.

De niña fue criada y educada por dos mujeres, por su madre y la novia de esta (“una familia arcoíris”) y desde muy joven compatibilizó su trabajo en una panadería con los estudios. Ingresó en el partido socialdemócrata a los 20 años y en él desarrolló una carrera fulgurante hasta llegar a su puesto actual de Primera Ministra con un gobierno de coalición de cinco partidos (Partido Socialdemócrata, Partido del Centro, La Liga Verde, Alianza de la Izquierda y el Partido Popular Sueco)… No, no se preocupen, no es un gobierno Frankenstein, los finlandeses están acostumbrados a gobernar en coalición.

Sanna Marin gobernaba casi en el “anonimato” (como sus antecesores desde su independencia de Rusia, en 1917). Nos enterábamos de su existencia gracias a la “medalla de oro” que todos los años le concedía la comunidad internacional por sus éxitos en educación y en igualdad. La transformación de Finlandia iniciada en los setenta es motivo de orgullo para los socialdemócratas. La ONU le concedió durante cinco años seguidos el “título” de “país más feliz del mundo” (el ideal del comunismo, sin ser comunistas). Con esa herencia y esos mimbres se prestaba a seguir liderando su país. Pero ahora la prioridad es la “seguridad y la independencia de su territorio” (Sanna Martín, El País) porque el mundo ha cambiado. El mundo ya no es el mismo desde que el nuevo zar de Rusia, Putin I, invadiera Ucrania.

Tan sólo 48 horas después de la invasión (… perdón, “operación especial”), la portavoz del Ministerio de Exteriores ruso, María Zajárova, amenazó a Finlandia con “graves consecuencias militares” si se les ocurría pedir el ingreso en la OTAN. A la joven Sanna no le tembló ni la voz ni el pulso a la hora de condenar la invasión a Ucrania y con ello pasar a engrosar la lista de los enemigos del Kremlin.

Los “Verdaderos Finlandeses” (VF), empezaron siendo un “dolor de muelas” para sus instituciones democráticas hasta convertirse, en las elecciones de 2019, en la segunda fuerza política, a dos décimas del partido ganador, los socialdemócratas

El fantasma de los cien años como gran ducado del Imperio Ruso y su condición de súbditos de cinco zares pesa en la memoria de los finlandeses, al igual que la invasión de Iósif Stalin al inicio de la Segunda Guerra Mundial, pretendiendo recuperar estas tierras del norte de Europa para la gran Unión Soviética. Razón por la cual no dudaron ni un instante en abandonar su tradicional neutralidad y pedir el ingreso en la OTAN. Sus ciudadanos, en cuestión de meses, pasaron de un 30% a favor a un 70%, porque el lobo ya no sólo enseñaba la patita, sino que había abierto las fauces.

Pero Finlandia adolece, como el resto de Europa, de la enfermedad que gangrena las estructuras e instituciones democráticas, la extrema derecha. Los “Verdaderos Finlandeses” (VF), empezaron siendo un “dolor de muelas” para sus instituciones democráticas hasta convertirse, en las elecciones de 2019, en la segunda fuerza política, a dos décimas del partido ganador, los socialdemócratas. Sus dirigentes, al igual que otros dirigentes ultras de Europa, mantienen buenas relaciones con Putin.

Sanna Marin no sólo ha saltado a las primeras páginas de la prensa por su condena a la invasión de Putin, sino por la despreciable invasión en su vida privada. La extrema derecha le exigió que se hiciera las pruebas antidrogas por “sospechar” que consumía drogas en sus fiestas privadas. Si ella se hubiese negado (porque ninguna ley la obligaba) habría iniciado un “vía crucis” político de consecuencias no deseables para su país. El resultado negativo del test ha sido una pequeña victoria contra la ultraderecha.         

Comparar a la liberal Finlandia (en costumbres) y socialdemócrata (en economía y bienestar social) con la autócrata, ultraortodoxa y agresiva Rusia de Putin, con 1.340 kilómetros de frontera que separan dos mundos ajenos y distantes, con una deuda pendiente desde los tiempos de Stalin, no sólo nos ayuda a comprender ese giro radical que sus ciudadanos han dado en su apuesta por la OTAN, sino también el infame acoso a la primera ministra por parte de la extrema derecha finlandesa y la larga sombra del Kremlin.

¿Bailamos, Primera Ministra?

______________________

 Marcelo Noboa Fiallo es socio de infoLibre.

Más sobre este tema
stats