Polémica sobre el dueño de Mercadona

Juan Pedro de Basterrechea

No es mi intención criticar al propietario de Mercadona. Tampoco voy a defenderle, pero es verdad que resulta siempre llamativo que una persona, durante el transcurso de su trayectoria profesional, pueda llegar a acumular una fortuna que se mida en miles de millones de euros. Sin embargo, en mi opinión, si se ha cumplido escrupulosamente con la legalidad, si no se ha cometido ningún fraude, el problema no puede ser del empresario. El problema, si lo hay, sería de la legislación vigente. Si el reparto de los beneficios que genera la actividad de tantos trabajadores es tan desigual, tal vez la ley tenga que velar por que haya un poco más de equidad. Por otra parte, si no es justo que alguien acumule tanto dinero, la solución debe estar en el diseño de una fiscalidad adecuada que garantice una distribución más equitativa. Ese se supone que es uno de los fines del sistema fiscal, una redistribución más justa de la riqueza.

El del modelo fiscal sí que es un problema. Es un problema que un trabajador que gane 40.000 euros al año con su trabajo, una contribución neta a la generación de riqueza en nuestra sociedad, pague muchos más impuestos que un rentista que obtiene la misma cantidad en concepto de rendimientos del capital, que se han podido obtener especulando en fondos y, en definitiva, sin contribuir en absoluto a la economía productiva. Lo es todavía mayor que con recursos legales, las grandes fortunas y las grandes corporaciones, a base de paraísos fiscales y otros ardides sorprendentemente legales, lleguen a no pagar nada o casi nada.

Cuando un Mercadona se instala en una localidad relativamente pequeña o en un barrio, en poco tiempo, el mercado y el comercio minorista de alimentación local sufre una sacudida desastrosa. Nadie puede competir, por lo que la mayoría acaba desapareciendo

Pero hay otro problema con estas grandes empresas, y tiene que ver directamente con el impacto que generan en el ecosistema económico local en el que se implantan.

Cuando un Mercadona se instala en una localidad relativamente pequeña o en un barrio, en poco tiempo, el mercado y el comercio minorista de alimentación local sufre una sacudida desastrosa. Nadie puede competir, por lo que la mayoría acaba desapareciendo. Las ramificaciones de este impacto llegan muy lejos y afectan a toda la economía de proximidad. Mercadona apuesta por las economías de escala, que le permiten adquirir los productos en grandes cantidades a precios bajos por todo el mundo y proponerlos a sus clientes en España más baratos que sus equivalentes españoles, aunque a menudo de peor calidad. Los productores locales también acabarán desapareciendo, lo mismo que el pequeño comercio. El vibrante centro de la ciudad donde los vecinos acudían a hacer sus compras se vacía y se muere. Su calidad de vida se resiente.

Se habla mucho de los puestos de trabajo que crea Mercadona, pero no se dice nada de los que destruye.

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Juan Pedro de Basterrechea es socio de infoLibre.

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