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Verónica Barcina Téllez

Hay días que se recuerdan toda la vida y días que se olvidan antes de que amanezca. La partida estaba a la mitad, como anunció el tercer “cu–cu” en el reloj suizo sin que asomara el pájaro. Alfonso y Ángel ganaban de tres puntos y las paredes de Casa Manolo recitaban la poesía de un colega de Miguel. La guerra eres tú, se titulaba la modesta exposición de poemas ilustrados, inaugurada hacía tres semanas, que daba que hablar en el barrio y en las redes sociales tras ser anunciada en un par de emisoras alternativas y haber sido objeto de un reportaje por una televisión local. Acudían gentes de todo tipo a verla. Un éxito.

A Manolo le impresionó el dibujo cenital de un niño mirando al cielo, mientras la sombra de una bomba se proyecta sobre medio rostro y parte del cuerpo, y la primera estrofa del folio: No te preocupes, hijo, / no tengas miedo, / no temas a las bombas / que caen del cielo. Fechada el 25 de febrero de 2022, recién iniciada la guerra de Ucrania, la composición era perfectamente válida para el genocidio de Gaza y para cualquier guerra moderna, olvidada o no, de las que componen la espina dorsal de la negra historia de la humanidad.

Un cierre prematuro a blancas de Antonio supuso la remontada dos puntos arriba. Alfonso prefería otro montaje: un listado de guerras activas en el mundo, y los muertos en cada una, sobre una ciudad ardiendo durante un bombardeo nocturno se completaba con la estrofa El mundo gotea muertos, / la civilización se desangra / en más de cincuenta conflictos, / por más de cincuenta llagas. “Desde que tengo uso de razón, recuerdo guerras, una tras otra, y va ya para ochenta años —dijo el abuelete apurando el descafeinado enfriado”.

En ese momento, el “cu–cu” anunció las seis. Entraron dos chavales y una chavala. Cogote de punta, Converses, sudadera y pantalones “cagados” ellos, media ferretería en orejas, cejas, nariz y lengua ella y las partes visibles de sus cuerpos hechas un tebeo de tatuajes. Del móvil de la chica salía machacón ruido de reguetón. Pidieron tres Red Bull y no había, tres Monster que tampoco y acabaron con un Aquarius dirigiéndose hacia las paredes para ver la exposición sin decir más nada. Antonio preguntó en voz queda mientras movía las fichas si la segunda canción del móvil era la primera repetida o la misma todavía.

Miguel, a la vez que los atendía, vislumbró un brillo metálico entre la camiseta y el pantalón de ella que le pareció un pirsin umbilical, pero lo descartó por el sospechoso bulto que se insinuaba bajo la tela. A partir de ese momento, inquieto, no los perdió de vista hasta que sucedió. “¡¡Vaya mierda!! —gritó el que parecía mayor en plan provocación— ¡¡¿Esta mierda es poesía?!!”. Ella arrancó un poema de la pared con furia, levantó la mano y lo arrugó hasta reducirlo a una bola deforme de papel en el suelo. El otro no paraba de reír.

El mundo gotea muertos, / la civilización se desangra / en más de cincuenta conflictos, / por más de cincuenta llagas. “Desde que tengo uso de razón, recuerdo guerras, una tras otra, y va ya para ochenta años —dijo el abuelete apurando el descafeinado enfriado”

La partida se dio por acabada y los jugadores permanecieron quietos, expectantes, sin decir ni hacer nada. Miguel había desaparecido de la barra. Los tres se dedicaron a arrancar y a destrozar los poemas mientras buscaban inútilmente alguna reacción en la mesa de dominó. Cuarenta minutos de tensión duró la escena hasta que entraron tres policías con los antibalas puestos y las pistolas en la mano. “¡¡Alto!! —gritó uno”. Los niñatos pusieron las manos entrelazadas sobre la cabeza con movimientos que parecían ensayados.

Miguel había llamado al 112 desde la cocina denunciando un asalto al bar. En el cacheo, les intervinieron coca, una pistola y un puño americano. Estaban fichados, eran miembros de Hogar Social, con esvásticas tatuadas y odio en la mirada. Alfonso sufrió una crisis de ansiedad y Ángel lo acompañó a casa tras despedirse: “Dos no pelean si uno no quiere”.

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Verónica Barcina es socia de infoLibre.

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