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La reflexión de Sánchez abre el primer debate en serio sobre su sucesión en el PSOE

¿Tiene programa la derecha?

Verónica Barcina

Es especialidad de la casa, Marca España, obviar lo real e importante y elevar lo contingente a la categoría de hecho consumado, de profecía autocumplida. Esta dudosa virtud se suma a lo de irse por los cerros de Úbeda con penosas chácharas que la españolidad afronta con determinación ante la incertidumbre. No son casuales los debates que tienen lugar en este país: los profesionales de la política conocen bien la querencia del populacho a entrar de lleno en furibundos debates sobre lo que puede pasar, dejando a un lado lo que realmente pasa en cada momento.

Es tradición y es cultura, Marca España, que los partidos incumplan, con raras excepciones, el contrato social que debiera ser cualquier programa electoral y que casi nunca es. Incumplen lo prometido y prometen lo incumplible con la certeza, o tal vez la finalidad, de que la ciudadanía disocia los programas de toda credibilidad y compromiso. Esta es la raíz de la tan traída y llevada desafección por la política que arrastra al español medio al muy peligroso y extendido analfabetismo político del que se enorgullece, tanto o más que del funcional, provechosos ambos para el político sin escrúpulos.

Para tal estafa flagrante a la Democracia, una vez constatada la infinita capacidad de las tragaderas ciudadanas, en la sentina política del bipartidismo hay disponible un surtido de ocurrencias que distraen al personal de lo urgente y necesario y lo centran en lo accesorio. El método es sencillo: alguien elige y suelta una ocurrencia, sus acólitos se lanzan en tromba a repicarla para hacerla verdad indudable y los medios la estiran como el chicle del fichaje de Mbappé por el Madrid (¿tres años ya?) o la boda de una tal Tamara, saturando informativos, tertulias y programas de entretenimiento. Los adversarios se lanzan de inmediato a hablar del señuelo y la ciudadanía hace lo propio en peluquerías, tabernas y puestos de trabajo. Del programa, ni rastro.

En el arsenal de ocurrencias destacan algunas que permanecen inmutables en el tiempo y sirven de comodines para acallar cualquier realidad incómoda que la sociedad esté sufriendo y precise solución inmediata. Las derechas son expertas y tienen un verdadero chollo con ETA y el independentismo. Llevan más de cuarenta años incendiando Euskadi y Catalunya, agitando el avispero con la infame intención de robar la miel del panal España.

Entre unos y otros cumplen la profecía y el público reacciona con bilis y odio inoculados con gotero por periódicos, televisiones, radios y redes sociales

Por enésima vez, usan el independentismo con perversas intenciones. El mayor problema para los españoles es hoy la cesta de la compra, pero hay que hablar de independentismo. El mayor problema de las españolas es que son asesinadas por los machos, pero hay que hablar de ETA. Los mayores problemas de la juventud son el paro y la vivienda, pero hay que hablar de esta amnistía, no de otras. El mayor problema para jóvenes y adultos es la inflación especuladora, pero hay que hablar de separatismo. El terrorismo no existe y el independentismo ha decaído desde que M. Rajoy dejó la Moncloa, pero la derecha sin programa arrastra al pueblo al fangal que le da votos.

Las derechas marcan la agenda de la actualidad, el debate, la caverna mediática saca la megafonía y las izquierdas dejan de hablar de lo que importa a la gente, del programa de gobierno, para centrarse en lo accesorio, en lo contingente. Entre unos y otros cumplen la profecía y el público reacciona con bilis y odio inoculados con gotero por periódicos, televisiones, radios y redes sociales. Quizás Juan Marsé llevara razón cuando definió a España como un país de cabreros donde predominan los analfabetos políticos retratados por Bertolt Brecht:

El peor analfabeto

es el analfabeto político.

No oye, no habla,

ni participa en los acontecimientos políticos.

No sabe que el coste de la vida,

el precio de las judías,

del pescado, de la harina,

del alquiler, de los zapatos

y de las medicinas

dependen de las decisiones políticas.

El analfabeto político

es tan burro, que se enorgullece

y saca pecho diciendo

que odia la política.

No sabe el imbécil que

de su ignorancia política

nace la prostitución,

el niño abandonado, el atracador

y el peor de todos los bandidos:

el político delincuente,

canalla, corrupto

y lacayo de las empresas nacionales

y multinacionales.

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Verónica Barcina es socia de infoLibre.

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