Quienes se toman la molestia de escuchar, no oír simplemente, lo que explican los diversos actores políticos (incluyendo analistas con más o menos capacidades intelectuales) acerca de la situación actual de nuestro panorama social y político, pueden tener la sensación de que ya está todo dicho, y lo que está dicho nos aboca necesariamente a un escenario de nacional-populismo.
¿Y qué es eso del nacional-populismo?
La relación de países en los que van avanzando esas tesis es ya extensa: Estados Unidos, Italia, Hungría, El Salvador, Argentina… Luego están aquellos lugares en los que la amenaza de que prosperen en sus sociedades ofertas electorales de ese sesgo es cada vez más patente: Francia, Bélgica, Finlandia, Alemania, España…
En 2025 hay que hablar de un nuevo fascismo. Porque está bien anotar los matices de este llamado nacional-populismo moderno respecto a los movimientos fascistoides clásicos, pero creo que es absurdo ampararse en ello para relativizar lo grave.
Convendría que quienes introducen esa circunstancia diferenciadora en su discurso intenten imaginar qué clase de convivencia social nos deparan los mensajes que lanzan los partidarios de reconfigurar los valores que parecían consolidados acerca de los derechos humanos, con la cuestión de las políticas de migración, por ejemplo; o aquellas propuestas que pretenden segar de raíz los avances en el respeto y dignidad del 50% de la población mundial (las mujeres); o arrumbar de un plumazo toda acción que intente luchar contra la realidad climática.
La única receta posible es hablar de lo que hay que hablar, mientras se articulan normas de transparencia contra la maldita corrupción y el nefasto patriarcado instalado en las estructuras partidarias
Y todo ello con el acompañamiento inquietante de ir socavando los principios básicos de una democracia sana, como la libertad de expresión, el respeto institucional, la separación de poderes, hasta llegar a una suerte de modelo iliberal.
En España vivimos un interesante momento político, donde los argumentos anteriores toman validez de una manera cada vez más explícita.
Que las derechas gobiernen entra dentro de la normalidad democrática, aunque no guste. Pero cuando la perspectiva es que las derechas gobiernen, o bien con las extremas derechas (representantes claros de ese nacional-populismo fascistoide), o bien con la asunción sin complejo alguno de algunas de sus propuestas reaccionarias, la cuestión es otra.
Y ante ello, las izquierdas navegan en un mar de incertidumbres tan turbulento que no auguran que la nave logre evitar el naufragio.
Pero es que no hay más. O nos abandonamos y fenecemos, o apretamos los dientes, respiramos profundamente y lanzamos iniciativas de políticas públicas que apelen a lo que la gente necesita (vivienda, salarios, dependencia, sanidad, educación…). La única receta posible es hablar de lo que hay que hablar, mientras se articulan normas de transparencia contra la maldita corrupción y el nefasto patriarcado instalado en las estructuras partidarias.
Todavía estamos a tiempo, a pesar de los derrotistas.
_______________
Rafael Domingo Sánchez es socio de infoLibre.
Quienes se toman la molestia de escuchar, no oír simplemente, lo que explican los diversos actores políticos (incluyendo analistas con más o menos capacidades intelectuales) acerca de la situación actual de nuestro panorama social y político, pueden tener la sensación de que ya está todo dicho, y lo que está dicho nos aboca necesariamente a un escenario de nacional-populismo.