Librepensadores

El fenómeno del acoso

Pilar Laura Mateo

En un momento de efervescencia de las reivindicaciones feministas, en el que la explosión del Me Too ha alcanzado una dimensión global, el escándalo de Plácido Domingo ha vuelto a poner de actualidad en España el tema del acoso sexual. Es sintomático que casi siempre que una acusación de este tipo se produce, sobre todo si el acosador posee prestigio social, una gran parte de la sociedad tienda a su exculpación e incluso a su encubrimiento. Para comprender por qué sucede esto se hace necesario colocar el fenómeno del acoso en su contexto y analizar qué climas laborales lo favorecen y en qué realidades materiales y simbólicas se produce la justificación de esta violencia.

Uno de los rasgos, quizás el más llamativo por estar tan generalizado, es que se suele presentar como un hecho extraordinario en situaciones de normalidad y solo como hechos habituales en situaciones ajenas a la experiencia común. O sea, que son cosas que pueden pasar, pero que no es normal que pasen si una se comporta “como debe” o no frecuenta “determinados” ambientes. Otro rasgo, ligado al primero, es la tendencia de las personas testigos o confidentes a quitar importancia a los sucesos, a trivializarlos, salvo cuando muestran su mayor dramatismo, claro está, y siempre que la víctima reúna los atributos adecuados para ser creíble.

Este tratamiento del acoso sexual como un asunto privado y particular en lugar de como algo que atañe a la sociedad, contribuye a ocultar el machismo como raíz del fenómeno. Ello provoca cierta relajación del control social y de la responsabilidad colectiva disparando así la soledad de la mujer que lo sufre. Es más, la tendencia dominante en las víctimas es a minimizarlo y ocultarlo mientras este no traspase la línea de la agresión o la franca humillación.

Son muchas las ocasiones en las que la mujer acosada calla, no tanto por miedo, que también, sino por su propio interés, sobre todo si no se ha ofrecido una resistencia heroica. Sabe que esa denuncia en determinados contextos se va a volver en su contra porque automáticamente se le va a acusar de provocadora, fácil, lagartona, etc. Algo que no casa en absoluto con la conducta de la mayoría de las mujeres en los ámbitos laborales, que suele ser de gran cautela, pues son conscientes de que adoptar actitudes que las sexualizan sirve habitualmente para desprestigiarlas. En realidad, sólo la sexualidad masculina heterosexual se mueve con naturalidad y se expresa espontáneamente y sin trabas en el trabajo.

Un tópico muy extendido sobre el acoso ha sido relacionarlo con el mito clásico de la irrefrenable sexualidad masculina y en particular de los poderosos. Y otro es, como no, solaparlo con el abuso de poder. Este prejuicio ha hecho asumir que se trata de un problema de jerarquía. Aquí el acosador o es un superior, social o laboral, que intenta saciar sus apetitos mediante la presión o el chantaje, o un hombre primitivo y atrasado, situado en un entorno de trabajo autoritario y precapitalista. El tópico, tal como se fue dibujando, ha servido a dos intereses: dejar a salvo las relaciones entre compañeros, igualitarias y saludables, como se señaló en su momento incluso por los sindicatos, y confundir poder y jerarquía. Es decir, el poder no provenía del hecho de que fuera un hombre frente a una mujer, sino un jefe frente a una trabajadora, un hombre mayor frente a una joven, etc. La raíz machista del acoso, o del poder entre géneros, queda así oscurecida.

El tópico permitía además dejar a salvo a las empresas grandes y modernas, o a prestigiosas tipo cultural, artístico, etc., y consolidar su leyenda de lugar de trabajo democrático, aséptico, donde la realización personal y el beneficio o los servicios que presta la empresa son una misma cosa pues, en esos lugares, limpios y sin sudor, no existen la explotación, ni accidentes laborales, ni conciencia de clase, por tanto, tampoco ha de existir acoso sexual, salvo como excepción o escándalo.

Por otra parte, el sexismo que alimenta al fenómeno del acoso busca tapaderas para naturalizarse y así ha asociado su denuncia con cierto puritanismo sexual confundiendo, de forma intencionada, la persecución del acoso con la voluntad de prohibir cualquier erotismo e, incluso, cualquier relación sentimental y amistosa en las empresas. En Francia, la campaña en contra de la regulación del acoso llegó a plantearse como un problema nacional enfrentando el “supuesto” puritanismo sexual de las mujeres que exigían esta regulación con la galantería tradicional francesa. De hecho, en cualquier conversación sobre el tema enseguida preocupa que este planteamiento perjudique los ligues y los amoríos en el trabajo.

Hoy, a través de movimientos como el Me Too, hemos avanzado mucho en la comprensión de este fenómeno, aun así, el acoso sigue ceñido al carácter particular de la ofensa y los acosos en el trabajo siguen aludiendo solo a los tocamientos y agresiones sexuales, y no a aquellas actitudes y prácticas de minusvaloración que infantilizan a las mujeres, obstaculizan su integración o niegan su valor como profesionales.

En este punto, la reflexión actúa en forma de acordeón. Cuando se abre la explicación a la dimensión patriarcal (no debemos perder de vista que el acoso sexual en las empresas es inseparable del acoso en otros lugares: calles, bares, colegios, universidad, etc.), el acoso en sí se desdibuja como fenómeno particular, pero se entienden mejor sus causas. Cuando se cierra a la esfera de un acoso sexual concreto, aparecen definiciones precisas, a veces listados de conductas, pero la raíz del problema, que no es otra que el machismo, acaba escamoteándose.

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Pilar Laura Mateo es socia de infoLibre

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