La incertidumbre de las mujeres afganas

Consuelo Peláez Sanmartín

Se llaman Azita, Razia, Maryan, Mina, Sakineh… Han nacido en un país famoso por el terrorismo internacional y las guerras que lo asolan desde hace sesenta años.

Pero debajo de esas noticias están ellas. Siempre han estado ellas.

Nacidas en diferentes provincias del país, pertenecientes a diferentes etnias, diferentes lenguas o ramas del islam, pero con el mismo sometimiento a una implacable sociedad patriarcal.

A las refugiadas en un país que no conocen, con una lengua y un calendario distinto al suyo, se les ha roto la vida. Separadas de sus hermanas y de sus madres.

La familia de mi marido me amenaza porque no llevo el pañuelo y mi marido me maltrata física y psicológicamente. Razia

Las casaron entre los trece y los quince años. Fueron madres cuando todavía debían estar en la escuela. ¡Estudiar! Muchas de ellas son analfabetas, o apenas saben leer y escribir porque estaban destinadas a ser madres y esposas. Esposas a la fuerza con hombres hasta veinte años mayores que ellas. ¿Os imagináis casadas por vuestra familia a los quince años con un hombre que os dobla la edad?

Mi madre me obligó a casarme con mi actual marido. ‘Como es normal’ decía ella. Azita

La toma del poder de los talibanes, hace ya dos años, las ha obligado a abandonar su país. Los fanáticos talibanes que han vuelto al poder y han devuelto a las mujeres al confinamiento total.

Han tenido que salir precipitadamente porque la vida de sus esposos estaba en peligro. Pero también la de sus hijos reclutados a la fuerza para el ejército talibán. Y por supuesto en peligro la vida de sus hijas que podían ser raptadas por un talibán, sometidas a toda clase de tratos vejatorios, privadas de la más mínima enseñanza y cubiertas desde la cabeza hasta los pies como si de un cristo en Jueves Santo se tratara.

Tendría que haber prometido a mi hija de trece años, o un talibán se la habría podido llevar. Maryan

Se habla mucho de las mujeres que se han tenido que quedar. De su derecho a la educación. Se critica el burka que se ven obligadas a vestir. Y así ha de ser.

Pero a las refugiadas en un país que no conocen, con una lengua y un calendario distinto al suyo, se les ha roto la vida. Separadas de sus hermanas y de sus madres. Sacadas de sus casas, obligadas ahora a vivir de un modo radicalmente opuesto al suyo. ¿Alguien les va a prestar atención? ¿Podrán desprenderse de sus velos? Y no sólo de ese velo que les cubre la cabeza, sino de los otros más ocultos que les han impuesto desde la infancia: el sometimiento, la obediencia, el aislamiento. 

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Consuelo Peláez Sanmartín es socia de infoLibre

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