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De pura suerte

Jose Maria Barrionuevo Gil

De pura suerte hemos llegado hasta aquí y nos hemos encontrado un tiempo y un lugar para conocernos y, también, saber y conocer quiénes son nuestros compañeros de viaje y quiénes no han parado de ponernos palos en las ruedas desde el mismo momento en que se inventaron las ruedas.

Ya desde entonces había gente que se preguntaba “¿Qué querrán con tantos inventos?”. La modernidad no podía llegarnos tan temprano. Había que esperar a que nos hiciéramos la guerra, a que designáramos quiénes eran los enemigos, a que estableciéramos los territorios que había que dominar y a que nos aprendiéramos todos los cantos de victoria que no eran más que la tapadera de las venganzas. Las venganzas que algunos practicaron durante cuarenta años y que aún inmovilizan.

Si no había enemigos, había que inventarlos. Nuestro paraíso resultaba inhóspito y nos había salido rana y teníamos que salir saltando y asaltando incluso en nombre de Dios. Y así crecimos y nos crecimos y nos hicimos dioses verdaderos para que nadie nos enmendara la plana de las leyes de dios, las nuestras, que se fueron conformando en proclamas y en acusaciones a los demás con esas leyes, que nosotros no cumplíamos, porque para eso eran las nuestras. Nuestras interpretaciones se consideraron y se hicieron dogmáticas, para que nadie tuviera dudas. Si alguien osaba abrir los ojos y, sobre todo, la boca, automáticamente se convertía en hereje. Si Dios no arrimaba ascuas a “sus” encendidos mandamientos, aquí contábamos con yesca suficiente para que se hiciera la luz.

De pura suerte hasta aquí hemos llegado, porque nuestros padres se libraron de la polio, aunque se quedaron cojitos de por vida y nuestras madres sobrevivieron a una familia numerosa de doce hijos, que se quedó reducida a seis hermanitos. Y nosotros también tuvimos suerte, porque, de niños, no cogimos ni el tifus ni la triquinosis. Tampoco fuimos ni robados ni vendidos ni desaparecidos.

Si alguien osaba abrir los ojos y, sobre todo, la boca, automáticamente se convertía en hereje. Si Dios no arrimaba ascuas a “sus” encendidos mandamientos, aquí contábamos con yesca suficiente para que se hiciera la luz.

De pura suerte el tiempo nos mejoró la existencia, después de que jefes fachas nos echaran del trabajo y de que un tribunal de oposiciones nos descartara por citar entre otros autores de su devoción a uno que, por lo visto, no era afecto al régimen dictatorial imperante en nuestro terruño.

No sabemos si “la suerte está echada” a dormir, mientras que siguen de imaginaria cuartelera los que se han constituido en salvar la patria, precisamente, de aquellos que ni han robado ni han matado ni han abortado, ni han prevaricado, pero, sobre todo, que tampoco se han aprovechado de la eutanasia, a pesar de ser impelidos a la desesperación.

Si, ahora, la pura suerte nos acompaña, vamos a necesitar que la claridad se haga notar, que no nos falte la  luz ni las luces, que nuestros oídos no hagan caso a los cantos tristes, hipócritas, y desesperados de las terribles sirenas del “mar bravío” que nos invaden nuestra tierra firme de nuestras esperanzas de siempre, de las esperanzas siempre compartidas, sin hacer mal a nadie.

Si la esperanza es lo último que se pierde, que no sea porque nos la arrebaten de malas maneras ni porque nos sintamos derrotados de antemano ni porque se nos haya contagiado el odio que nos han querido inocular en este confinamiento de las verdades como puños y de las tan atrevidas contradicciones y de las pontificales mentiras que nos llevarían al huerto, el de los olivos, pero no al paraíso de las verdades sencillas y de andar por casa, que es donde nos podemos alimentar con confianza. No podemos perder la confianza en los vecinos que son los que nos dejarán un poco de sal para que podamos saborear nuestras domésticas, que no domesticadas, verdades.

“Son los vecinos los que eligen al alcalde” y lo eligen bien si se informan entre ellos debidamente, si confían que pueden votar, porque nadie les va a ocupar sus casas y porque todos podemos votar con plena confianza y mayor, si cabe, información y conocimiento, con el boca a boca, para que los beneficios conseguidos en estos pocos años no nos los vuelvan a arrebatar a la enorme mayoría silenciosa que, claro, no tenemos banderas en los balcones. Ahora no podemos tentar a la suerte.

“A votar” nos van a decir todos, pero no nos podemos dejar llevar de los profetas del apocalipsis, que están lampando por coger el único poder que les queda por aciguatar, que es la confianza del pueblo, que no ve los beneficios conseguidos en estos años pasados y que no han sido más, porque no hubo pleno conocimiento y mayor confianza, cuando nos obligaron a votar, tres veces seguidas, porque el poder tenía más miedo que nosotros a hacernos caso. A votar, por nosotros y nuestros compañeros, aunque unos pocos se tengan que ver abocados a maldecirnos y decirnos “que os den”.

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Jose Maria Barrionuevo Gil es socio de infoLibre.

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