"La pasajera": una ópera para pensar

César Moya Villasante

La música es el único idioma en que todos nos podemos entender porque es común para todos los colores e ideologías. Y la música es protagonista a través de una ópera genial que hace poco se representó en el Teatro Real de Madrid con un éxito enorme. “La pasajera” es obra de un músico que aunque poco famoso fue genial en muchos aspectos, Myeczyslaw Weinberg, polaco de origen moldavo y judío, viviendo en Rusia. Y sufriendo el terrible momento de aquella lucha contra el nazismo, aunque después se celebró su derrota también con música, la sinfonía Leningrado de Shostakovich, quien le brindó su amistad durante muchos años, unos años tan difíciles para Europa en una guerra con terribles aspectos, como el Holocausto judío que a todos nos llevó a amar a ese pueblo, o esa religión por su sufrimiento absurdo. Y es que en Rusia tuvo su contra en un estalinismo de similar naturaleza después de aquella guerra. 

Siempre admiré al pueblo judío por su inteligencia, que se desarrolló en tener el mayor número de Premios Nobel de la historia. Pueblo al que se confunde en su extensión con Israel o con el semitismo y muchas definiciones que desde la lejanía no parece que entendamos bien, porque existen judíos en muchas partes del mundo, y hasta Jesús era judío. Ver esa ópera de Weinberg en este tiempo es necesario para muchas gentes, principalmente jóvenes, que quizá no conozcan bien lo que ocurrió en aquella guerra terrible que esquilmó Europa con un fascismo nazi que fue derrotado, menos en España, donde el fascismo, con un golpe de Estado claro contra la República, provocó una lucha fratricida y una victoria que originó su dictadura durante 40 años. 

Esa ópera, explicada detalladamente en otro vídeo de Youtube, narra la relación de una controladora alemana, Lisa, en los campos de concentración, con otra mujer que sufrió los terribles castigos que allí se infringían con seres gaseados y antes torturados, solo por ser judíos. Y esa especie de recuerdo que le produce encontrarse con la imagen de aquella mujer, desde un barco en tiempo de paz, aquella Martha que creyó muerta, quizá solo en su imaginación, o bien en su solo pensamiento, se multiplicaba en su recuerdo imborrable. Y quizá rememorando aquellos sufrimientos que ella guardaba en su interior, sin demostrarlo, pero queriendo olvidar aquellas escenas que en cada momento vuelven a su cabeza y en las que participó por orden superior. Pero en el fondo, unas imágenes que la mente no puede olvidar.

Esa lucha mental del recuerdo del daño hecho y haber participado en él recoge escenas trágicas que convendría que vieran muchos aun no siendo amantes de la música. Y ese olvido, pero que permanece en la mente de gente normal, obligada a hacer sufrir a los demás, es algo que deberíamos saber todos. Ese sufrimiento que muchos nazis obligaron a gente normal es algo que siempre tendrás en tu mente. Como en España a muchos que sufrieron el castigo, solo por ser “rojos” o republicanos, aún tienen en su cabeza y hoy no se les permite recordarlo por parte de una derecha fascistoide que dice que es cosa de nuestros abuelos. Como si para aquella Lisa de la ópera de Weinberg se le negara su recuerdo imborrable por tener que olvidarlo a la fuerza. Pero el daño y la tortura nadie lo olvida si lo sufre. Es imposible para cualquier mente humana. Pero es que en España ganó ese nazismo, y negarlo es lo que ahora esa derecha quiere eliminar de una ley que se ha hecho para destapar el sufrimiento de tantas personas que aún guardan en su mente el sufrimiento de aquellos abuelos y ni se sabe dónde reposan sus huesos. Son aquellos representados por la protagonista, Lisa, atormentada aún por el daño hecho a otros por obligación y mandato. Quizá ni por ideología. Pero aquí quedan demasiadas Lisas y muchas Marthas.

Y hoy resurge aquello con otro nazi, esta vez judío, que parece que se ceba en una lucha étnica brutal contra los palestinos y que, en muchos israelitas, judíos o no, seguro que estarán en desacuerdo. Pero esa lucha dual se nos presenta al mundo en un momento que está expuesto a repetir una batalla indeseable. Una batalla que se ampara desde una extrema derecha que nos recuerda al mundo nazi y hoy preparada bajo el engaño de la democracia en la que los votos ampararían ese nazismo renovado. Porque no estoy exagerando nada si vemos a un Milei en Madrid con un comportamiento de trastornado intelectual aplaudido a rabiar por gentes que quieren volver a aquello. Y no exagero porque el ser humano tropieza demasiado en la misma piedra. Pero el problema es que Milei solo es un muñeco utilizado por el nuevo nazismo, llamado ahora trumpismo, y en España gestionado por un tal Abascal que, lleno de odio y de gran dinero, quiere cambiar Europa, el único lugar del mundo en que aún se defienden valores incuestionables, pero hoy en peligro por ese dinero que compra voluntades de medios o de judicaturas, que son las que con su trabajo indirecto están cercanas a las ideas que en esa ópera citada se reflejan en toda su extensión.

Teniendo en cuenta que España, o Madrid quizá en exclusiva, vuelve a ser el liderazgo fascista desde donde hacer más daño con una derecha unida ya, sin disimulos, por el deseo desde hace mucho tiempo de un tal Aznar y los suyos, sin cinismos y sin escrúpulos en presentarlo así ante el mundo. Y seguramente todos pensamos que aquello no se puede repetir en ese extremismo criminal, pero escuchando a algunos personajes puedes pensar que serían capaces de repetir esa salvajada. Se empieza por la crispación, se sigue provocando el odio y se acaba en una fiesta organizada vitoreando con pasión a un trastornado intelectual. ¿No es ese el mismo camino?

Y todo esto aprovechando la lucha contra el único líder de la izquierda que trata de hacer una España renovada con éxitos políticos como espacios sociales sin lucha, como los secesionismos hoy derrotados en votos, y en una economía funcionando. Pero en este país a un líder no le soporta nadie porque la envidia es nuestro gran pecado más importante y hasta desde su misma idea se le castiga con fuego amigo.

Se empieza por la crispación, se sigue provocando el odio y se acaba en una fiesta organizada vitoreando con pasión a un trastornado intelectual. ¿No es ese el mismo camino?

Pero muchos jóvenes que votan aquella desgracia vivida por muchos abuelos suyos deberían ver esta ópera y su escenografía, donde se muestra ese sufrimiento provocado por asesinos que obligan a matar y a torturar, quizá a gentes que luego guardan en su memoria sucesos que hicieron para poder comer, muchas veces solo eso, y a veces por pura ideología, y eso sí que es inconcebible.

Esto explica que nadie puede estar a favor del nazismo, ni del que se aplica hoy por un personaje nefasto hacia Palestina, ni el que aplica Hamás. Querer justificar que estás con uno o con otro es un mensaje endiablado. No, las personas normales, los que nada tenemos que penar, estamos contra todo comportamiento asesino. Todos los que defienden el terror, los que quieren dominar al precio que sea y hundir el único mundo posible, que es el de la concordia y la paz, esos no deberían tener un solo voto en un mundo civilizado, porque cada voto es una bomba, en una Europa que ahora puede estar amenazada de nuevo por aquellos que perdieron una batalla, pero que desde Madrid quieren afianzarse otra vez. La pasajera Lisa nos explica de nuevo el terror clavado en su memoria en aquel viaje que algunos quieren repetir usando a payasos para no dar la cara los que ocupan asientos en el Congreso.

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César Moya Villasante es socio de infoLibre.

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