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La revolución pasiva de Franco con la mano en la cartera

Julián Lobete Pastor

He plagiado para nombrar este comentario los títulos de los libros de Jose Luis Villacañas La revolución pasiva de Franco y de Joaquim Bosch, La Patria en la cartera, dos obras fundamentales para entender el franquismo, la Transición y la actualidad, en mi discutible opinión. Sin embargo, en los fastos del 40 aniversario del triunfo de Felipe González en 1982, que han dado lugar a la aparición de varios libros, no han sido nombrados ni comentados, pese a su relevancia. No hace falta decir que su lectura es muy recomendable .

Ambos libros coinciden en algunos aspectos sobre todo en el análisis de lo que fue la Transición y la corrupción franquista y en la etapa democrática, aspecto este último en el que se centra más detenidamente el ensayo del magistrado Bosch y que merece otro comentario aparte.

En este comentario vamos a tratar de elaborar un resumen del libro de Villacañas.

El condotiero Franco

Villacañas se basa en la obra de Maquiavelo Vita de Castruccio Castracani, para seguir la vida y avatares de Francisco Franco, condotiero siempre.

Algunos rasgos de este particular condotiero español nos los describe Villacañas: “Nadie ganó a Franco en astucia, capacidad de mentir y doble juego, todo ello rematado con una fría y distante crueldad. Su autoafirmación era incondicional. Hasta su compromiso con el golpe está decidido exclusivamente desde su propio cálculo e interés”. Usó los viejos hábitos de desconfianza generalizada que la historia había enseñado a los españoles desde la Inquisición. 

La reserva es una condición fundamental del condotiero, dice Maquiavelo, lo que le permitió a Franco jugar siempre a varias bandas, ya fuera con los nazis, con la Falange o con la Iglesia.

El condotiero español deseaba una victoria absoluta, sin ambivalencias ni claroscuros. Trató a los militares republicanos a izquierda y derecha como si fueran rebeldes rifeños; con la misma ferocidad los trató.

Franco, según Villacañas, siguió al pie de la letra a Maquiavelo en esta conducta de destrucción de toda huella de libertad; su opción fue destruir la libertad política. De forma meticulosa, eliminó de cuajo toda institución que tuviera alguna relación con la libertad, como la República, la Generalitat o el gobierno vasco, los partidos, los sindicatos, los periódicos, la Universidad.  Y no sólo las instituciones, las formas, sino también a los seres humanos que habían configurado, defendido y gustado de aquella libertad.

Una vez destruido el viejo Estado había que construir uno nuevo adecuado al nuevo príncipe, una nueva nación que no sólo no se pareciera nada a la anterior, sino donde fuera imposible el nacimiento de una realidad republicana.

La revolución pasiva

Villacañas toma el concepto de Gramsci, quien define dos momentos para esta revolución del nuevo príncipe. El primero de ellos se caracteriza por los rasgos represivos, la implantación del terror. Para el segundo periodo Gramsci utiliza el término de consentimiento coercitivo, que nace, no de un movimiento popular sino como una reacción contra éste, como una estrategia para hacer imposible cualquier resurgimiento de una revolución activa popular en el futuro. Se trata de la restauración de lo antiguo, a la que se incorporan algunas demandas populares. Cuando se culmine el proceso, añade Gramsci, se habrá consolidado el proyecto hegemónico de la burguesía durante un periodo histórico completo.

La revolución pasiva de Franco comenzó realmente en 1959 con el Plan de Estabilización. En sus orígenes fue limitada, involuntaria y a desgana; con el tiempo transformaría la naturaleza del franquismo y todo el significado de su época histórica.

Siguiendo siempre a Maquiavelo, en la segunda etapa de su trayectoria, el nuevo príncipe-condotiero se puede hacer fuerte con nuevas instituciones. En el segundo periodo del franquismo, la crueldad fue decreciente, pero siempre subsistió el terror paralizante.

En los años 50 del siglo XX se dio un importante crecimiento y prosperidad en Europa, mientras España estuvo al borde de la suspensión de pagos en 1955, debido al fracaso absoluto del periodo de autarquía que sólo produjo hambre y miseria.

Ramón Perpiñá, en 1952, ya había pronosticado este fracaso y la necesidad de reformas. López Rodó en 1956 implantó una reforma administrativa, en principio destinada a regular la inversión en obra pública, pero que fue el pilar del Estado Administrativo, uno de los fundamentos de la revolución pasiva.

Los hombres del Opus Dei que van a dirigir este proceso no eran meramente tecnócratas, en opinión de Villacañas, “comparten la creencia en la doctrina del derecho natural y la obediencia incondicional a la Iglesia Católica; su misión es dirigir el régimen de Franco de tal manera que se olvidara la guerra, pero no la victoria. No eran tecnócratas, eran políticos caracterizados por el ascetismo, la distancia expresiva y la discreción, pero no tenían la democracia como horizonte fundamental.

A los 20 años de la Victoria, España era un país atrasado, al que el FMI y el Banco Internacional de Desarrollo trataron como a un país subdesarrollado; Franco aceptó las condiciones y por tanto “ser un príncipe liberal con las armas y la economía del extranjero masón”.

