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Ceguera psicológica

José Antonio Alfaro Gómez

Lo que oímos las personas deficientes visuales graves adquiere una sobredimensión cuyo objeto es cubrir otras carencias funcionales. La ausencia de imágenes se suplanta por palabras que, poco a poco, conquistan rincones de memoria reciente, ya casi vacíos de color. En mi proceso hacia la ceguera total, esto resulta doloroso no solo porque signifique afrontar nuevas pérdidas, sino porque, en la era de la postverdad, la escucha de tanta hipocresía, tanta impostura, tanta abanderada ignorancia se clavan como dardos en la masa gris.

Hace unos días, en el bus de camino al médico, un aspirante a tertuliano de Sálvame berreaba contra el alcalde, su equipo, y hasta su mujer, convirtiendo el bus en mentidero del siglo de oro al “iluminarnos” sobre lo mal que funciona todo por culpa de los políticos.

Más tarde, una joven, ataviada con bata blanca recibía los improperios de otro iluminado que interpretaba sus diez minutos de retraso como “un desprecio a los enfermos”, sin saber si venía de una urgencia, o de atender alguna necesidad propia de sus funciones laborales, más allá de su consulta médica.

En una tienda, a la vuelta, fui a dar con los sapos y culebras en boca de otro cretino que dirigía su mala leche contra la policía municipal por haber sido multado “solo por dejar su coche en doble fila, para tomarse una cañita rápida”. Si el autobús se bloqueaba en su habitual recorrido era un pequeño detalle tan ausente en su universo como en su discurso.

Dichas actitudes, con sus correspondientes mensajes permeando mi cerebro casi a diario, merecen una vuelta a la centrifugadora gris en busca del sentido de tal desquicie humano, lo cual me lleva al siguiente común denominador de un perfil que podríamos calificar como “cenutrio enfadado”:

  • La mayoría de estos momentazos son protagonizados por hombres de edad media o avanzada.
  • Los escandalosos pertenecen a la clase media-baja, y no suelen tener educación en ninguna de sus acepciones, los sibilinos, a la media-alta, y suelen ser letrados (no necesariamente educados).
  • Exhalan frustración, y llevan por bandera una ira nada contenida que actúa como altavoz del “orden”, sentenciando silenciando o disfrazando lo que acontece.
  • En sus películas, se otorgan el rol de víctimas, o a lo peor salvadores del aleccionador comunismo, los políticos (normalmente ”de mierda”) o cualquiera que se menee fuera de su estrecho círculo normativo.
  • Intuyo esquemas mentales simples, de tipo binario, donde se señala agresivamente lo ”malo”, ”perverso” y “erróneo”, para dar a entender que ellos pertenecen a lo “bueno”, ”honesto” y “acertado”.
  • La libertad para ellos consiste (amén de no pagar impuestos) en poder comprar todo lo que desean (no necesariamente lo que necesitan), y despotricar a siniestro y siniestro (porque al lado diestro no suelen darle…).
  • Los brutos se profieren con ira, los sibilinos, con inquina; ambos no dejan lugar a dudas de que la suya no es cualquier lógica operativa, sino la única lógica posible.
  • Esta lógica operativa tiene una ausencia absoluta de cuestiones como la empatía, la solidaridad, la equidad, cuyo conocimiento les es tan ajeno como el planeta Saturno.

En el contexto de ese verbalismo, al que me lleva mi deficiente sistema ocular, pensé sobre la posibilidad de una especie de ejército de ignorantes victimizados, invisible a los ojos aunque no al cerebro (si se usa). Consciente o inconscientemente, esta soldadesca está al servicio de unas derechas cuyo pasado y presente deja un rastro de deudas millonarias, casos de corrupción e intentos de manipulación de nuestra democracia, que, al parecer, no necesitan ocultar porque no les pasa factura política. Su veneración al Dios "economía", en su fórmula de crecimiento sin límites, no encaja sin dejar atrás a la mayoría de la población, incluyendo a sus soldados. Están en auge aunque, claramente, obtienen un rotundo cero patatero en la gestión sostenible, equitativa y justa de las numerosas crisis de carácter sanitario, climático, bélico; conflictos globales económicos y sociales a los que continuamente nos enfrentamos.

