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Las clarisas de Belorado

Felipe Domingo Casas

Dieciséis mujeres, dedicadas a la “vida consagrada”, según la terminología que emplea la jerarquía de la iglesia católica a las monjas conventuales, han movilizado y mantienen en ascuas al papa Francisco, a la Conferencia Episcopal española, al arzobispo de Burgos y obispo de Vitoria y a sus vicarios. Exagerando mucho, el conflicto de las monjas clarisas de Belorado con las estructuras eclesiales de la iglesia romana ha chocado tanto que ha dado motivo a artículos de prensa, crónicas, debates en las televisiones y declaraciones episcopales, como si fuera un procés. Con esto quiero decir que el conflicto desborda los límites intereclesiales para interesar a la sociedad española y, por tanto, tiene más miga de lo que parece.

Se ha escrito mucho ya sobre los motivos de la rebelión, poniendo el acento en las ideas contrarias el dogma, que lo tiene, y en la desobediencia a los papas posteriores a Pio XII, no solo al actual, por la participación y tutela que ejerce sobre las hermanas clarisas el exobispo Pablo de Rojas y su portavoz, José Ceacero, y que puede terminar en la excomunión de las monjas y en su expulsión del convento. Se ha publicado y declarado que la venta de su convento tenía por objeto la compra de otro, con apariencia de un pelotazo, dadas las dificultades de supervivencia que tienen las clarisas en estos momentos, lo que parece muy cierto, no solo el de su congregación, sino el de otros conventos extendidos por España, nada menos que 725 conventos, donde viven un tercio de las monjas de clausura de todo el mundo. Si repartiéramos proporcionalmente estos, por cada provincia habría quince, que ocuparían una superficie desproporcionada para el número de monjas que los ocupan. También se ha escrito de las ansias de poder de la abadesa por mantenerse en el cargo, cuando los estatutos de la congregación se lo impiden, lo que indicaría que están manipuladas. ¿Y si fuera el embrión de un chispazo del poder femenino enfrentado al poder masculino de la iglesia católica?

En la Iglesia Católica se han extendido las teólogas y otras mujeres que comienzan a influir en el poder masculino. No he oído ninguna palabra a favor o en contra de las clarisas de Belorado desde esa perspectiva feminista y sí muchas voces masculinas

Diríase que dieciséis mujeres (ahora quince) encerradas de por vida en un convento, sin poder de decisión alguno, han echado por tierra la máxima ideológica que Pablo de Tarso, el apóstol más universalista y machista, imprimió a la iglesia romana, desde que a la caída del caballo, se iluminó su mente en la fe de Jesús, el nazareno. En su carta a los corintios, escribió: “mulieres in ecclesia taceant”. Esta postura ideológica machista todavía impera en la iglesia católica. La iglesia ha aplaudido y alabado a las mujeres conventuales mientras han permanecido calladas, en silencio, dedicadas “a sus labores”, en el sentido más estricto del término: hacer dulces, turrones, mazapanes y ropería de los curas y obispos. Y seguramente sin compensación económica. La tutela que han ejercido los obispos con los conventos de clausura de monjas se ha ejercido únicamente en la fe y en el mantenimiento de los ritos religiosos, dejando a su autonomía su supervivencia vital. No han apartado de los millones de ingresos que les reporta marcar la cruz en la declaración de la renta, que con tanto celo reivindican en estos meses, una partida para las necesidades de muchos conventos.

Porque, como señala Ana Rodríguez en un artículo con el título: “Monjas díscolas, una rebelión que se remonta a la Edad Media” (El País 19/5), los conventos fueron ricos. “La clausura como forma de vida regulada por normas de vigilado cumplimiento llevaba en si misma el germen del conflicto, porque en él se reproducían las jerarquías sociales del exterior y las luchas de poder entre las familias que dotaban de riqueza a los monasterios donde se recluían sus hijas, sus hermanas o, al final de sus vidas, las viudas”. Pone como ejemplo, Ana Rodriguez, de la injerencia de la jerarquía eclesiástica masculina en comunidades claustrales femeninas, el conflicto entre el monasterio cisterciense femenino de Santa María la Real de las Huelgas de Burgos y el obispo de Burgos, con el apoyo de Roma. El poder y la riqueza de las señoras de las Huelgas, de sus abadesas y monjas, como miembros de la familia regia y de los grandes linajes hispanos, les permitió zafarse del control episcopal. Y ganaron, a pesar de las amenazas y excomuniones. Y lo mismo ocurrió en el convento de las dominicas de Zamora.

Habiéndose extendido en los conventos la máxima benedictina de ora et labora, sea por necesidad, sea por consciencia, aunque sea equivocada, las monjas han alzado su voz y reivindican una autonomía de la tutela del poder milenario masculino de la Iglesia Católica. Otra cosa es que ese poder reivindicativo femenino vaya en la dirección correcta. Para iluminar esas vocaciones tan improductivas hoy día, oigo que el convento benedictino de Santa Cruz de Sahagún (León) hace cursillos de “prácticas de monjas”.  

En la Iglesia Católica se han extendido las teólogas y otras mujeres, que comienzan a influir en el poder masculino de la iglesia. No he oído ninguna palabra a favor o en contra de las clarisas de Belorado desde esa perspectiva feminista y sí muchas voces masculinas. Termino así con otra voz femenina laica, la de Nuria Barrios: “la solidaridad entre las mujeres es imprescindible para cuestionar qué significa la “voz de autoridad” y resignificarla. (El silencio de las mujeres, El País).

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Felipe Domingo Casas es socio de infoLibre.

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