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LIBREPENSADORES

Las mentalidades

Jaime Richart

Dicen los castellanos que hablando se entiende la gente. ¿Verda­deramente creemos que hablando se entiende la gente? Desde luego ni los políticos cuando hablan ni los periodistas cuando escri­ben o hablan de política muestran tener el más mínimo propósito de llegar a un acuerdo, es decir, en­tenderse. Es más, de poco o de nada sirve hablar el mismo idioma si no se comparte la mentalidad. Cua­renta años amordazados por la dictadura no han traído más que logorrea y crispación, que dan más valor al silencio.

Pues una cosa es el idioma y otra el lenguaje. Si el idioma no se expresa desde mentalidades similares, no habrá entendimiento en­tre dos. La distinta mentali­dad que pone en boca al idioma puede se­pa­rar tanto a dos interlocutores que parecerán estar hablando dis­tintos idiomas. Por eso quién sabe si no nos comunicaremos me­jor con un lapón o con un zulú aun­que no hablemos su len­gua ni ellos la nuestra, que con tantos que hablan  caste­llano en el que ahora escribo con los que no nos entendemos para nada.

Es más, me entenderé mil veces mejor con cualquiera de los que hablan uno de los 6.000 idiomas que según Ethlogue se hablan en el mundo, que con mi vecina caste­llana. La primera barrera es la edad: ambos tene­mos vi­vencias muy diferentes a lo largo de la vida; la segunda es el sexo: ella se de­clara femi­nista y yo, para ella, debo ser machista; sus es­tudios, su edu­cación y su economía y los míos son barreras que se alzan entre los dos. Y ¿la ideología? Ella pro­fesa pura Faes, yo nin­guna. Así es que al encontrarnos frente al más mí­nimo pro­blema común o público, en cuanto hablamos, en lugar de arre­glarlo, lo agra­vamos. Es así: hablamos el mismo idioma pero tene­mos mentalida­des dife­rentes. Así es que en lugar de empeñarnos en entendernos sin ninguna posibilidad, deberíamos buscar a un media­dor aunque fuese malayo...

Pues esto mismo pasa en el Congreso y a los políticos fuera de él. Los parlamentarios españoles hablan en el parlamento castellano, pero tie­nen mentalidades irreconciliables. Y un partido concreto sólo se dedica a poner todo su empeño en que cual­quier iniciativa que no sea suya fracase. Su mentalidad no ha entrado to­davía en el mi­lenio que vivimos

De todo esto resulta que en la España de pensa­miento único y múlti­ples mentalidades, el castellano cada vez tiene menos peso específico en el mundo aunque sea la segunda lengua más hablada: lo usan los castellano-parlantes para detestar­se, los políticos para in­sultarse, y los periodistas para mo­farse de los políticos contrarios o satiri­zarles. Así no vamos a nin­guna parte. Es lo que tiene la inma­durez cuando se afrontan los acontecimientos sociales con la es­casa elocuencia política que ha podido practicar este país en castellano en su cortísima historia de relativa libertad: todo nos sitúa a todos al ni­vel de zu­ru­petos.

Cara y cruz

Yo, por mi parte, estoy poco a poco renunciando a la conversación en castellano quedándome sólo en el hola y el adiós. Cada chá­chara está infec­tada o de sexo o de política, a pe­sar del pésimo inte­rés que ésta sus­cita más allá de los chis­mes de comadre y de las pésimas noticias que nos llegan de todas partes. Quizá por eso estoy empezando a comprender lo que decía Cicerón: “nunca es­toy menos solo que cuando estoy solo”.

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Jaime Richart es socio de infoLibre

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