Librepensadores

Un golpe 'made in USA'

Mario Diego

El 23 de enero, Venezuela conmemoraba la caída del dictador militar Marcos Pérez Jiménez, derrocado en 1958 por un levantamiento popular. Este año, ese día, hubo dos movilizaciones en Caracas: una por parte de los partidarios del régimen chavista de Nicolás Maduro y la otra por parte de los oponentes. También fue el día en el que el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, decidió autoproclamarse presidente de Venezuela.

Si Guaidó, joven ingeniero de 35 años, encabeza hoy la oposición derechista es porque los veteranos de la oposición, dirigentes más experimentados, están en arresto domiciliario o huidos al extranjero bajo, principalmente, la inculpación por corrupción. El partido liderado por la oposición, llamado Voluntad Popular, partido que lidera Guaidó, podría llamarse voluntad burguesa, ya que no cabe la menor duda que son los representantes y defensores de la media y grande burguesía, burguesía que se emplea desde hace 20 años en querer derribar el régimen chavista.

Apenas minutos después de su autoproclamación, Guaidó recibió, como no podía ser de otra manera el apoyo de Trump y acto seguido el de los recientes –y menos recientes– Gobiernos de derechas que gobiernan en América Latina. Los dirigentes europeos, espléndidos “demócratas”, defensores de viudas y huérfanos, excepto cuando se trata de viudas y huérfanos que cruzan el Mediterráneo, que perecen bajo las bombas saudíes en Yemen o se exponen a las peores vicisitudes en la caravana migrante centroamericana camino de Estados Unidos, no tardarán en hacerlo.

De hecho, mientras estaba actualizando éste mi punto de vista, acababan de oficializar lo que no cabía la menor duda que harían. Si bien tardaron un poco más, cara a la galería, acabaron por meterse en donde Trump los llamaba. Todos, con Pedro Sánchez a la cabeza, estiman que es mucho más democrático apoyar un diputado que se autoproclama presidente que, guste o no, a Maduro, quien obtuvo en votos el 30% del censo electoral en las elecciones presidenciales de mayo del año pasado.

Soplando un viento gélido para enfriar los ardores de tantos “demócratas”, el general Padrino, ministro de Defensa, arropado por el conjunto del Estado mayor, declaró su apoyo al régimen; una manera como otra cualquiera de recordar que se debería contar con el Ejército. La derecha opositora inició entonces, –al mismo tiempo que John Bolton, asesor de la Seguridad Nacional estadounidense, amenazaba Maduro con Guántamo– una ofensiva seductora dirigida al Ejército, prometiendo una amnistía a todo militar que se posicionara de su lado.

No es extraño que el Ejército esté tan cortejado; controla la economía, principalmente el petróleo, materia prima que representa el 96% de la exportación venezolana. Su control sobre las fronteras les permite vigilar el tránsito de todo lo que se trafica entre Venezuela y los países aledaños, cobrando su parte por facilitar el paso en un sentido u otro. Por ahora, el Ejército estima que el apoyo al régimen chavista todavía les sale a cuenta. Dicho esto, el total bloqueo económico ejercido por Estados Unidos puede cambiar la situación.

Sin embargo, la situación de los altos mandos que prosperan con Maduro no tiene nada que ver con la situación de los soldados rasos y sus familias. Éstos sufren las mismas dificultades que la población, dificultades que se agudizarán aún más con dicho bloqueo económico. Una parte de los que habían apreciado la política de redistribución de la renta petrolera, llevada a cabo por el chavismo, hoy dan la espalda al régimen. Creen que el retorno de la derecha podría ser la solución a sus problemas, olvidando lo que lo que tal retorno significaría realmente: volver a la época en la que la burguesía acapararía la totalidad de dicha renta petrolera sin destinar las más mínima parte a resolver los problemas sociales.

Cuando la oposición reprocha a los chavistas que no aprovechasen cuando el petróleo estaba en máximos para diversificar su industria y que se durmiesen en los laureles, la derecha olvida que dicha política no la han inventado los chavistas sino que la han heredado de sus predecesores. Si Chávez no hubiese salido de su cuartel y los gobiernos politiqueros de derecha o izquierda hubiesen gobernado alternamente, la situación sería hoy similar o peor, una vez concretada la caída de los precios petroleros.

La crisis que golpea Venezuela es, en primer lugar, la crisis del sistema capitalista especulador. Sistema que especula, en general, con todo lo que permite incrementar rápidamente sus ganancias y con las materias primas en particular. Situación a la que los chavistas nunca se han realmente enfrentado dándose por satisfechos con un statu quo con dicha burguesía.

Hemos visto que en el pasado clase trabajadora y clases populares se movilizaron para impedir a los serviles políticos, al servicio de la burguesía, retomar el poder durante las dos tentativas de golpe de Estado de 2002, salvando así al gobierno chavista y permitiéndole, al mismo tiempo, hacerse con el control del sector petrolero. Actualmente la clase trabajadora sigue disponiendo, no solo de la fuerza necesaria para impedir el retorno del desacreditado fárrago politiqueo de hace 20 años, sino también, de imponer las exigencias del mundo del trabajo, indispensables para sobrevivir, al régimen actual. ____________

Mario Diego es socio de infoLibre

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