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Banalización ética de la política

Amador Ramos Martos

La ética y la política, aunque autónomas, no deben perderse de vista mutuamente para no caer en la inocencia de un adanismo imposible, pero tampoco en un “realismo sucio” político que interpretando a su antojo las maquiavélicas “razones de Estado”, bordea en ocasiones no sólo la ética si no la legalidad protectora de los derechos ciudadanos.

El proceso de degradación ética, consecuencia de la corrupción de muchos de nuestros representantes en su actividad política, y que venimos padeciendo desde hace años, es una peligrosa carga de profundidad contra las bases de la democracia.

Fue Hannah Arendt (1906-1975), teórica política de origen alemán, la que acuñó el concepto de “banalidad del mal” en su libro Eichmann en Jerusalén, en un intento de interpretar el comportamiento y actitud de Eichmann (condenado y ahorcado en Jerusalén en 1962) ante las aberrantes acciones y consecuencias del nazismo, en las que este siniestro personaje fue protagonista activo.

En el fondo, Arendt consideró a Eichmann un hombre “ordinario”, y su actitud frente al genocidio nazi como la de un burócrata irreflexivo y carente de autocrítica que cumplía con espíritu disciplinado las perversas instrucciones de sus superiores.

Interpretación discutible a todas luces y que generó mucha polémica en su momento, pero que nos dejó como legado el concepto de “banalidad del mal”, que por los motivos esgrimidos por Arendt y discutidos por otros autores mantiene su valor conceptual intacto.

Espero que nadie en su sano juicio interprete este comentario como un intento de comparar la corrupción política que asola nuestro país con el papel terrible del nazismo y sus consecuencias atroces sobre el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, sí recurro al concepto de “banalidad del mal” por su utilidad para explicar las difíciles relaciones entre ética y actividad política.

La conciencia moral, es decir, nuestra capacidad personal de juzgar para distinguir lo bueno de lo malo, se difumina –cuando no desaparece– si renunciamos a nuestra autonomía moral frente a normas –no siempre éticas– aplicadas por instancias ajenas a nosotros y aceptadas de forma sectaria y acrítica.

La contaminación de nuestro capacidad autónoma de juicio moral –no otra cosa es la ética– nos sumerge en la anomia moral, contribuye a nuestra degradación ética, y por extensión, a la de la sociedad cuando ésta asume irreflexivamente en un proceso de “banalización ética” los criterios de formas heterónomas (impuestas) de morales anómalas o, en última instancia, aberrantes. Si la corrupción política de la que el PP viene siendo protagonista aventajado desde hace años, a la espera de sus consecuencias jurídicas –larga, muy larga es la lista de imputados– y la ineficacia de sus políticas económicas –en realidad de la troika- y su impacto obsceno sobre la desigualdad y cohesión sociales en nuestro país, es premiada en las urnas con un incremento en el número de votantes y de escaños en el Congreso, es algo que como ciudadanos debiera inquietarnos y mucho.

Medio país se está quedando –si no lo está ya– en la estacada socialmente, tenemos uno de los mayores índices de desigualdad del mundo desarrollado, una pobreza infantil rayana en el 35%, unas condiciones laborales que nos alejan del mundo desarrollado, unos derechos civiles mermados de forma preventiva, los servicios públicos de los que depende el poder encarar nuestro futuro con garantías desvastados por unas políticas ejecutadas servil e irreflexivamente ante poderes no democráticos... todo ello, consecuencia de la disciplinada y fría ejecutoria del gobierno saliente del PP del que espero, deseo más bien, que no sea gobierno re-entrante.

Si no nos inquietan estos hechos –sería lo preocupante– y no acotamos el poder de sus responsables, estaríamos bordeando límites que nunca debiéramos traspasar como ciudadanos reflexivos y críticos. Pero que, de hacerlo, nos conduciría al espacio de la “banalidad ética” donde reinan la deshumanización, la desesperación, la frustación... quizás también la violencia y puede que el caos.

La “banalidad ética” del PP, reconfirmada como una anomalía democrática en las urnas, no es justificable con ningún discurso moral. Su minoría –mayoritaria según ellos– no le da derecho a liderar ninguna alternativa ni a reivindicar la regeneración de la vida política que ellos han contribuido con su anémica conciencia moral política a degenerar.

Si el resto de partidos –nacionalistas o no– aún conservan conciencia de una “ética política de mínimos”, no debieran contribuir con sus pactos a reeditar un gobierno del PP con Rajoy a la cabeza.

No se lo merecen ni el PP ni Rajoy a pesar de la “anomia moral” exhibida por sus votantes. No se trata de “tomar el cielo por asalto”... el cielo... no existe. Se trata sencilla, serena, ética y democráticamente, de conseguir un pacto político para sacar a muchos ciudadanos –condenados por la “banalidad ética” del PP y Rajoy– a sobrevivir de forma indigna e inhumana, en el infierno –que sí existe- creado por ellos. ____________________

Amador Ramos Martos es socio de infoLibre

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