Ian

Javier Herrera

Supe que Ian iba a ser mi amigo cuando un buen día me dijo que su nombre no se pronunciaba "Aian" sino llana y simplemente "Ian". Desde entonces, hace ya unos cuantos años, que vienen de finales del siglo XX, los de mi generación —más o menos unos diez años más jóvenes que la suya— sabíamos de sus cuitas por García Lorca y Antonio Machado, pero aún no alcanzábamos a atisbar, desde esa su gran preocupación por las biografías de otros personajes de nuestra historia de signo contrario (Jose Antonio Primo de Rivera o Calvo Sotelo), que su labor iba a ser tan trascendental a la hora de recuperar nuestra memoria colectiva. 

Sin embargo, en mi caso, lo que se ha impuesto no es esa su imagen mediática que, por cierto, se corresponde con la que el ciudadano medio –lo puedo asegurar– percibe por su cercanía y afabilidad, sino su faceta como persona empática como pocas con el contexto al que voluntariamente ha querido dedicar su vida. Y me refiero a la profesional asunción de su mesianismo respecto a Lorca, las cunetas y demás reivindicaciones de una España aún injustamente tratada por el poder desde la que ha podido erigirse en imagen de la injusticia y del descontento por la falta de arrojo y determinación para de una vez por todas zanjar el asunto y que pase a mejor vida… 

Ian Gibson, puedo asegurarlo, es un abogado de las causas más profundas que pueden ayudar a cicatrizar nuestras heridas.

Ian, puedo asegurarlo, es un abogado de las causas más profundas que pueden ayudar a cicatrizar nuestras heridas; es, a no dudarlo, el que viene a ver al amigo al hospital tras saber que su abdomen ha sido seccionado por el cirujano o al que no le duelen prendas subir peñascos empinados o sortear simas minadas con tal de ayudar a unir a las gentes de diversas procedencias en torno a la verdad.  

Siempre admiraré ese amor no condicionado que personas como él tienen a otros prójimos tan alejados por cultura y educación; porque lo que se desprende de todo él es amor, pura y sencillamente amor (teñido a veces de una rabia contenida) a una España, ornitológica en principio, pero de ilimitado albatros al final. Ian no es otro (no confundirlo, por favor) que Gibson, y España, su España, está en deuda con él a pesar del reciente reconocimiento oficial recibido.

Javier Herrera es socio de infoLibre

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