El poder mediático se vende al mejor postor, el judicial se vuelve antisistema y el poder político se acojona. Lentamente, se pondrá el sistema de bienestar social en manos del sacrosanto mercado

Quien use el cerebro para ver, descubrirá que sus propuestas alternativas nos conducen a un repliegue de odio cuya atomización quede debidamente almacenada, para que en el momento adecuado surjan incendios de tercera y cuarta generación que abrasen al sistema y achicharren las normas de convivencia más básicas. Ellos se preparan para “reforestar un nuevo mundo” repleto de elementos similares al eucalipto, cuyo rápido crecimiento produce una alta rentabilidad económica a corto plazo aunque, a medio y largo plazo, supongan la antesala a la desertización de nuestros suelos.

En la época de la postverdad que vivimos, todo vale para deslegitimar a los actores políticos y sociales que nuestra democracia nos permite tener. Esa deslegitimación es condición imprescindible previa al asalto final. Jorge Lago nos la presentó en un artículo como la “guerra cultural”.

Al servicio de tal guerra, a nuestro alrededor, hay todo un ciego ejército ciudadano preocupado, y ocupado, en emponzoñar todo cuanto esté a su alcance. Enfadados con la vida y montados en el caballo de la emocionalidad, hacen que la culpa judeo-cristiana salte de los púlpitos a nuestras calles y plazas, oscurecen la idea de otredad y resignifican los muros protectores. Creen que las brechas de desigualdad aumentan por mandato divino o biológico-“natural”, y esconden la falacia de la meritocracia y el clientelismo debajo de las alfombras de la corrupción; ojos que no ven...

Mientras, el poder mediático se vende al mejor postor, el judicial se vuelve antisistema y el poder político se acojona. Lentamente, se pondrá el sistema de bienestar social en manos del sacrosanto mercado, se impondrá una moral de corte conservador y punitivo, se atentará contra el derecho a la información y los avances democráticos, y se pondrán palos a la rueda de la sostenibilidad medioambiental porque eso también es negocio.

Llevamos años de bombas de insultos y demonizaciones, de metrallas de bulos y fake news, de minas en forma de falsas acusaciones, de cloacas del Estado y manipulaciones de todo tipo, de opacidades, disfraces y mentiras que calan independientemente de lo que hagan maravillosas médicas, magníficos gestores de nuestras administraciones, poderosas y valientes mujeres y hombres feministas, entregado y motivado cuerpo de funcionariado público, honrado personal político de distinto nivel y pelaje. Años de una guerra cultural cuya empoderada soldadesca, al servicio de tal desatino, está ahí fuera, en nuestra cotidianidad, minando y enfangando todo lo que huele a cambio. Con "cero unidades" de conciencia sobre lo que dicen y hacen (así tengamos que escuchar barbaridades), no encuentran barreras para rajar a gusto (personal o virtualmente), no viven en una sociedad que les pare los pies, ni existe una justicia que haga lo propio, son libres de ejercer su libertad como les plazca, si es a modo de dióxido de carbono psicológico, ¡vayan por delante toneladas diarias!

Este discurso falaz y hostil cala en nuestro ánimo, mina nuestra confianza y nos desanima a la participación activa de una democracia saludable. Y yo me pregunto, ¿hasta cuándo vamos a aguantar esta ignominia? ¿Para cuándo un ejército ciudadano que señale, denuncie, silencie y saque al menos los colores a tanto cínico sin vergüenza? ¿Para cuándo una sociedad que ataque no solo a la barbarie, sino también a quienes, a nuestro alrededor, practican la equidistancia que la permite? ¿Para cuándo, en esta guerra cultural, vamos a dejar de defendernos, y vamos a empezar a atacar?

Tenemos frente a nosotros la reciente imagen de un espejo en nuestra vecina Italia. Si hay algo de certeza en la frase “no hay más ciego que quien no quiere ver”, lamento comunicarles que el diagnóstico va más allá de nuestro complejo sistema ocular. Se trata, por desgracia para todos, de un tipo de “ceguera psicológica”, con muy mal pronóstico, y que empieza a adquirir tonos pandémicos. 

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José Antonio Alfaro Gómez es socio de infoLibre

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