Para los falangistas, el Plan de estabilización era volver al capitalismo; lo que se hizo fue facilitar una acumulación capitalista bajo la protección de un régimen dictatorial, lo que Navarro Rubio llamó “la unidad providencial de libertad y autoridad”, pero cuyo nombre propio era la síntesis de liberalismo económico incipiente y dictadura. Hoy, dice Villacañas, lo llamamos liberalismo autoritario, “que como vemos es un sueño viejo”.

La creación de una clase media española, apolítica y sumisa, una masa neutra en la que no pudiera nacer ninguna iniciativa política, fue otro de los objetivos de la revolución pasiva

Se trataba de rebajar la opresión e impedir la emancipación. No ser oprimido significó en adelante que el pueblo no sería, además, atormentado por el hambre. De la liberación que se anunciaba no podía formar parte la libertad política, cultural o religiosa; ese fue el sentido inicial de la revolución pasiva.

La creación de una clase media española, apolítica y sumisa, una masa neutra en la que no pudiera nacer ninguna iniciativa política, fue otro de los objetivos de la revolución pasiva.

Villacañas hace en su obra un relato pormenorizado y sugestivo de los años que siguieron a 1959, de los terribles conflictos internos del Régimen, la política de equilibrio entre los vencedores era ya imposible a finales de 1972, así como del significado de algunos de los más importantes hechos de aquellos años. El seguimiento de estos pasajes es una magnífica lección de historia y una lectura apasionante.

Maquiavelo en la transición

En este resumen debemos dar un salto hasta el Epílogo del libro de Villacañas, titulado La Conclusión de la Revolución Pasiva, lo que sucede a la muerte de Franco. Aquí Maquiavelo también escribe el guion a través de otra de sus obras, en este caso teatral, La Mandrágora.

Si comenzamos presentando a los personajes, el maquinador Ligurio de Maquiavelo es Fernández Miranda; el dictador impotente Nicias es Arias Navarro; Juan Carlos es el joven Lorenzo y el joven Calímaco que fecundará a la bella Lucrecia-España será Adolfo Suárez trabajando para el joven Lorenzo.

En suma, la tarea de Calímaco será ultimar la revolución pasiva, cuyo beneficio último será forjar una monarquía, que a pesar de heredar el régimen de Franco contara con la adecuada base popular dispuesta a la obediencia voluntaria propia de los regímenes legítimos.

En la obra de Maquiavelo, la joven Lucrecia pregunta a Ligurio cómo va a lograr sus objetivos y éste le responde: “Tú, yo, el dinero, nuestra malicia y la de ellos”. En opinión de Villacañas ésta es la mejor descripción de los primeros planes de la Transición española.

En 1976, el PCE acuñó la divisa de la ruptura pactada. “Nada de eso iba a suceder —avisa el autor de La revolución pasiva de Franco—, en un proceso que tuvo algo de ruptura y algo de pacto, pero que fue sobre todo una reforma desde arriba, como suele pasar en las revoluciones pasivas felizmente culminadas”.

La Ley de Reforma Política fue la última de las leyes fundamentales del franquismo, era una ley que derogaba todas las demás. En realidad era una cláusula derogatoria que sólo dejaba en pie la detentación pura del poder del Estado en su desnuda inercia. Por el lado de la clase política real que había administrado los últimos 20 años del régimen franquista, desde el primero al segundo escalón, la Transición fue una decisión meditada y racional.

El referéndum contó con una participación del 77%, de los cuales el 94%, dio su voto positivo. El Estado que había configurado Franco y que dejaba en herencia a Juan Carlos había vencido porque ya tenía una sociedad que le servía de base.

Final de juego

Sin hegemonía no hay revolución pasiva y sin partido fuerte, disciplinado y dirigente no hay ni una cosa ni otra, opina Villacañas. Suárez, después de vencer en las elecciones de 1979, entró en una situación muy reveladora, pues llegó a ser plenamente consciente de que sólo era un hombre temporal.

El objetivo fundamental era consolidar la monarquía y para eso tendrían que sacrificarse políticamente los vencedores. Se consideraba que estos no tendrían otra opción que ser monárquicos, y los derrotados, una vez que gobernaran, aceptarían la monarquía. Como dijo Fernández Miranda, el día que haya un gabinete socialista apoyado por nacionalistas, Juan Carlos tendrá la corona asegurada.

Durante un tiempo nos creímos un país normal. La revolución pasiva estaba cerrada. Diez años después de la gran victoria socialista, España era reconocida internacionalmente como una democracia madura. Luego nos dimos cuenta de que algunos se estaban cobrando los servicios prestados. La corrupción no podía dejar de existir dada la clara continuidad de prácticas reales propias de toda revolución pasiva.

González no revisó ni una sola de las premisas de la revolución pasiva largamente preparadas por las élites de Franco; ultimó la revolución pasiva que se había puesto en marcha en los años cincuenta y sus trece años de gobierno permitieron estabilizar toda la estructura del Estado construido después de la guerra civil.

Es la conclusión del historiador Villacañas, quien nos recuerda que “constituye el destino de toda revolución pasiva el éxito momentáneo y la fragilidad a largo plazo; las revoluciones pasivas duran lo que su capacidad de reforma; si ésta se pierde, aquella forma política que no fue producida desde la expresión popular se convertirá en una cáscara vacía”.

Y llegaríamos a los tiempos presentes… 

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Julián Lobete Pastor es socio de infoLibre.

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