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¡Qué pena nos da!

Jose Maria Barrionuevo Gil

En el mercado político hay penas de todos los colores. Hay penas que no valen la pena y otras que, además, han sido víctimas de la inflación. Hay penas que se venden al pormayor y penas que se regalan al pormenor. La distribución de las penas siempre ha sido asimétrica y falta de lógica.

Hoy en día, hay quienes sienten pena porque otros cantan sus penas o sus alegrías. Sin embargo, como siempre pasa, algunos se sienten más apenados, porque verdaderamente no saben de penas, y de siempre, no pueden entender las penas de los muchos y de los demás.

Hay penas que se hermanan, porque corren por las venas, y otras que son bastardas, porque son hijas de la sinrazón, que callejean por lugares tristes y con pocas luces, porque les ciega precisamente la falta de generosidad.

¡Qué pena nos da que la Segunda República no pudiera prosperar! Se destrozaron sueños de educación y cultura, incluidas las misiones pedagógicas, que no incluían en sus curricula insultos de siempre, barriobajeros, que parece que han perdido su desprestigio y que se han modernizado en el uso parlamentario por su utilización política, sin disimulo y perversamente.

¡Qué pena nos da que la dictadura fuera tan larga y tan pertinaz! Se cerraron escuelas, porque era un peligro pensar. Se cerraron bocas, porque estaba prohibido hablar. Cuando se dieron cuenta de que las escuelas eran necesarias, el dictador ya estaba más p'allá que p'acá.

¡Qué pena nos da que la Transición tuviera tanta transitoriedad! Incluso hubo muertes también a manos de la ultraderecha, no solo de ETA, sin saber ni reconocer que su gran jefe se libró de la muerte, precisamente, por obra y gracia de un anarquista, Melchor Rodríguez, El Ángel Rojo, que había sido Delegado de Prisiones en tiempos de la Guerra tan Civil y tan internacional, durante la cual las sacrosantas democracias, tan modernas ellas, no quisieron ayudar ni por propia coherencia ni por exceso de voluntad. Fueron cautas y cicateras, ya que no iba con ellas la democracia que ya inventaron los griegos.

¡Qué pena nos da que la Transición naciera secuestrada y con miedo, como un escolar de aquellos tiempos de dictadura, en los que podía salir caro levantar la voz!

¡Qué pena nos da que no nos hayamos repuesto del susto, cuando salimos a las calles y las fuerzas de seguridad son más tolerantes con unos, con los que se hacen hasta fotos, que con los de otras partes que pueden quedar ayunos de protección!

¡Qué pena nos da que el Gobierno, ahora, no pueda dormir tranquilo, porque el Congreso no avanza en Educación! Es patente la falta de respeto como de educación y la sobra de mal talante y desprecio, tan patentes que ya prescindimos de ver noticias en la tele y nos dedicamos a ver documentales de la Naturaleza y de la vida animal.

Nuestra civilización no debe sonrojarse al hablar con claridad de la sexualidad ni enrojecer furiosamente por las nefastas consecuencias de una mala Educación Ciudadana y Sexual

¡Qué pena nos da tener que escuchar tantos insultos y desprecios por parte de bancadas parlamentarias! No tenemos ni una oportunidad de escuchar propuestas alternativas de proyectos, de soluciones, de programas que nos enriquezcan a todos, aunque solo sea intelectualmente.

¡Qué pena nos da que los que tienen la piel muy fina sean los mismos que tienen la lengua demasiado gruesa y basta! Cuando algo les duele lo más mínimo arman una escandalera, que convierten el Parlamento en un espacio nacionalista más que nacional.

¡Qué pena nos da que no se entienda en todo su contexto una proclama callejera, que no parlamentaria con luz y taquígrafos, que no ofende a ninguna madre, sino que denuncia a un sistema que no sabía educar y una legislación anterior, en que solo podían abortar las chicas bien y de bien que tenían posibles para un viaje de salud abortiva y de prestigio social a Londres!

¡Qué pena nos da que no haya una Educación Ciudadana y Sexual que nos conduzca al aborto cero! Nuestra civilización no debe sonrojarse al hablar con claridad de la sexualidad ni enrojecer furiosamente por las nefastas consecuencias de una mala Educación Ciudadana y Sexual. Las torpezas no se curan con oscurantismos.

¡Qué pena nos da que haya tantos cuentos como los de nunca acabar!

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Jose Maria Barrionuevo Gil es socio de infoLibre.

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