La realidad y sus espejos

Héctor Delgado Fernández

El a menudo edificante pasatiempo de asistir a una sesión parlamentaria, caldeada por la saña con que los portavoces de las respectivas agrupaciones políticas dirimen sus pequeñas diferencias, no ceja de ser también motivo de sorpresa y estupefacción. Más aún, cuando de entre los cruces de acusaciones y las injurias soeces, una sola frase o expresión pueden llegar a recabar toda nuestra atención.

Ya sea por lo cabal o lo disparatado de la misma, forzoso es reconocer que cuando un servidor público espeta que la reforma laboral es “el mayor progreso de la Humanidad”, poderosas razones albergará en su fuero interno para dejar caer con estrépito tan lapidaria afirmación. ¿Dónde quedan figuras de la talla de Galileo, Einstein, Pasteur o Darwin frente a los artífices de la reforma laboral? Y qué decir de los logros aportados por Newton y la ley de la gravitación universal, los avances en el terreno de la medicina, la lucha contra el cáncer y demás minucias, cuando las parangonamos con los adelantos reportados a la Humanidad gracias a la reforma laboral.

Salta a la vista que todo eso es cosa de poca monta frente al genio cuasi divino de quienes han ideado los principios fundamentales de la mentada reforma. Y si no es así, vayamos a los números.

Una simple hojeada a las estadísticas muestra sin ningún menoscabo de duda que la reforma laboral es, ha sido y será siempre uno de los mayores logros de la Humanidad. ¿Cómo no iba a ser de otro modo? Ahí está la prueba fehaciente: desde su puesta en marcha se continúa destruyendo empleo y el que se crea es mucho más precario y sujeto a los vaivenes de un mercado laboral a la procura de mejores resultados – optimización de las ganancias- a costa de la disminución de los estipendios y garantías sociales de sus asalariados. ¿Podría la inteligencia humana aspirar a tan altas cotas de ingenio y pericia puestas al servicio de sus conciudadanos?

En la brega del siempre complicado comadreo político, la sugerencia de Anita Botella, alcaldesa vicaria de Madrid y vástaga de la excentricidad, denota al punto la negligencia verbal convocada al servicio de la tergiversación voluntaria de la realidad.

Una cosa es manipular cifras y guarismos para hinchar o deshinchar encuestas, según convenga a los intereses de uno u otro partido, y otra muy distinta es ensalzar los adelantos de la reforma laboral, mancillando para ello el buen nombre de la Humanidad.

Al igual que el político nunca vacila en reclamar la presunción de inocencia o en acudir a los tribunales para querellarse por difamación o lesiones al honor, sería asimismo necesario promulgar cuanto antes un decreto a fin de preservar un mínimo de coherencia y cordura en las declaraciones de nuestros servidores públicos. ¡No todo está permitido en política! Los insultos chabacanos a la razón tienen un límite que no convendría sobrepasar.

Con afirmaciones tan poco fundamentadas, los juicios de valor de la señora Botella, más parecen un carrusel de opiniones disparadas que apreciaciones articuladas en la supuesta experiencia, competencias y savoir-faire de una individua encomendada a ocupar un cargo de tan elevada responsabilidad como la alcaldía de Madrid.

La realidad, de continuo reinventada y siempre renegociable, se reduce así a un pálido retablo proyectado por el espejito mágico de Anita Botella, en donde todo queda irremisiblemente impregnado de un sesgo ideológico afín a los intereses del Partido Popular. Sin embargo no basta con baladronear los logros de la reforma laboral, sino también acompañar el sorprendente veredicto de sus debidos argumentos y su detallada explicación.

¡Por algo escribió Aristóteles hace ya 28 siglos que el hombre es un animal racional! ¿Dónde, cómo y por qué la reforma laboral merece tan hiperbólica calificación? ¿No será la aludida reforma algo semejante a la patochada de las manzanas y las peras? Todo lo más, unas cuantas palabras al respecto servirán para aclararnos tan complicada cuestión. En virtud de la responsabilidad y el cargo, cuya retribución sanciona a los madrileños con la friolera de 100.000 euros anuales, no estaría de más exigir un poco de sentido común y sensatez a las opiniones de la señora Botella. La ligereza y desenvoltura con que los servidores públicos deforman la realidad a su antojo debería hallar su contrapartida jurídica con la penalización de semejantes prácticas. Aunque acostumbrados a los continuos deslices y desatinos de los representantes de la voluntad popular, ello no quita para que, esta vez, el desparpajo negligente de Anita Botella nos induzca al sonrojo que concita la desvergüenza ajena.

¿La reforma laboral el mayor logro de la Humanidad? ¡Ahí es nada la guasa manola de la alcaldesa vicaria de Madrid! Mas seamos prudentes: la guasa puede trastocarse rápidamente en escarnio cuando ponderamos el salero de Anita Botella con nuestra propia vara de medir la realidad. Y tanto más indecente y deleznable nos resultaría su afirmación si hacemos hincapié en el hecho de que el sonrojo cuesta a los madrileños la nada desdeñable cifra de 100.000 euros anuales. Pero eso es harina de otro costal.

Tras el ridículo monumental de los Juegos Olímpicos y la posterior huelga de los servicios de limpieza, mucho tendrá la señora Botella que manejar su espejito mágico para tamizar la realidad a los antojos de su pequeño reino de las mil maravillas. Sin embargo, mucho me temo que no es precisamente Anita Botella un dechado de virtudes para hilar tan fino. ¡Y qué más da! Sea o no sea la más indicada para lidiar con el morlaco madrileño, Anita Botella es sin embargo una caja de sorpresas, y sus números de apolillada retórica circense no dejan indiferente a nadie.

Si bien la alcaldesa vicaria de Madrid no despunta demasiado por sus dotes oratorias, al menos servirá para amenizar el soso y desangelado panorama político con alguna salida de tono y frases llamadas a perdurar durante mucho tiempo en el mural ejemplar del comedimiento y la sutil deliberación de quienes han sido destinados a guiar la Humanidad hacia el fin supremo de la Felicidad y el Bienestar. Y eso, amigos, no tiene precio. Por algo se ha decidido gratificarla con el generoso estipendio de 100.000 euros anuales. Y otros no, pero tengan por seguro que Anita Botella es de quienes bien merecen hasta el último céntimo de sus abultados honorarios.

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