La renovación imposible del PP

Amador Ramos Martos

Lo que Feijóo no tiene claro es que España, no es Galicia. Pero el Madrid de Ayuso la fantástica, tampoco es España. El problema, ellos no quieren verlo, es más complejo. 

 

La elección urgente y por aclamación de los nuevos líderes nacional y madrileño del PP: Alberto Núñez Feijóo e Isabel Díaz Ayuso, ha desencadenado una oleada de sobreactuado optimismo que contrasta con el enfrentamiento visceral que, hasta hace dos meses, amenazaba la precaria cohesión interna y el discurso del partido. 

Una crisis, en mi opinión cerrada en falso, que no resuelve un conflicto perenne, y no exclusivo de las dos almas del PP sobre la sempiterna cuestión territorial. Condicionante, de las soflamas excluyentes de ambos líderes, que lastran e impiden el acomodo definitivo de los variopintos gentilicios que campan y conviven, no sin dificultades, sobre nuestra española piel de toro. 

En la disputa ideológica por el relato dominante sobre el conflicto, los recién estrenados cabezas de serie del PP andan ya enredados en la maraña de términos, buscando el que mejor se ajusta a la interpretación monolítica de su modelo constitucional territorial. Relatos sesgados, que descartan de entrada, el encaje y acomodo de las diferentes identidades y singularidades territoriales en una España a priori… indisoluble. 

Un adjetivo: indisoluble, ajeno al proceso de desleimiento del modelo socio político y económico dominante hasta no hace mucho, y que Zygmunt Bauman calificó acertadamente como “modernidad líquida” y en el que se disuelven paradigmas como el de nación, que considerábamos hasta no hace mucho, sólidos e irrefutables.

Proceso de licuación, que dificulta la adaptabilidad en tiempos de alta volatilidad política, de instituciones básicas del estado. En nuestro caso, como consecuencia del paranoico obstruccionismo constitucional practicado por los ortodoxos de una españolidad, anclada en argumentos históricos del pasado discutibles; y en la paralización de las instituciones que velan o debieran, el equilibrio del sistema democrático.

Los españolazos -gentilicio superlativo- de VOX y de la rama dura del PP, haciendo exhibición patriotera y sin complejos de su ideología excluyente, andan frotándose las manos y afilando las dagas ideológicas. Una actitud irresponsable que en nada ayuda, y solo empeora la acritud de un conflicto del que, en parte, se saben beneficiarios. 

Más evidente el beneficio, en el caso de VOX ya que, en el crispado ambiente político actual, el debate territorial, en mi opinión puede reforzar su techo electoral en detrimento del voto más razonable, en el espectro si existe, del PP más moderado.  Porque no nos engañemos, este es, y no otro, el nudo gordiano que sigue atenazando la adhesión voluntaria, compartida y consensuada de muchos ciudadanos al proyecto siempre vivo de España como nación. 

Un estado-nación como sigue siendo España, de alta complejidad y que cíclicamente, sufre sacudidas políticas por mor del crónico desencuentro territorial origen de muchos de nuestros demonios históricos, y del inquietante estado de crispación y malestar que, con altibajos, seguimos sufriendo los ciudadanos como un lastre. 

El debate político sobre los términos nacionalidad, nación y nacionalismo vuelve a emerger… ¡por algo será!... en el actual, y en exceso agitado panorama político nacional. El discurso en Galicia del recién estrenado líder nacional del PP Alberto Núñez Feijóo, siempre ha hecho gala de forma inequívoca, de un contundente galleguismo cultural rayano con el sentimiento de nacionalidad; que los furibundos Tancredos del partido, pretenden equiparar fraudulentamente con el de nación: una entidad política fruto del acuerdo voluntario de sus ciudadanos. Reconocidos por cierto ambos términos, en el conflictivo artículo 2 de nuestra Constitución. 

Siendo constructivos y rigurosos, se trataría más de un dilema semántico que constitucional. Por lo que, de entrada, sobra el innecesario debate sobre la constitucionalidad de ambos. Pero de momento, el uso por parte de Feijoó del término nacionalidad, es ya objeto de agria polémica dentro del PP en el que: la mala baba semántica, el pétreo constitucionalismo y las cortas entendederas de dirigentes del partido, eliminan de entrada cualquier interpretación integradora y no excluyente del término. 

Siendo empáticos y razonables, el vocablo en cuestión: nacionalidad, solo evidencia el vínculo afectivo/psicológico, no siempre político, de muchos ciudadanos con su gentilicio natural fruto de su profundo, casi espiritual, arraigo con su terruño, su cultura y sus gentes. Y también, todo hay que reconocerlo… con su jamón, sus percebes, su paella o sus espárragos.  

Chascarrillos aparte, lo evidente es que el sentimiento de nacionalidad, ha ido arraigando en otras regiones o comunidades autónomas independientemente de su cualidad histórica. Sentimiento validado políticamente por Feijóo en Galicia, pero ahora deslegitimado por él mismo al apadrinar como ha hecho, el gobierno de coalición del PP con VOX en Castilla y León. Blanqueando democráticamente al “Pepito Grillo “del PP, Feijóo institucionaliza un modelo desaforado de ultranacionalismo español, a costa del constitucional Estado Autonómico en el que tienen cabida las nacionalidades.

Se equivoca Núñez Feijóo en el planteamiento del dilema territorial si no rompe amarras políticas con VOX, cosa que no ha hecho, y no planta cara, cosa que no hará, a Isabel Díaz Ayuso. A la que no le duelen prendas en coquetear ideológicamente con Abascal, mientras, arrasa, presa de su delirio cualquier otro discurso ideológico que no se ajuste milimétricamente al suyo. Si Feijóo pretende tácticamente centrar al PP compartiendo de forma promiscua poder con ambos, bloquea cualquier atisbo de renovación de una derecha, hoy por hoy, desnortada, inquietante y sin rumbo.

De entrada, en éxtasis casi místico y en plena asunción política, Ayuso acaba de autoproclamarse artífice exclusivo y narcisista merecedora de su para mí, disparatado éxito político en la CAM. Liberada por Feijóo de filtros y ataduras dentro del PP, craso error del gallego; la insaciable madrileña, que apunta alto, y ventea ya la sangre, nos asegura un futuro permanente de conflictos con el presidente Pedro Sánchez, su pieza a abatir. Ya que el estilo romo y conciliador en apariencia del expresidente gallego, no casa con el suyo: cheli, pandillero, provocador y pendenciero.

En este crispado escenario que se vislumbra, habrá que resistir democráticamente, no claudicar ideológicamente, y convivir con los sobresaltos cotidianos. Recurriendo si es preciso, al uso razonable de sentido del humor, para sobrellevar las ocurrencias esperpénticas y ridículas charlotadas, sorprende su éxito, de este personaje político más digno de un guiñol, que de ocupar algún día como pretende, la Presidencia del Gobierno.

 

 PD: Tengo que reconocer que si algún día Isabel Díaz Ayuso, IDA, lo consigue: en esta nacionalidad, nación o imperio… ¡todo es posible!... tendré que admitir que su creador… Miguel Ángel Rodríguez, MAR, es un genio del reciclaje político del basurero en que se ha convertido la derecha española. Lo que dice mucho, a mi pesar, de MAR, y poco, de la calidad democrática del basurero.

Amador Ramos Martos es socio de infoLibre

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